Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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domingo, 19 de mayo de 2013

Soy de la tercera edad



Drauzio Varela es un brasileño y que ganó el Premio Nobel de Medicina. Dijo que a los 60 años de edad empieza la Tercera Edad y no me gusta demasiado que digamos porque yo acabo de cumplir semejante edad, pero me las aguanto e intento convivir con esa verdad y les puedo decir que no me va tan mal que digamos.
Añade el brasileño que desde los cincuenta años empiezan los achaques y que desde los 60 hasta los ochenta se está en eso que se llama tercera edad; a los ochenta comienza la “cuarta edad” o vejez y que termina a los 90 cuando comienza la longevidad y que va hasta que se muera.
Tengo un amigo que demasiado no quiere ser viejo y que como no tiene cabello sino al costadito de las orejas, deja que crezcan los de su izquierda como 40 centímetros para que ese glorioso resto levante y como una fina malla peluda cubra su pelada, que no es poca cosa. Se trata de esos que se tiñen el pelo de negro, lo mismo que las cejas y, de los no para de decir que antes era joven y lindo y que ahora ya es lindo nomás ya.
Esta semana me fui a Esapp para pagar mi servicio de agua; allí, lo mismo que en la Ande, la larga fila de usuarios le puede dar un infarto a todo aquel que sufre de ansiedad. Sin embargo, la ex Corposana pone al alcance de embarazadas, discapacitados y ancianos una ventanilla especial y que yo aprovecho.
No tengo dramas para ponerme en dicha fila, así el cartel que dice “solo para embarazadas, discapacitados y ancianos” evidencia, en mi caso, mi estado de vejez, mientras veo que muchos lecas, más ancianos que yo, no se animan a la audacia de ponerse en dicha ventanilla prefiriendo aguantar la larga cola de los “jóvenes”.
Muchos, con legítimo derecho, todavía se creen picholos a los 60 y no descartan la posibilidad de admirar las curvas de las jovencitas y darse el gusto de regalar algún piropo de su propia cosecha. En contrapartida, hay, cuentan, jovencitas que se gustan de los vejetes porque estos son sobre todo muy dadivosos mientras que los pendejos no tienen ni para la gaseosa de la nena.  Los viejos verdes son de regalar para su sai y eso a las enamoradas, oimembá ko umía hina…

Les dije que ya soy un recluta del viejazo pero aipo hablar de próstata umía ni se me ocurre. Tampoco ando con pastillitas para antes de comer, para después de comer, para dormir, para ku otro y eso porque – y no me alabo – no me faltan. Tengo amigos de mi edad que entran en un estado de éxtasis cuando hablan de sus respectivas enfermedades. A ñe mo lente y me alejo prudentemente de ellos. Algunos de esos amigos de mi generación son un verdadero desastre.
Mi tío Melitón murió a los 94 años de edad y para honrar su memoria de osado seductor les confesaré que un día antes de morir en el hospital le pidió a mi primo, su hijo, a que le trateara en su nombre a la enfermera jovencita para un revolcón de aquellos. No sé si se llegó a completar el plan. Para que vean que a los 94 se puede ser todavía, por lo visto, un potro salvaje; ¡Hoitâ, che tió!
John P. Robertson, en “Letters on Paraguay” escribió que en 1814 vivía una señora en el barrio Trinidad de Asunción que se llamaba Juana Esquivel y que por encima de sus 80 años de edad se había enamorado de John, un inglesito de 18 años de edad. Cuenta en su libro que la abuela le invitó a dormir con ella por lo que el rubito de ojos azules se rió y que le costó una feroz arremetida de la Juana; “primero soy mujer, después abuela”, le bajó. Por lo visto nada termina a los 60 sino que puede seguir campantemente y, a lo mejor, con más ímpetu en algunos, como en la recordada doña Juana, una conocida matrona de su época.

Akai ro en el micro cuando alguna jovencita umi i cacho va se levanta de su asiento y me dice “venga a tomar asiento señor” y me toma de la mano. Yo agradezco nomás pero ganas no me faltan desde mi yo profundo, como el recordado Dr. Merengue, decirla “gracias, y vos sentate en mi regazo, muñeca”.
Ijetu ú esto de ser de la tercera edad pero hay que tomarlo con soda. Ya ven que hay ventajas que usufructuamos, como las ventanillas rápidas, el asiento que nos ceden y que ya no andamos criando niños. Hay que mirarlo por el lado bueno de la vida como dice una publicidad radial, ¿para qué dramatizar?, alguna vez ña manotante voi ningo y como nadie muere en la víspera sino el chancho aquí me tienen inaugurándome en el target “vejete” pero con toda la onda de los mejores años de la juventud.
Escuchále na…

Mario Palmério, Saudade


Mario Palmério
Mario Palmério era un diplomático brasileño que estuvo cumpliendo con su misión oficial en Paraguay como por fines de la década de 1950 e inicios de la de 1960. Era, además, un bohemio, escritor, un hombre de mundo. La conocida guarania “Saudade” es de su autoría y les cuento como alguna vez alguien me contó, y que ya no recuerdo quién, de cómo se inspiró para escribir la letra.
Cuentan que él volaba hacia algún lugar del Paraguay a bordo de una avioneta hasta que se desató un temporal en la ruta que seguía la aeronave por lo que el piloto decidió aterrizar en algún descampado. Así lo hizo y ambos se dirigieron a una casita próxima para resguardarse de la lluvia.
Dicen que la casa era de esas más humildes que existía en la época. Mario llegó y con su presencia, que llenaba cualquier parte donde iba (un tipo pituco, grandote, bigotito, amable, sonriente, de traje) impresionó vivamente a la familia y, en especial, a una joven, hija del matrimonio anfitrión.
Mario, un ñe´e kuá de aquellos, se refirió en determinado momento en la casa, mientras llovía a cantaros y la avioneta se empapaba en la que sería la pista de aterrizaje (que no era, sino un descampado nomás),  sobre la nostalgia que le producía la lluvia. “Saudade”, decía.
I porâ la mitakuña que le observaba y de tanto decir “saudade” el brasileño, ella rompió fuego y le preguntó si qué lo que quiere decir esa palabra. Y medio que insistió lento luego.
Ahí nomás, oñerremanga la tipo, y extrajo su lapicera – porque él también se consideraba dueño de la lapicera – y en un papel asuká ryrukué, escribió “Si insistes en saber lo que es saudade / tendrás que antes de todo conocer / sentir lo que es querer, lo que es ternura / tener por bien un puro amor, vivir”, osoró hese.
Con la primera estrofa  nocau lento ya luego le dejó a la nena. Lo que no sé si es que ella pa le dio tan siquiera un besito kañyhape al brasilero, quién al terminar la lluvia subió otra vez a su avión y siguió viaje. Al menos así me contaron. Otros me dijeron que se quedó a dormir en la casita pero si es así, amontema. Pero yo no creo esta parte de la historia. 

Los Reyes Magos



Esto de los reyes, más que satisfacción para los niños es un akarasy de novela para los papás. Es que el día de los Reyes es justo el 6 de enero cuando la plata sencillamente desapareció de carteras, billeteras, bolsillos, cajeros y alcancías. Yo me pregunto si a quién se le ocurrió crear el día de los Santos Reyes a seis días de la fiesta de Año Nuevo. Pero, en fin, cada uno se ingenia para salvar el compromiso, que – eso sí – se debe salvar. Y esto me recuerda a lo que yo gozaba cuando niño….
Ya no tengo hijos pequeños, de modo que yo estoy como por encima del bien y del mal de este compromiso anual.  Recuerdo aquellos álgidos años de cuando mis niños aguardaban la madrugada del 6 de enero, era todo un tema que solo comprenden los que cruzan por las coordenadas de este delicada responsabilidad.
No tengo idea de lo que pedirán hoy los chicos; deben ser de esos celulares “aifon” mbaembo o, a lo mejor, una “nobuc” o algo teledirigido que ya hay en las jugueterías o en las tiendas de Ciudad del Este.
En mi época la cosa era menos complicada.
Recuerdo aquellos regalos de 1959 en Villarrica que consistieron en una camisa sin manga de color celeste clarito, una bolsita de caramelos y una sandía. Para conseguirme semejante “los reyes” tuve que ir a la casa de mi madrina. Mi “maina” era de esas señoras pitucas que tenía dos perritos fifí cuyos nombres todavía recuerdo: “clavo” y “clavito”, era de esos jagua´i paquetes insoportables. En su casa pasé la noche, casi sin dormir, porque eso de recibir regalos me generaba muchísima ansiedad.

No pude haber estado más feliz que aquel día, 6 de enero de 1959. Al despertar encontré la bolsita de caramelos, la camisita sin manga y la sandía sobre mi zapato ¡Todo para mí! Mi felicidad no tenía límites, salí de la casa de mi “maina” con todos mis regalos y fui caminando hasta mi casa, unas cuadras hacia abajo, cerca de la Escuela “Pasopé”. Recuerdo bien que no dije ni hasta luego. Demasiado feliz estuve.
Lo de los Reyes es algo importante, a propósito, que marca a los niños. Esa cándida inocencia les hace valorar una enormidad cada regalo que recibe, más aún si es de los Tres Reyes Magos porque aquel, el regalo, viene cargado de fantasías, de esas imaginaciones que solamente en la niñez se llega a desarrollar.
De ahí que, así sea el último pataleo de las fiestas, bien vale la adquisición de ese juguete o de lo que sea el regalo que aparecerá en el amanecer del 6 de enero en los zapatitos. Esa ilusión, en verdad, no tiene precio y los padres no lo deben olvidar.
¿A quién no le gustaría amanecer con un regalito en los zapatos?; hasta a mi me agradaría recibir algo. Y, pienso, así se manifiesta la entelequia y que debemos construir y sostener en los niños.  Un chiquillo es sobre todo fantasías a granel y cuanto dolor generaríamos en sus rosadas almas si les sacáramos la oportunidad del vuelo de sus angelicales imaginaciones. No logro imaginarme restándole esta alegría.

Por eso quiero decir hoy a los papás y a las mamás que hagan lo suyo para que Los Reyes traigan a los hijos tan siquiera una camisita sin mangas, o un bolsita de caramelos o una sandía porque un regalo esperan los niños nada menos que de esos señores que vienen en camellos sedientos.
El 6 de enero es el día más importante para los niños. Yo, como papá, nunca tuve el coraje de puentearlo. No pude, así haya necesitado de ese dinero que ya se gastó en las dos fiestas anteriores.
Entonces, por el amor de Dios, dense un esfuercito final, pónganse las pilas, y háganse de ese dinero mínimo necesario para regalar una sonrisa que no se borra en días. Háganme el favor…. Instalen una felicidad en el rostro de sus niños. 

Un presidente en calzoncillos


                                                                       Carlos Antonio López
Hablando de elecciones presidenciales ¿se imagina usted, elegante, siendo recibido por el presidente de la República en calzoncillos?, planteo este escándalo mental porque,  repasando mis apuntes encontré con que el Mariscal López se vestía muy bien, que durante los gobiernos de Francia y los López el paraguayo disponía, generalmente de una sola ropa y que andar descalzo fue costumbre generalizada en el interior del país hasta hace unas cuantas décadas.
Voy al grano: supóngase que usted fue convocado al Palacio de Gobierno y que para el efecto se vista de lo mejor pero que el presidente lo reciba ¡en anatómico!
William Barret en “La Amazona” escribió a fines de la década de 1930 que Carlos Antonio López recibía a veces en calzoncillos a las personalidades. Y en su descargo digo que habrá sido porque hacía mucho calor (imagino que exponía su imperial desnudez en verano y no en invierno) y porque era un gordo de aquellos, aunque no son excusas suficientes como para martirizar al digno cargo con semejante desenfado.
A esta altura de la civilización digo que un presidente es un presidente y que no puede andar en cueros recibiendo gente solo porque hace calor. Y, como que ya nos estábamos yendo hacia ese lado,  últimamente con un presidente que concurría al Palacio en chancletas y se fotografiaba semi en bolas en su jacuzzi comiendo pastelitos.
Felizmente en esto de vestirse nuestros gobernantes retornó la sensatez y de nuevo tuvimos a uno que concurre a su trabajo vestido como Dios manda.
                                                           Elisa Alicia Lynch

Y eso del calzoncillo de don Carlos me anima a rescatar la ingente labor de Elisa Alicia Lynch para que los paraguayos (y las “paraguashas”) se vistan mejor ¡y lo logró! Francisco Solano López, a propósito, no era de vestir mal y menos con una mujer como doña Elisa a su lado que, seguro, le marcaba el compas del buen gusto.
Vaya elegancia la que habrá sido la del mariscal López que el coronel Silvestre Aveiro relató en sus memorias militares que en diciembre de 1868 en Lomas Valentinas, durante el fragor de la batalla, “una bala llevó la punta de la corbata del mariscal desatándosele”.
Le siento pena, en el tiempo, a la señora Lynch por todo el esfuerzo que habrá puesto todos los días para conseguir que los asuncenos  mejoren su manera de vestir. Por aquellos años de paz, antes de la guerra contra la Triple Alianza, los asuncenos preferentemente andaban descalzos. Correspondió a la pareja de López encarar y sostener una fuerte campaña personal para romper con dicha costumbre indígena.
Y hablando de nuestros ancestros nativos, cuenta el sabio Bertoni que los guaraníes andaban desnudos y que en verano se bañaban en los arroyos y manantiales, en abundancia de aquí para allá en todo el territorio de la nación, al menos 12 veces al día y que les resultaba incómodo las ropas impuestas por los españoles precisamente porque debían sacarse antes de cada baño. Bueno, si se bañaban 12 veces al día (en verano, obvio) eso de andar vestidos era casi una falacia.
                                                         Mcal. Francisco Solano López

El mandyju había en estas tierras cuando llegaron los españoles, las indígenas sabían el arte del hilvanar y tejer; o sea, se entiende que los nativos guaraníes no andaban desnudos completamente.
Cuadros pintados en tiempos de Francia por viajeros europeos muestran a hombres y mujeres de la época vestidos con ropas tejidas en lienzos y confeccionadas por las mujeres paraguayas vestidos elementales que tras la Guerra Grande comenzó a desaparecer lentamente no así la costumbre de andar descalzos en el interior del país y las periferias de Asunción y que, esta, comenzó a opacarse a partir de la década de 1950.
Pero un buen retazo de historia relatado sobre nuestras prendas de vestir no es suficiente para justificar que un presidente como don Carlos ande recibiendo a las personalidades en calzoncillos que, dicho sea de paso, no habrán sido precisamente slips capaces de seducir de un vistazo a doña Juana Pabla; aunque … quién sabe … 

sábado, 18 de mayo de 2013

Revistas "pornos" eran las de mi época



Con esto de las redes y los teléfonos celulares con cámaras tengo la impresión que el negocio de las revistas pornos ha terminado o, al menos, está camino de su extinción, ¿o estoy equivocado?; recuerdo la revista “Luz” de aquellos tiempos, de hasta la década de 1970, que teníamos prohibidísimos que nosotros, los adolescentes, tengamos que andar bicheando en secreto ¿Y qué me dicen de aquella película “Helga”, que mostraba todito cómo y, sobre todo, por donde nace el bebé?
Aquello sí que era de escándalos.
De los besitos mimí en las parejas del cine pasaron a aquellos besos profundos con las manos pokoví de los actores por debajo del saivÿ de las actrices, cuando las mamás tomasitas gritaban y procuraban en la platea que su hija no vea y el novio letrado se fregaba las manos en medio de las desventuras acarreadas por la vergüenza colectiva en la penumbra de la sala.
Nunca me voy a olvidar de aquella compañera mía del sexto grado que llevó la revista “Luz” a la escuela y nos mostró. Ore tavyta. Recuerdo que la maestra pilló y le hizo llamar a su mamá a quién le dijo que su hija “es demasiado zafada” y que así las cosas capaz que sea una “mujer perdida que andará muy pronto por las calles por su cabeza”.
En aquellos últimos grados de la escuela y el básico del colegio (del primero al tercer curso) nuestras máximas manifestaciones de rebeldía contra el pudor era escribir en los bancos y los baños el legendario como criollo grafitis: “108” y “108 puto” con lo que exteriorizábamos todo el lívido permitido por aquella sociedad católica, introvertida, reprimida y pudorosa.
Eran tiempos de un lujo urbano, la existencia de los yuyales, el motel de aquellos tiempos. Años en que se decía que los niños venían de Paris, cuando en realidad venían de los yuyales; época en que se decía que el bebé era traído por la cigüeña cuando que la tarea estaba a cargo de la partera del barrio y que se nacía en una palangana, cosa de no creer hoy en día.
Bueno, les decía, los yuyales eran abundantes en todas partes y, por tanto, sucedáneos de los actuales moteles con aire acondicionado, teléfonos internos, piletas jacuzzi y toda esa onda de modernidad que hace que el servicio sea más caro.
Les voy a hablar del primer motel:  a lo mejor no estamos lejos de afirmar que fuera aquella regenteada por un chileno y por muchos años en la casa que mi cuñado le alquiló en Perú y Azara. Claro, por aquellos tiempos esa esquina era una verdadera lejanía por lo que entraba en el rango de “sitio discreto” para los encuentros furtivos. El local tenía sendos portones sobre las calles mencionadas. Como en la época lo de autos era cosa de ricos, las parejitas, ñembotavy hapeite, pues, se metían a pie en el motel hasta que volvían a salir caminando nomás. Total, nadie les veía en esos desérticos arrabales asuncenos.
Después, cuando la modernidad y, sobre todo, las necesidades de las parejas se volvieron más fogosas, abiertas y exigentes,  los moteles fueron hacia el “monte”, a Lambaré, hacia Itá Enramada, donde, entonces, el diablo perdió el poncho. Allí surgió lo máximo en hoteles alcahuetes: “Los pinos” que se habilitó con una inauguración de aquellos a puro champan con invitados fifí. A partir de ahí el negocio fue cada vez más floreciente, excepto aquellos tiempos de González Machi, de cuando todo se vino abajo.
De cómo era la cuestión antes de esa época de mi adolescencia les voy a deber. Solo me imagino cuan difícil habrá sido visto y considerando que las mujeres tenían unas ropas que le llegaban hasta la rodilla y sus ropas interiores se aseguraban con hilo de ferretería, una cosa de locos, pero, en fin, así era la moda y ésta, dicen, no incomoda. Dicen que algo de esto se relata en esa polca de Teodoro S. Mongelós, “Cha jazmín”, la primera música paraguaya porno. Pero esta historia, que no es inédita, les voy a contar en otra oportunidad.
Vuelvo a la película “Helga”. Era de origen alemán si mal no recuerdo. Lo vi en el Cine Terraza Estragó de Fernando de la Mora; todo un drama. Yo andaba por los 18 años cuando tuve permiso para ir a ver la película. Era una purete. Se veía cómo y por donde nacían los bebés, ¡escándalo total! Esta película de corte científico-médico pero ¿cómo eso metemos en la cabeza de nuestros padres de entonces, y al pa´i Arriola que desde el púlpito mandó al diablo a doña María Estragó, la dueña del cine, y no saben la cara larga que ponían las directoras y las maestras de las escuelas República Dominicana y Pitiantuta, para quiénes la película era pornográfico por donde se lo mire?
Y, repito, la revista “Luz”, que trabaja artículos sobre profilaxis sexuales, enfermedades de los órganos reproductores, etc., era una revista porno para todo el mundo y ¿quién les quitaba de la cabeza?;  es que eran años en que las mujeres iban a oír misa con el velo puesto en la cabeza y sus titís estaban tan tapados que habrían sido tiempos difíciles para esas enclaustradas partes del cuerpo femenino.
Digo que hoy las redes sustituyeron a todos aquellos encantos ocultos de la sociedad santularia. Hoy los chicos con una celu toman las fotos que quieran, de la gente que quieran, y de sus partes que quieran y, luego, como si nada, envían por chat las fotos a sus amigos con un textito corto como “esta es mi novia”, “este es de mi novio” y lindezas por el estilo.
Antes se compraban las revistas pornográficas y supongo que sus editores habrán amasado fortunas; ahora, pienso, ya no. La pornografía está en el ejercicio de la libertad de chicos y chicas (¡Ñandejara!, parece que ya va a llegar el fin del mundo) así como ellos entienden y ya no necesitan de aipó revista “Luz” mbaembo para ver, tan siquiera de manera insinuada, las partes íntimas de varones y mujeres. En Internet está toda la oferta que se imagine y no se imagine por lo que, digo, pornografías eran las de mi época, de esas prohibidísimas, de revistas en blanco y negro más ajadas que un guaraní pueblero de tanto andar de mano en mano entre los varones contemporáneos, pero así y todo no éramos zafados.


Don Agüi, el tatacuacero


                                                       Constructor de horno (foto ilustración extraído de Internet)
Don Agustín, más conocido como don Agüi, era el “tatacuacero profesional” de mi pueblo y que por  hacer bien su tarea nunca le faltó trabajo. Sabía secreto por secreto de todo cuanto se refiera a la construcción de hornos que, por entonces, eran imprescindibles en todas las casas.
Todavía yo era niño cuando lo veía por Villarrica con sus cuchara, plomada y balde de albañil dirigiéndose a algún lugar a levantar un horno más. Era un señor retacón y extrovertido, tenía amigos por todo el barrio.
En las proximidades de la Semana Santa andaba a los trotes. Debía reparar unos cuantos que empezaban a caerse y mucho más debía construir. Tenía una manía: los ladrillos utilizados en su obra debían ser de la olería de don Aguilar, el vecino de la Escuela Paso Pe. “Upepe gua ijapu´a porâ ve”, justificaba. No sé si don Aguilar le pagaba alguna comisión que tampoco me importaba.
Don Agüi construía los hornos más redondos que jamás he visto en mi vida. Altos, bajos, grandes o pequeños, todos le salía a la perfección.
Un día quiso evangelizar en el trabajo al borracho de Chiripepé a quién por un tiempo lo tuvo consigo, confiándole los arcanos de su oficio y parecía que, en los transcurrir de los días, el ya legendario Chiripepé se alejaría del alcohol y se convertiría en un excelente constructor de hornos más su aprendizaje terminó abruptamente aquel día de cuándo, mamado, perdió equilibrio y cayó sobre el horno a punto de terminar en la casa de un vecino, en el barrio San Miguel, en pleno Lunes Santo, a las 5 de la tarde.
La preparación de la argamasa era otro de los secretos de don Agüi. Dicen que ya muy anciano contó que debía añadir un puño de pombero rekaka por cada tres baldes de arena y una de cal. Las setas debían ser de los bosques y no de las casas porque estas no ayudaban a calentar el horno con menos leña y en menos tiempo.  Así se decía, incluso después de mucho de haber fallecido aquel buen hombre.
El personaje casi no cobraba por su trabajo, eso sí, de la primera hornada le convidaba el dueño del flamante horno con unas cuantas chipas, ryguasú ka´e y sopas. Es que en aquellos tiempos casi no había circulantes en mi pueblo, una época muy dura de hambrunas y levantamientos cuerteleros.
Si el sacerdote es requerido con fogosidad en la Semana Santa, a don Agüi en los días previos a la Semana Santa; hombre lleno de buena voluntad y el más sabio de su época en “tatacuacerías” y él lo sabía por lo que se ufanaba andando por ahí.
Era un “tatacuacero profesional” como él mismo se hacía llamar.
Quién le habrá enseñado en tan singular arte el tiempo se encargó de esconderlo. Lo curioso de este compueblano era que se negaba rotundamente a construir una hilada de pared; “upea che nda japokua´ai”, aclaraba honesto. 
Sin embargo, un horno levantaba con paciencia y notable rapidez así sea del tamaño que fuere. Desde la primera hilada va administrando la curva ascendente hasta que, en la cima, con maestría daba el toque final a la tarea en un par de horas.
La Semana Santa en mi pueblo era el tun – tun acompasado de las moliendas del maíz en los morteros hogareños, el chillido salvaje del cerdo faenado el Lunes Santo,  el cernido del maíz molido, el encendido de la fogata y, la presencia de aquí para allá de don Agüi, el tatacuacero más formidable, querido y respetado de la comarca. 
                             Horno hecho con molde previo de arena húmeda (foto ilustración, Internet)

El implacable "se dice luego" ...


A la hora de contar, nada más nuestro que el “He´i voi ningo …” de tal o cual persona medianamente famosa. El singular vivo y sonoro del disperso “lo mitâ ningo he´i” implacable, impertérrito. La verdad verdadera del paraguayo no viene por otro sino por esa puntual o difusa intermediación y que sin ella la conversación es irremediablemente incompleta, casi sin sentido, en cuyo caso más valga apelar al no  menos efectivo “dicen que”, “o je´e ningo”.
He aquí, a propósito, algunas frases de paraguayos famosos a fuerza de esta costumbre.
“Âgante, Montanaro” es la frase que cruzaría los últimos años del siglo XX hasta llegar al presente y que pertenece al recordado Humberto Domínguez Dibb (HDD); correspondía al título de uno de sus famosos sueltos publicados en la portada de su diario, Hoy. El padre de Goli  Stroessner no era de llevarse bien con el ex ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, el centro de los disparos verbales de aquel. Y como Montanaro era un kangüe ro de aquellos caía simpático a la gente los comentarios de HDD.
“Shake oú José Gill”, la frase de nuestros abuelos. Gill era un montonero colorado. “Yaha vaivente hina, jaiuma jarro hovype”, es una frase frecuentemente utilizada por nuestros mayores, sobre todo entre los colorados.
“Ikatu a javy, he´i Médico Ju´ai” es más que el “dice que”, parte del refranero popular. Daniel López era un médico naturalista y que sufría de bocio (ju´ai) que en sus medicaciones era muy certero y que indicaba a sus pacientes al recetar “este para el jarro”. Se ufanaba de su conocimiento y para remarcarlo decía “ikatú ajavy”, de ahí la frase.
Perduran frases famosas que enriquecen las conversaciones entre paraguayos como “no hay caso, he´i Gamarra”, “adiomante che calandria”, “elementazo koa, he´i Mbopí Pucú”, “aguapyta sapy´a mi, he´i Gondra”, “tarde o temprano Quintana será su sastre”.
La gente fifí ,pero de esa pesimista, que no ve nada bueno en el paraguayo, dice que en Paraguay nadie pierde ni gana reputación. En junio de 2012, Rolando Niela escribió en Abc: “Cecilio Báez dijo alguna vez, ¨en Paraguay nadie gana ni pierde reputación¨”. Pudo haberlo dicho pero la frase se atribuye a un personaje más o menos de la época del ex presidente, a Ángel Peña.  En “Infortunios del Paraguay”, Teodosio González también utiliza dicha frase, lapidaria por cierto, al igual que Augusto Roa Bastos en “Madama Sui”.
Pero eso es al margen.
En Paraguay es deporte nacional el “0je´e ko” y se practica a sotto voce en todas las clases sociales. Se dice luego.
Walter Bauer era un adivino alemán radicado hasta su muerte en San Bernardino. Sus anuncios nunca fallaron, como aquel a Antoine de Saint-Exúpery (autor de “El Principito”) a fines de la década de 1920: de que éste sería famoso. En torno a aquel extraño personaje teutón se creó “ya lo dijo Bauer” cuando se pretendía avalar la certeza de una posibilidad o aseverar un vaticinio.
“Café o leche, no café con leche”, la famosa frase de Alfredo Stroessner, desentona con la que pronunciara el ex presidente Fernando Lugo durante su campaña política: “mbytetepe, poncho juruicha”. Con Stroessner no había media tinta y, contrario a Lugo, aquella frase está acuñada por él mismo.
A partir del “lo mitâ ningo he´i voi” todo puede resultar cierto: la homosexualidad del juez, la transformación en luisón del séptimo hijo de ña Eustaquia, la fortuna de aquel caudillo liberal que una noche extrajo una olla llena de oro en los fondos del cuartel de López en Pirayú. Cuando “la gente dice luego”,  el mariscal López bien puede bajar de su estatua ecuestre a darse un baño en la bahía en cualquier noche de viernes con luna llena, mientras su caballo pasta en los bajos del Parlamento.
Cuando “se dice luego” entre los paraguayos, respire hondo, relájese y disfrute…


FRASES QUE CRUZARON EL TIEMPO

·         “Partido nacional republicano, católico, apostólico romano” (“Mateo Ka´u”, personaje urbano)
·         “soy el piloto del ambiente de la vida trafalaria” (“Piloto del ambiente”, personaje urbano).
·         “Upeichante va´era voi ningo”, así nomás luego tiene que ser (expresión popular).
·         “No nos jodamos más” (Angela Agüero, llamadora de radio).
·         “Upepevente, upevente” (Bernardino Caballero a josé Domingo Decout, canciller por quinta vez, quién aspiraba ser presidente de la república). 

El travesti Carla



Una persona llamó a plantearme escribir una crónica evocativa de aquella asunción de la dictadura; de esa ciudad igual a la de hoy, pero más discreta: de cuando casi no habían travestis por sus calles excepto uno, Carlos Ramírez, la famosísima “Carla”, que no era “travesti” como se dice hoy, sino un “invertido”, “marica” o sencillamente “puto”, y que dejó su huella en quiénes lo conocieron por dentro y por fuera, porque vestido como mujer era capaz de despertar – y despertaba – las envidias más intensas de las féminas asuncenas más bonitas de la época.
Ante Carlos Ramírez, vestido de mujer, famoso en aquellos años de las décadas de 1970 y 1980, cualquier hombre caía desplomado; era imposible negar un piropo a esa morena de nalgas y pechos así de bien puestos y con su cuidada cabellera hasta por aquí mientras caminaba por las siestas asuncenas.
Era Carlos en su rol de “Carla”.
Las siestas asuncenas era otras, distintas a las de hoy. Por aquel tiempo eran las prolongas horas de descanso, con tiendas y almacenes (no habían supermercados sino uno con ese nombre, “El país”, que no era sino una despensa grande de hoy) también cerradas hasta las 16.00. Esas horas de calma eran aprovechadas por el transformista para andar sin apuros por las veredas del centro.
La morena de pelo lacio y largo y de una cinturita de asimi, generalmente con blusa clara, pantalón vaquero y tacones, andaba sin apuros, discreta, por las veredas cercanas del diario Abc, algunas veces; por la calle Chile, otras. Carla, el puto más bello de la capital paraguaya.  
Para mi modo de ver, Carlos Ramírez fue el campeón de la feminidad. Fue el hombre más mujer que pudo conocer la Asunción pudorosa de aquellos años dictatoriales.

La pequeña y coqueta Asunción de los tiempos de Carla, el más famoso travesti de su época.

Femenina como aparentaba, provocador de delirios, el bujarrón podía trenzarse en infernales moquetes con el hombre que no cumplía con los ritos finales de sus ninfos servicios; es decir, si no pagaba. Era el momento en que era capaz de repartir moquetes y patadas hasta dejar hecho un puré al avivado que gozó de sus extraños atributos.
Carla era famosa en los círculos áulicos de la sociedad asuncena. Su presencia no dejó de sacudir despedidas de solteras y de solteros, hoteles lujosos, famosos restaurantes y clubes y fue, ¡menudo problema para más de una esposa fifí!, rival dura de roer.
Un día, como todas las siestas,  iba yo caminando de mi casa, en Parapití y Segunda, hasta mi trabajo, en el diario Abc Color, cuando vi a una mujer andando en el mismo sentido al mío. Luego de apreciar semejante pecado en tacos altos apresuré el paso y junto a ella no pude sino regalarla un piropo de aquellos. Era Carla para mi desgraciado curriculum de criollo Casanova. Felizmente era de siesta y nadie vio mi papelón. A esta altura de mi vida no puedo sino admitir, como un humilde derrotado, que Carla figura en mi lista de piropeadas.
Travestido hubo siempre, aquí y en todas partes del mundo. Sin embargo, Carla tuvo que haber sido el súcubo pionero en enfrentar la calle asuncena vestido de mujer, por demás de alta peligrosidad visto y considerando que la dictadura no toleraba semejante audacia. Recordemos que durante el gobierno de Alfredo Stroessner fueron detenidos 108 homosexuales por el asesinato de aquel locutor de Radio Comuneros, Bernardo Aranda.
Carlos Ramírez rompió los moldes y se hizo a la vía pública.
Cuando Carla cubría su zona en Asunción, el "Sultana" de Brújula viajaba a Buenos Aires. 

Los pudores no pudieron con él como con los clientes. Vestido de mujer era una princesa extraída de un cuento imposible. I porâ de vicio. Las mujeres de la época tenían mucho por aprender de ese “dulce andrógino”, al decir de  Roa Bastos, refiriéndose vaya a saber a quién otro travesti de tiempos anteriores a Carla.
“Amores monstruosos entre invertidos”, escribió Pío Baroja en “Las noches del Buen Retiro”, tan monstruosos que los pecadores (¿y pecadoras?) de aquella sociedad asuncena de puro recato, de absoluta dependencia católica, preferían eludirlas como tema de conversación informal o, mucho menos, formal.  Era de reconocer esa conducta esquiva ante el travestismo en esa Asunción todavía casi colonial cuando predominaba un creciente conflicto entre los instintos naturales y los condicionamientos culturales impuestos.
No pocos asuncenos han conocido las virtudes íntimas del más famoso transformista  de aquellos tiempos. Con él estuvieron los que experimentaron lo que la iglesia católica llama “amores de concuspiscencia”, del pecado del sexo entre los del mismo género. Y, seguro, lo conocieron del derecho y del revés, arriba y abajo, en el dolor y en el placer; porque, en esto de intimar en pareja, cuentan que Carla era un hombre a carta cabal. Acaso, por eso, en algún diario íntimo, de los más arcanos, debe estar escrito en riguroso manuscrito, que Carla hizo hombre a algún hombre de la A a la Z.
Murió de sida el pobre. Flaco, extenuado, consumido fue fotografiado alguna vez por un reportero del semanario "Esto". El sida lo abrazó como él, en su papel de Carla, esclava y odalisca, a sus clientes y amantes en pasión sexual intensa, como las pasiones descritas por José Luis Sampedro en su novela “El amante lesbiano”. Murió para convertirse en pasado glorioso para, quién sabe, algunos; en leyenda íntima de una ciudad que despertaba para protagonizar poco después el travestismo en todas las instancias con protecciones oficiales, inclusive.
Carla, definitivamente, forma parte de la galería secreta de personas famosas de esta sociedad de la que tenemos arte y parte. Carla, la travesti más bella de Asunción, ya es parte de los genuinos episodios de esta ciudad comunera de las Indias, madre de ciudades y cuna del primer grito de libertad en América. 

Ese papel llamado mazorca de maiz



Voy a escribir sobre el baño campesino. Si me oriento por lo que me enseñaron en la escuela , con candor e ingenuidad, en aquella materia llamada “Lenguaje”, composición, empezaría así: El baño campesino. El baño campesino está en el fondo del patio, no tiene techo y su puerta es una lona. El baño campesino tiene mucho avati ygüe en su atukupe….
No tengo certeza de contar con la lectura de ustedes a partir de esta frase si les sigo escribiendo como me enseñaron en la escuela así que mejor nomás les cuento como yo sé y santas pascuas.
Me recuerdo siempre del baño de mis abuelos, allá en Buena Vista, Caazapá. Sobre todo de cuando llovía.
Pero antes una aclaración:
Por aquel tiempo no se llamaba “baño” sino “servicio”, como dicen los españoles en España (en serio les digo). Bueno, ir al servicio en tiempos de lluvia era todo un problema porque en el pequeño cuadrado rodeado de tablas nomás luego, parecía que llovía más fuerte.
En fin…
Liberado de lo que debíamos liberarnos salimos del servicio hecho sopa y para cuando llegamos a la casa, a unos 40 metros, debíamos arrimarnos al fuego de la cocina para secarnos la ropa so pena de pegarnos una gripe de aquellos y que tumbaba una semana con fiebre y todo.
Un dilema era ir al servicio en los inviernos buenavistenses de la década de 1950 cuando no había ni papel diario por aquellas desérticas comarcas rodeadas de montes y jaguareté para darle mejor uso que el que pretende un editor. Ni hablar del papel higiénico, cosa de los millonarios de la capital que tenían “baño moderno”.

No.
En Buena Vista de aquellos tiempos de revolucionarios y comunistas escondidos por sus montes el papel higiénico era el marlo del maíz; o sea, el avati ygüe, abundante y funcional en aquellos tiempos de generosas cosechas.
Un paso de este modo, media vuelta del zuro y otra repasada y, con la precisión de un arquero medieval a arrojarlo con fuerza y entusiasmo y sin mirar, de abajo hacia arriba, por sobre el entablado del fondo para que, en artístico vuelo por donde debía estar el techo, se deposite en la cumbre de los avati Ygüe en la parte externa y posterior del habitáculo para que desde ahí, como en cascada, fuera “bajeando” hasta ubicarse en su sitio definitivo.
Y ahí, en esa “papelera”, el marlo esperará que natura reproduzca a las simientes que pudieron quedar, como agazapados, en algunas de las puntas para que, tres meses después, con la primavera, un pequeño como frondoso maizal se vuelve a tener detrás del “servicio” pero cuya cosecha no se destina a la elaboración de apetitosas chipa guasu sino se dejaba para el deleite de los chanchos de mis abuelos y con los que quedaban gorditos para las navidades o para la Semana Santa.
Ahora entiendo esa frase bíblica: no todo lo que brilla es oro…

Me parece que por ahora los “servicios” ya se llaman también “baño” en el interior de nuestro país y que ya no se usa tanto el marlo del maíz, así tengamos alta producción anual del grano, incluso las “zafrinhas”, sino el papel higiénico comprado del supermercado (que no es tan suave y delicado como un avati ygüe, que conste en acta). Y esta modernidad me llena de nostalgias por aquellos días de cuando, apuro pe, corríamos bajo la lluvia para meternos en el “servicio” donde el torrente (el que viene de arriba, digo) nos daba con todo, mientras de alguna manera tratábamos de cubrir los marlos para que no se mojen porque si se mojaban, amontema ….

miércoles, 26 de diciembre de 2012

En el desierto con la tormenta


Una tormenta estaba a punto de llegar en Cerrito, donde estuve. Era de tardecita y el temporal estaba a minutos. Me escapé de ahí. Crucé el desierto en un guapo cochecito japonés. Me salvé por un pelo.

Si la lluvia me alcanzaba, me hubiera quedado en pleno desierto, porque cuando llueve hay esterales imposibles de cruzar, como el de la foto. 

A lo mejor a mi nomás me interesa lo que me pasó en ese desértico tramo de 120 kilómetros entre Pilar y Cerrito, Ñeembucú, y por eso les escribo el caso. Para entender esta suerte de tragedia pónganse en mi lugar manejando un coche pequeñito, como el mío, entre arenales con profundas huellas, con la tormenta pisándole los talones cuando la noche empezaba en esas soledades del sur.
El domingo 16 de diciembre estuve en Cerrito, Ñeembucú, por estas cuestiones electorales y donde fui designado apoderado general departamental. A las 17.00 empezamos a contar los votos y nos iba bien hasta que, como a las 19.00, salgo a la calle y veo que el tiempo estaba oscuro hacia el sur animado por permanentes relámpagos.
La tarde daba paso a la noche y yo, atrapado, en aquellas soledades de la república.
Para continuar les quiero decir que Cerrito está al sur de Pilar. Mientras esta ciudad está sobre el Río Paraguay, Cerrito se encuentra sobre el Paraná. El camino desde el pueblo intermedio, Villalbín, hasta Cerrito es de puro arenal con profundas huellas que si el vehículo pancea capaz que tenga para horas paleando para desestancarlo.
Este desierto fue escenario de la Guerra Grande: Curupayty, Estero Bellaco, etc. son enormidades donde la reina es la soledad y que, por desgracia, uno se queda por ahí – y de noche, como si todo fuera nada – nadie garantiza nada a favor de quién es atrapado.

El autito Toyota con el que crucé el desierto de Ñeembucú, con la tormenta pisándome los talones en plena noche. La foto fue tomada a orillas del Paraná en Cerrito. 

Tomo y retomo, he´i Calé: Me percato que la punta de la tormenta está ahí nomás por lo que me apresuro y arranco el coche y vengo a todo dar. En ciertos tramos, apenas dos huellas en la arena, alcé hasta 110 kilómetros por hora. Fui pasando en algunos lugares panceando; algunos puentes de apenas dos tablones pasé como una exhalación, pudiendo haber terminado en algún arroyo. El autito, un Toyotita, volaba.
Me ayudaba los buenos faros, el freno en buen estado, las buenas cubiertas, la potencia del motor así como la versatilidad de la máquina.
Relampagueaba a mi izquierda y a mi espalda; el viento soplaba fuerte y yo corriendo en este territorio donde solo había arenas y montes bajos. Le Dije al Espíritu Santo que él dependía que yo escapara de la tormenta. Si llovía el autotito no podría aguantar algunos lugares con lodo, pocos, pero decisivos para la marcha.
La tormenta de arena golpeaba el parabrisa y la chapería a mi izquierda. En el tablero me fijo en la temperatura del motor, bien; no había ni una luz roja prendida, me tranquilizaba que el vehículo respondía. En ciertos tramos no veía las huellas por la tormenta de arena.
Fueron sesenta kilómetros de locura a velocidades no recomendables para esos lugares y en un auto chiquito. En Villalbín el viento se calmó pero quedé allí en una posada, cuya dueña me miraba extrañada porque mi rostro tuvo que haber demostrado el julepe que me pegué. Quizás esos 60 kilómetros de peligros lo hice en unos 50 minutos.
Quedé en la posada del pueblo olvidado y el temporal pasó. Ahí dormí y al amanecer arranqué el auto, sentí el motor que marchaba perfecto; me despedí del sitio y tomó rumbo a Pilar y de ahí a Asunción. Todas las tormentas asustan cuando uno está en el volante de un vehículo, pero cuando a uno le toma en pleno desierto es otro cantar, por eso les quería contar lo que me pasó. 

Un pueblito, entre Pilar y Villalbín, abandonado a su suerte. La foto tomé al día siguiente de la tormenta que no me alcanzó, aún así pernocté en Villalbín. 

jueves, 20 de diciembre de 2012

PLANTE EN TU HUERTO

Planté tres árboles en tu huerto vacío,
Y dos más entre bananos y matojos.
Tres son curativas;
Dos, saben a mi tierra, nuestra tierra. 
Aquellas para que, alguna vez,
Cures la herida que te aterra;
Estas, para que al azúcar de tus labios
lo disfrute, despacio.
Cuando los tres árboles del huerto
Sean añosos, frondosos,
Y los pacuríes llenos de verdes y pajozos,
Seguirán agridulces, carnosos
Aunque yo me haya muerto.
Por eso,
Planté tres árboles en tu huerto vacío
Y dos más entre bananos y matojos
Para que ni tú sientas el baldío
Ni yo el dolor que me causan tus abrojos.


EMC
(Luque, 20 de diciembre de 2012)

domingo, 9 de diciembre de 2012

Las fantasías de Inocencia



- No hay de qué preocuparse, Vicente viajó a Villarrica para atender a un paciente y volverá si no esta noche, mañana a horas tempranas, de modo que estaremos tranquilos.
- ¿Segura?
- Sí.
Inocencia toma de la mano a su primo, Jacinto Vera, en la puerta principal de la casa. Él ingresa con recelo. Ella tiene el pelo suelto cubriéndola los hombros y, otro poco, el pecho escondido debajo de la conminación de seda y encaje. Sonríe y ante esa majestuosa gracia el hombre se deja llevar en medio de su confusión y asombro.
- No tengas miedo…
En la sala de la casa, tomó las manos de él y las ubica sobre sus caderas, ella rodea con sus brazos el cuello del joven, mientras arrima su boca a la de él. Su perfume y su mentolado aliento excitan al varón, así como cuando en diciembre cosechaban las frutas completamente maduras él se fijara en sus muslos blancos.
- ¿Te acuerdas aquella vez en la chacra? – pregunta ella mientras menea la cintura rozando a la piernas de él.
- Sí.
- ¿Y de tu fugaz mirada ahí donde no podías ver sino aquella vez y ahora?
El hombre, sorprendido, no contesta.
- ¿Me deseabas?
- Sí, sí, claro...
- ¿Querías acariciarme?
- Sí.
- Te notaba en la finca con ganas de tocarme aquí – ella toma la mano derecha de él y la deja deposita sobre su muslo izquierdo. Ahora te dejo que lo acaricies a tu gusto, sin retaceos ni condiciones ¿te gusta?, ¿quieres verlo?, mira, acaricia, sé atrevido conmigo, libera tu libido. Voy a ser tuya. Seré la muñeca con la que hagas tus ocurrencias. Seré tu montura. Tu almohada. Tu kamasutra. Tu exacta postura. Hoy seré todas tus fantasías. Serás mi lingam y; yo, tu yoni, seremos un completo yab-yum como desea y enseña el Shivá de los hindúes.

Unas medias de nylon color carne llegaban hasta mucho más arriba de las rodillas donde se sujetaban con sendas bandas elásticas. Al tacto eran suaves, excitantes, sugerentes y provocadoras.
El hombre no pudo contenerse, ella tampoco, se entregaron a un profundo y apasionado beso. Desliza ambas manos por debajo de la seda y los encajes de la prenda y ella permite que él se manifieste como el macho que esperaba. Los muslos se abrazan, se oprimen. Acaricia sus vellos húmedos, ella se corcovea y se enrosca al cuerpo de él, quién pronuncia algunas palabras soeces y malsonantes provocadas por su excitación y se dispone a desprenderse el cinto y los botones del pantalón.
- Aquí, no – murmura ella.
Le toma de la mano y lo lleva al dormitorio de la vivienda donde se tumban a la cama quedando ella atrapada bajo él. La emoción escarabajea en los genitales de ambos. Ella y él, en magistral osadía, practican el sexo demorado y que esperaron durante tantos años. Sienten como si tuvieran alas; él se sacude como potro; ella, epicúrea, gime, grita y llora como una gata en celo sobre el tejado.
Ella retiene con fuerza al hombre dentro de ella; luego, en hábil movimiento levanta las dos piernas sobre los hombros musculosos y sudorosos de él. Minutos después él se posiciona sobre la mujer con las piernas de ésta sobre su estómago en otra ardiente posición.
Inocencia se siente observada por aquellas amigas de la cosecha de sandías y melones y una de ellas retira hasta con cierta violencia la ropa que la tenía levantada hasta la cintura. No se incomoda. Escuchan reír a las otras jovencitas contagiadas por el éxtasis. Jacinto bocea como un chúcaro caliente mientras la penetra incansable, inclemente.

Las hermanas Petrona y Estela Benítez, cariátides morenas, completamente desnudas y descalzas, paradas junto a la cama con sendas bandejas en las manos; en una, una botella de champan y dos copas y; en la otra, una jarra de plata con bordes de oro con agua fresca y dos vasos, escrutan el intenso protagonismo de la pareja también desnuda. Ellas esperan, pacientes, que la sesión termine o continúe sin fin.
Inocencia y Jacinto, insaciables, piden una y otra vez más y más sexo en esa que no parecía una cama sino un colchón de nubes rodeada de paredes donde se hallan incrustados miles de ojos cerrados y; el techo, como un cielo lleno de estrellas por donde millones de caballos alados integraban una recua sideral galopando entre los soles, la luna y los planetas como nunca jamás había experimentado a lo largo de su vida ni en Buena Vista ni en Asunción.
Juanchí, desde un caballo blanco, observaba a la pareja, paleto, ceñudo, medio sonriente, como desde el trono de Mefistófeles. En determinados momentos el atabaleo del montado interrumpía a la mujer sin dejarla concentrarse en la armonía y el placer del vaivén de sus cuerpos almizclados y salitrosos.
No importa que miren ni que no miren, ni que ambos sean primos, ni que Petrona se haya gustado de él, ni que Juanchí observe, ni que ella ya se haya dado todos los orgasmos que deseaba en este encuentro ni que estén empapados unos de otros. Ella monta sobre la rigidez del primo cuyas manos se posan firmes en su cintura de hembra poseída. Se sienten únicos en el cosmos.
Huelen a sexo y quieren más. Ya no están ni Petrona ni Estela, solo Sebastián Cárdenas vestido con una sotana roja. Ahí ella, como en un paréntesis, en su inocencia edénicas provocando éxtasis en el inesperado visitante. Ella, asustada, trata de cubrirse con la sábana pero no encuentra sino la pollera que vestía cuando cosechaban las frutas y, el poncho de Plutarco Coronel hecho jirones y manchado de sangre.
Jacinto toma un puñal y se dispone a defender a la mujer; Sebastián, ya desnudo y con un tridente de hierro en la mano derecha procura despanzurrar a aquel quién logró vestir una bata color vino que había sobre una silla pequeña. Inocencia bebe una copa de champan y un vaso de agua. Siente que los dos hombres la atrapan y que ambos la someten a un sexo inesperado, degenerado y gustoso para ella.

Ambos eran fuertes, brutales, jactanciosos, altaneros como Juanchí en la fiesta patronal de San Vicente Ferrer. Olían a hacheros después de una intensa jornada en el bosque tumbando árboles. No, ella se percata que no son ni Sebastián ni Jacinto sino Juanchí en persona quién la posee en ese extraño y agitado trémolo de deseos en el cual se había dejado atrapar por propio gusto. Sentía la lengua melindrosa de él invadiendo su boca en orgía salvaje de apasionados orgasmos imposibles de contabilizar.
El atrevido jinete extendió la mano hacia uno de sus senos justo cuando escucha llegar a Vicente de su viaje a Villarrica, por lo que ella, con violencia, apartó la mano de Juanchí tirando incluso al piso el vaso de agua que había sobre la mesita de luz.
Abre los ojos y observa hacia la ventana. Está amaneciendo. Los gorriones anidados en el alero de la casa empiezan a piar; hay completa calma en el dormitorio, la casa, en el barrio todo. Se oye a lo lejos el campaneo del primer tranvía que circula por la avenida, también los cantos lejanos y cercanos de los gallos. Observa el reloj, es hora de levantarse, se siente empapada. Extiende ambos brazos para desperezarse y bosteza largo. Reanimada por la antorcha de la razón, se levanta, recoge el albornoz de su pareja tirado en la silla y lo cuelga en una percha, va al baño se mira al espejo, sonríe, luego se da una prolongada ducha tibia. Vicente seguía dormido.

viernes, 12 de octubre de 2012

Itapé


La ermita de la Virgen del Paso, a orillas del Tebicuary mi,

Coqueto, ordenado, limpio; un pueblito donde la paz es tangible; un rincón paraguayo donde se siente la armonía. Claro, les hablo de Itapé, en el Guairá, a orillas del Tebicuary mi, el de las playas blanquísimas, el de los enormes dorados. Fui una vez más al pueblo como lo hago desde 1960 para llenarme de su magia, para entregarme a la Reina de aquel paso, junto a la balsa, la Virgen del Paso, esa Santa María, Reina de las reinas.
Visitar Itapé el 18 de diciembre, Día de la Virgen del Paso, no es lo mismo a un día como ayer, 11 de octubre. En el día de la Virgen aquello es un estallar de gente, romerías, de ocupantes en las sombras de las arboledas en toda la redonda de la ermita. Fui el 11 de octubre para sentir su vida pueblera, su intimidad.
Al intendente, Ignacio Rotela, le regalé unos libros de mi autoría y me dijo lo que dicen los de tierra adentro: “a las órdenes”, le respondí lo mismo, quedamos en seguir conversando. “¿Cómo ve a Itapé?”, me pregunta un joven que me atendió en la municipalidad, una casita, al costado de la iglesia San Isidro Labrador. Le dije que está hecha una ciudad pero me reservé lo que me produce este lugar: enamoramiento.


La Fiscalía de Itapé.

Bueno, soy de enamorarme con facilidad de los pueblos y cuando estos son más pequeños, más aún. Todo me enamora de Itapé: el canto estridente del gallo en medio del constante silencio; su escaso tráfico automotor, su aire limpio, su gente con ganas de sonreír al visitante y su saludo sincero y efusivo, sus casitas blancas, las mismas que conozco desde hace más de medio siglo, sus patios amplios donde conviven la familia, el pato, la guinea, las gallinas, los árboles frutales y, en el fondo, el chiquero, con un par de cerdos, cada vez más gordos y listos para la faena en diciembre.
Pero más me enamora la Virgen del Paso de Itapé; de ella sí que me fascina y tengo mis buenas razones. Ya les conté que esta buena Mujer me ha regalado su milagro aquel 18 de diciembre de 1960 y que les comenté en otro artículo en este blog. Ella me atrae a Itapé y no puedo negarme, voy a visitarla, la oro, agradezco y charlo un rato con Ella y, desde luego, aprovecho para energizarme con todo ese aire puro, extrañamente sanador, que existe en el entorno de su ermita verde limón.


La plaza, al fondo la iglesia. Serenidad, paz ...

En 1954 la imagen de la Virgen de Caacupé cruzó el Río Tebicuary para llegar al pueblo de Itapé. Antes, para llegar desde Asunción se debía cruzar el río, ahora ya no. Desde entonces la gente dice que la virgen María hace milagros en el lugar por lo que, de inmediato, se construyó un oratorio alto, con 13 escalones a orillas del río porque cuando crece el Tebicuary aquello se convierte en un extenso lago. Hay una placa en la ermita que recuerda aquel peregrinar de la imagen de Caacupé. Seis años después, yo experimenté el milagro de la Señora de Itapé.
Lo que ya sé, porque leí en una placa frente a la iglesia, es que el fray franciscano Buenaventura Villasboa se radicó en Itapé en algún momento entre los siglos XVII y XVIII amansando, vistiendo y evangelizando indios. Rafael Eladio Velázquez cuenta que la reducción de Itapé y al cuidado de los franciscanos se fundó en 1686 y que un tal José Bernardino Servín (1643 – 1705) tuvo participación decisiva en la fundación de este pueblo.


El centro Cultural de Itapé, aquí funciona una biblioteca pública.

Aquí nació un blibliófilo impenitente, al decir del profesor Luís G. Benitez: Adolfo Aponte (1874 – 1949). Poseía una de las bibliotecas más ricas del Paraguay, fue literato y filólogo, a más de abogado, parlamentario, ministro en el gabinete del doctor Eligio Ayala, presidente de la Corte Suprema, decano de la Facultad de Derecho y rector de la Universidad Nacional.
Me inspiré en él y llevé unos libros de mi autoría y regalé al intendente así como a la biblioteca del Centro Cultural de Itapé. Aquí me atendió un joven maestro cuyo apellido no es difícil memorizar, González; “bueno, le voy a ser franco, el director de la biblioteca ahora no está y yo estoy interinando”, me dijo a lo que respondí que no importaba, que lo mismo yo le entregaba los libros para la biblioteca.
Cuando estuve allí no había lectores, solo un joven que forma parte de un equipo encargado del censo poblacional. Los maestros y los libros son lo más importante para salir adelante, le digo; “sí, señor”, asiste. Esta biblioteca no sé cómo se llama, no pregunté, debiera llevar el nombre de Adolfo Aponte si ya no llama así.
Para escribir nada mejor que la paz, una biblioteca con los libros que uno leyó, relee y seguirá leyendo. Sueño con instalar un lugar modesto pero cómodo en Itapé para escribir las historias del pueblo, de la Virgen, de la gente del Guairá ¿cómo no inspirarse en semejante santuario de la paz como lo es este pueblecito ribereño?, además está en mi Guairá entrañable. Hay algo que me atrae a este rincón paraguayo que me tiene enamorado desde niño.


La iglesia San Isidro Labrador.

Me detengo en la plaza callada frente a la iglesia donde el santo patrón es San Isidro Labrador. El portal musgo del dorado templo está cerrado; dos campanas en sendas espadañas anuncian las misas domingueras y redoblan en el funeral y también proclaman el ángelus en su espacio inmenso por el sobre el pueblo, el río, los cañaverales y el ingenio cercano.
El largo corredor sacro de la iglesia con sus baldosas viejas rojas y negras y sus columnas en curvas me recuerdan a rigurosidades eclesiales de otros tiempos, de cuando el sacerdote oficiaba la misa en latín, de cuando nadie comulgaba sin previa confesión y las mujeres no participaban de la ceremonia sin velo en la cabeza, faldas por debajo de las rodillas y los pechos cubiertos pudorosamente.


Lo sacro de la iglesia en rojo, negro y amarillo.

¿Cuántos habitantes tiene Itapé? Pregunté al profesor González; ya debe andar por los 8.000 a 10.000 habitantes, responde.
Tomé la ruta que conduce de Coronel Martínez para llegar a Itapé. Las máquinas están trabajando en esta carretera que más temprano que tarde está completamente asfaltada. El empedrado avanza, lo mismo que la construcción de un puente de hormigón armado que sustituye a otro de madera. Son 22 kilómetros entre campos de pastoreo y de cañaverales. Cuando las obras viales terminen, desde Asunción a Itapé se podrá llegar en coche en menos de dos horas y media. Obras son amores…


La ruta Coronel Martínez - Itapé (22 kilómetros) próximo a ser asfaltada. Aquí, el puente viejo y la construcción del nuevo.

Itapé, esta capital de la fe guaireña, promete sorpresas a los que llegan a sus orillas. Si me preguntaran cual es la que descubrí no puedo dudar para responderles: la paz. Itapé es pura paz a tal extremo que los vecinos dejan hasta sus sillas, motos y coches frente a sus casas, en la calle, porque los marginales no se animan a violar esa paz. De todas maneras, la comisaría local está alerta para alojar a todo aquel que se anime a quebrantarla.


Las casas antiguas y sus patios solariegos, el asfaltado, la luz eléctrica en el pueblo de Itapé.

La paz se siente en Itapé. Hagan la prueba, vayan, visiten la ermita, oren, recorran las calles del pueblo y me darán la razón porque sentirán en su piel el sociego, el reposo, la armonía. Como siempre digo, no me crean, vayas ustedes mismos, experimenten, y después cuéntenme sus experiencias.
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ITAPE, GUAIRÁ, PARAGUAY

Fundación: 02/05/1686.
Fundador: Fray Buenaventura de Villasboa.
Población: 8.000 / 10.000 Habitantes.
Categoría: Municipio.
Ubicación: Orillas río Tebicuary mi.
Patrón: San Isidro Labrador.
Fiesta mayor: 18/XII, Virgen del Paso.
Barrios: S. Isidro, Dulce Nombre de Jesús, S. Francisco, Corazón de Jesús, Inmaculada Virgen del Paso.
FUENTES: Wikipedia, datos propios.
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