Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

Temas disponibles en este blog

martes, 24 de abril de 2012

Descortesía en las redes sociales

Es llave la cortesía / para abrir la voluntad / y para la enemistad / la necia descortesía”, plasmó Lope de Vega en Fuenteovejuna ¿Somos corteses al tratar con los demás?; recorro las redes sociales y el desengaño me acosa ante la realidad vigente: cuando menos esperamos y por cualquier razón, hasta por la más nimia,  la disputa se instala entre la gente como virus en el sistema informáticos.
En las redes descubrimos nuestro lado cavernario y, no solo eso, sino lo dejamos actuar contra los demás hasta que el tema se agote y comience otro con el cual seguir la agreste carrera de destripantes como torpes  impugnaciones.
La cortesía se vio avasallada por la cultura de las refutaciones, en ciertos casos con razón pero a espaldas de la prudencia, esa virtud que hace de paño frio entre los más inteligentes, para establecer un nuevo modelo de relacionarnos en la virtualidad: el de la descortesía.
¿Los paraguayos somos naturalmente objetores?; supongo que no somos ni más ni menos que los de otras nacionalidades pero lo claro que notamos es la semilla de la disputa sin razón, sembrada por no pocos paraguayos en las redes y que, como las hierbas malas, crece con inusitada rapidez con efectos más bien negativos que positivos para nuestro mutuo crecimiento y entendimiento.
Las radios fueron las primeras vías por las que practicamos el rechazo gestándose para el efecto una casta desconocida hasta entonces, la de los “llamadores”, que al amparo de la democracia arremetió contra los demás sin más límites que lo que dicta la promiscuidad de la consciencia.

Cuando los oyentes empezaban a desprenderse de las radios como medios de información ante tal atropello en masa, aparecieron las redes como Twitter y Facebook, excelentes herramientas para vincularnos todos, con las que no pocos siguen dando golpes y porrazos a quien se asome por los parajes virtuales.
Así como hay metales nobles, como el oro y el platino, también hay gente noble. Y dice Tirso de Molina que el que es noble no habla mal. Si es un bienhablado se está ante una persona cortés exornada, desde luego, por la discreción y la benevolencia, atributos suficientes como para tratar con ella con seguridad y confianza.
La persona amable habla con discernimiento y reemplaza la palabra por el silencio cuando comprende que navega en aguas de la prudencia.
El amable es digno de ser amado; el grosero, en cambio, es rechazado. La amabilidad es una cualidad aprendida en el hogar, en el entorno en el cual se crece. Si nos desarrollamos con buenos ejemplos y, por tanto, entre buena gente seremos dignos de ser amados. Estamos pues en la largada universal, la de la educación permanente y seria.
El afable es capaz de interpretar para bien el silencio del interlocutor; para el rudo, la prudencia es un texto fácil de malinterpretar. El cortés es optimista; en el grosero, el moho del fatalismo primitivo, como decía Roa Bastos, crece por dentro.
El cortés crece en el conocimiento; el descortés, en la ignorancia. Aquel alienta; este, desalienta. Uno escucha y luego juzga; otro, va al cuerpo, murmurando, calumniando, desacreditando, impugnando a troche y moche.
San Fernando Rey - siglo XIII -  aborrecía las murmuraciones y las malas conversaciones y repetía: “Le tengo más horror a una lengua murmuradora que a un ejército de moros”.
Las redes sociales, en fin, descubren a muchos por su lado descortés, por el lado de la falta social; en las incoherencias de sus palabras, en el torrente de expresiones surgidas del pensamiento y atribuibles a fallas de educación.

Quiero pensar que la mayoría de los paraguayos seguimos siendo sencillos, hospitalarios y amables y que solo algunos son portadores del virus de la grosería que amenaza, eso sí, con extenderse si no nos percatamos a tiempo que estamos cayendo en su trampa. El alarido de los necios no debe ser sino como el borde de los precipicios a los cuales es mejor no arrimarse. De estos, de los necios, es necesario sacudirnos de modo que las redes sociales resulten efectivamente útiles para el bien, para el buen provecho de cada uno.