Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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domingo, 28 de octubre de 2012

Cerrito, Ñeembucú



Miles de turistas atrae el Río Paraná en los alrededores de Cerrito por la pesca del dorado.

Pueden ser ricos, muy ricos, pero son pobres de solemnidad insondable. Tienen la “fábrica” de dinero más benigna que se puedan imaginar, el río Paraná, pero ahí están sobrellevando miserias. Me refiero a los 5.000 habitantes de Cerrito, en Ñeembucú, separados del resto del país por humedades y unidos (es una forma de decir) a Pilar por un camino antiquísimo de 120 kilómetros. La riqueza de la zona es la gran cantidad de pescado que hay en sus aguas.
Visité este pueblo la semana pasada. No es fácil llegar hasta allí desde las riberas del Río Paraguay, desde Pilar, excepto que se tenga a manos un buen vehículo 4 x 4 y que los esteros no estén crecidos. Solo tres veces por semana un viejo ómnibus propiedad de un vecino hace el servicio de transporte de pasajeros.


La Isla Guazú, en aguas jurisdiccionales de Paraguay, y que forma parte del distrito de Cerrito.

Ante semejante lejanía y abandono por parte del Estado, los cerriteños (o cerritenses) cruzan el Paraná en lanchas (el pasaje cuesta 15 mil guaraníes) y llegan a un pueblo correntino llamado Yaha pé de donde se surten de comestibles, medicamentos, etc.
Y uno que llega desde la capital tras el ajetreante viaje hasta estas altas riberas del Paraná se pregunta cómo es posible que haya pobreza si el río produce pacú, dorado, boga, surubí y otras especies de rio más grandes que la propia mentira de los pescadores.
Me cuentan que hay dos asociaciones de pescadores que nuclean a unas 500 personas, muchos de ellos ocupan las riveras del río donde instalan sus casitas y que cuentan con los servicios básicos, incluso en algunos con antenas parabólicas para ver televisión. Extraen los peces, venden, recaudan unos cuantos guaraníes y más allá no van.
Pregunto en la casa de una familia orillera, la de los Gonzàlez Ivaldi, si el río tiene muchos peces y responde la esposa del pescador, en broma, que allí aquellos (los peces) se ofrecen en las orillas para que sean capturados; “sí, etaitereí oi”, dice. Y le pregunto a quién venden y responde que a los que vienen, a los vecinos, algunos son macateros y que los argentinos y brasileños son los que sacan provecho de la riqueza.


La vivienda de la familia González Ivaldi, en las mismas orillas del Rio Paraná, en Cerrito.

No hay cooperativa de pescadores, pero las dos asociaciones carecen de lo mínimo para intentar ventas a escala creciente y sostenida. Nadie les asesora, nadie les marca rumbos comerciales, ni las autoridades locales, departamentales ni nacionales, ni los que puedan estar interesados en negocios. Son cinco mil paraguayos con una mano atrás y otra adelante pero sentados sobre una mina de oro sin saber qué hacer con la riqueza.
Es curioso y uno dirá que es todo mentira. Vean: un kilo de dorado cuesta en Cerrito 15.000 guaraníes y esta especie ictícola es abundante, ¿Cuánto cuesta el dorado en Asunción?, me dicen que el Ciudad del Este se paga hasta 100.000 guaraníes por kilo.
¿Pueden ser ricos los cerritenses mediante la explotación de su potencial acuícola?; y mi sentido común me dice que sí. Si lo primera necesidad es el alimento, ¿cómo es posible que no se explote esta cantera alimentaria? Quizás una cooperativa sea el camino más corto para generar dinero entre los habitantes de este remoto pueblo sureño.

El Rio Paraná entre la orilla y una isla en el lado paraguayo a la altura de Cerrito, Ñeembucú.

Digo nomás, si yo fuera el poblador de Cerrito y tuviera un mínimo de capital, me haría de una camioneta con equipo de refrigeración, un pequeño frigorífico para almacenar el producto, saldría a buscar compradores en Pilar, San Ignacio, Asunción, Encarnación, etc., y formaría mi red de clientes.
Si yo fuera quién vive en el pueblo pediría un apoyo financiero para comprar los equipos de pesca, montar una estructura mínima de red de frio para el almacenamiento de la pesca, etc., y encargarme con mi propia gente de la distribución y venta. Alentaría, claro, a la formación de una cooperativa de modo a hacer volúmenes y pensar en proyectos empresariales más ambiciosos. Claro, se puede ser rico con la pesca en Cerrito. Desde luego, cuidaría celosamente de la reproducción de los peces y del mismo río que nos da la oportunidad de crecer.
Pero la mayoría trabaja en la chacra, como Ceferino Bogado (57) y su esposa Liduvina Viveros (48), de Costa í, compañía a tres kilómetros de Cerrito. Ellos producen caña dulce y fabrican miel, maní, maíz mandioca, de la que fabrican almidón y tienen vacas que de ordeñarlas Liduvina tiene una enormes manos, callosas. De las 40 hectáreas que ocupan, y que en un lado linda con el Estero Manantial, 10 hectáreas están reforestadas con curupa´y y cinco hectáreas es pura chacra. Casi toda la producción de la capuera es para el consumo en la casa. Ceferino y Liduvina que llevan 33 años de casado, tiene siete hijos y 10 nietos.


Ceferino Bogado y su esposa Liduvina Viveros de la compañía Costa i, Cerrito.

Cerrito tiene varias compañías, a propósito: A más de Costa í están San Salvador, Paso Tajy, Franco Ñu, Curuzú Avá, Isla Ro´y, Potrerito, Potrero Villalba, Tacuruty, Zanja Ruguá, Villa í, Cerro Ñu y Potrero Saná. Sus barrios son Norte, Obrero, Central y Sur donde viven 6.000 personas. La mayor parte de la producción es para el consumoen la familia.
Esa noche de cuando fuimos a la casa de un vecino pescador a pedir un dorado y que nos vendió en 45.000 guaraníes (pesaba tres kilos y medio) y que la mandamos a una parrilla, mientras que de la cabeza preparamos un pirá caldo de aquellos, pensé en la oportunidad perdida y me pregunté si donde están los visionarios, los talentosos, los paraguayos de buena voluntad para convertir a Cerrito en un emporio de trabajo mediante los peces de su caudaloso río. Me quedé con el provecho del chupín y del caldo que para qué les cuento…
(publicado el 24 de octubre de 2012 en el semanario Esto de Asunción)