Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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jueves, 29 de mayo de 2008

En la paz del Real Monasterio de la Encarnación

La paz reside en la buena voluntad decía San Agustín. Y en el Real monasterio de la Encarnación, tengo ganas de añadir. Cuando crucé sus altas puertas y estuve en su primera sala con cuadros antiguos sentí paz. Se me ocurre repetir en silencio el refrán: aquí hay paz y después gloria. Siento que se inyecta en mi ánimo mucha tranquilidad y sosiego al andar por sus amplios corredores, sus silenciosos salones, bajo las altas bóvedas de su iglesia madrileña.
Ver los mismos cuadros de hace decenas de generaciones atrás; los mismos ventanales, la misma sala donde cantan 20 monjas. Y el órgano. Y el olor a antiguo, hacen que la paz se anide en el alma del visitante. Detrás de los muros de este monumento están guardados 397 años de historia de España y sus colonias. Desde cuando Felipe III y Margarita de Austria se dispusieron a respaldar su construcción. Todo comenzó en 1611.
El Paraguay, entre tanto, no era sino como el aleteo de una mariposa que, con el tiempo, desencadenaría tornados políticos, económicos, religiosos y sociales en el centro de esas tierras indígenas. Guaraníes, en región central y; guaicurúes y payaguaes, en el sur chaqueño, era la población paraguaya de cuando empezó la construcción del Real Monasterio. ¿Qué más?; que los españoles buscaban denodadamente las montañas del oro y de la plata y que se estaba en vísperas de iniciarse el sistema misionero de los jesuítas.
Bajo hasta el relicario del monasterio, un espacio santo; histórico y lleno de misterios cristianos. Cruces, nichos sobre nichos, huesos, calaveras de mártires, cofres, más cofres, más, más. Conjunto de unas 700 piezas, todas reliquias. Y también la sangre en estado sólido de San Pantaleón, médico de 29 años decapitado por los romanos en el año 309, un 27 de julio. Sangre licuada cada aniversario de su muerte, fenómeno para el cual la ciencia no tiene una explicación.
Y también los huesos de San Alejandro ante mis incrédulos ojos y las astíllas del madero en el cual Jesús fue crucificado.
¿Qué otra sensación se puede sentir luego de andar por los mismos corredores por los cuales han caminado reyes, principes, sacerdotes, cardenales, santos y santas que no sea el de la paz?