Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

Temas disponibles en este blog

sábado, 15 de junio de 2013

Locutores de la vieja guardia

Los saludos mientras Eduardo Palacios registra en una cámara el evento. En el medio, Carlos Cuenca trata de convencer de algo a Ricardo Rodas Vil en tnato que otro, luego de años sin verse, como que pregunta Carlitos Vera si él es él. En el fondo, Piter Insfran, de blanco riguroso. La fiesta de los locutores el 9 de junio de 2013. 
José Luis Perales dice que el amor es parar el tiempo en un reloj. Y en el amor debe ser porque lo que es en la vida real ni por casualidad. En este sentido Enrique Torres es realista: el tiempo hatá oiko ñane aka omoapatî. Digo esto porque a muchos colegas locutores volví a ver 40 años después.
Fuimos a la fiesta de los anunciadores de radio y televisión en el restaurante “Noches asuncenas” en el local que por tantos años ocupara Radio Guaraní y donde trabajé un par de temporadas.
Estaba presente esa flor y nata de las radios de antes: Atilio Valiente, Ernesto Abdo, Edith Victoria, Blanca Navarro, Ramón Mongelós, Miguel Fernández, Dorita Rudis, Graciela Pastor, Carlos Cuenca, Ricardo Rodas Vill que pese al tiempo mostraron ganas de vivir (digamos, procurando un toque y despegue contra el tiempo que a las cabezas vuelven blancas y/o calvas).
Después de tantos tiempos vi a Pachín Roa Godoy, aquel pituco de los escenarios y los micrófonos radiales, hoy hecho un abuelo, un venerable abuelo bueno.
Federico Fariña Ropón, Ramón Mongelós (el inolvidable "Timidito"), Atilio Valiente (67), yo, mi nieto Dani, Carlos Montaner Vergara (75) y, de espaldas, Carlos Cuenca. 

Mario Moreira, aquel muchachito y fiel compañero de Alejandro Ortíz Aquino,  ya es un señor rompiendo las barreras de los 60 pirulos.
La mesa compartimos con Federico Fariña Ropón,  famoso animador de las no menos famosas parrilladas asuncenas de la época de oro de las noches capitalinas. Lo noté con el rostro cambiado por tantas batallas en la vida pero con todas las energías del pendejo veinteañero.
Piter Insfran, para pasar desapercibido, vino vestido con un traje blanco de aquellos. Hizo de presentador de presentadores y artistas, como del mago Nitzugan, de Ernesto Abdo y de Carlitos Vera.
Se comió como nadie, se brindó, se bailó como en las fiestas alemanas, se cantó el “que lo cumplas…” y se cortó la torta. Una fiesta de aquellas donde algunos, como Lulú Ortíz, buque insignia de la vieja guardia, no pudo venir y los asistentes comprendieron la ausencia, los años no pasan solos.
Rodolfo Schaerer Peralta fue el gran ausente. Es que el año pasado se le ocurrió marcharse a una radio celestial desde donde anda difundiendo su “Noches estelares de tango” y comentando sobre folklore y folkloristas desde algunas nubes traviesas. Sí, faltó Rodolfo pero estuvo, no sé si me explico…
                                                        Edith Victoria (Izq.) con su hermana, Dorita Rudis. 

En mis años mozos yo no dejaba de concurrir a las fiestas aniversarios de los locutores (9 de junio), aquellos tiempos de Silvio Noguera Ayala, Herma Sosa, Carmelo Ruggilo, Bety Rott, Margareth, Narciso Ríos, Andrés Barreto Calderoli, Papi Nuñez, Edilio Valdéz Benitez, Francisco Díaz Cantero, Chicle, Juan Carlos Martínez, Enrique Benitez … ¿se acuerdan?
¿Cómo no recordar a Teresa Aguayo, la incansable secretaria de Enrique Benitez en Alortpa y la Agencia Paraguaya de Noticias (APN), la encargada de organizar aquellas fiestas de locutores y operadores llenas de bote en bote?, ¡¡qué fiestas, compañero!!

Pero lo de este domingo pasado no fue menos. Mucha gente, muchos amigos, fue toda una asamblea de grandes y apreciadas voces. Solo que los años no pasan al divino botón, pero ahí está, al fin de cuentas, la gracia de todo ese encuentro, cuarenta y cincuenta años después sin importar que al tiempo no se pueda parar en un reloj.