Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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domingo, 27 de febrero de 2011

Café

El aroma del café mañanero es una de las sensaciones más agradables. Mucha gente no puede encarar el día sin beber previamente su café con leche; otros, sencillamente son cafeinómanos, no pueden estar, al menos en la oficina, sin su permanente tasa de café humeante, como los finados Carlos Niz y Carlos Galli.
En el mundo, tomar el desayuno es tomar una tasa de café con leche, sobre todo en occidente ¿De donde viene todo ese gusto?, supongo que de los turcos. Una apetitosa herencia, dicho sea de paso, contagiada vaya a saber mediante qué sultán de qué época perdida y, de qué mercader pionero que alzó unas cuantas bolsas del producto hacia estos puertos nuevos.
A veces pienso si cómo hubieran surgido grandes novelas sin el alcaloide del café de por medio espoleando la creatividad del escritor.
También me pregunto qué sentido tendría el ocio sin los cafetines desparramados por América y Auropa; y los grandes negocios sin la tasa de café; y la diplomacia; y la política y, ¡cuándo no!, el fútbol.
El café es parte de nuestro consumo diario, por tanto de nuestra cultura; en este sentido somos iguales a los turcos, a los europeos, al resto de los americanos que también consumen café negro, café con leche, sólo, acompañado, en la casa, en la oficina, en los bares, en la calle.
A propósito, ya casi no forma parte de los personajes callejeros de Asunción los vendedores de café, aquellos que en árganas de madera al hombro pregonaban el café negro en las calles asuncenas de hasta la década de 1980. No vendían, hablando mal y pronto, café sino "caflí", como se decía en Asunción al de poca monta.
Cafeterías famosas tuvo la capital paraguaya como Sorocabana y Capri que hoy ya no están, donde se reunían doctores y temporeros, famosos, no tan famosos, linajudos, currutacos, gente simple y desconocida de solemnidad, golfos y honrados igualados por una tasa humeante de café al tiempo de provocar en esa estimuladora atmósfera corros para las divagaciones, comentarios y juicios en broma y en serio.
Café, cigarrillo, lluvia y un amor perdido, ¡vaya coctel peligroso!; Cátulo Castillo lo describe: "Y allí con tu impiedad / me vi morir de pie / medí tu vanidad / y entonces emprendí mi soledad / sin para qué / llovía y te ofrecí ¡el último café!".
Hablando de esas ramas de la nostalgias, se me ocurre la soledad de aquellos que, inmóviles, impávidos, sin motivaciones, quedan como clavados frente al pocillo de porcelana contemplando los posos del café, buscando en esos,acaso, explicaciones al porqué de su soledad.
Conozco algunas personas que no pueden avanzar en sus tareas sin el café de la tarde; su café con leche con medialuna o un pan untado con algo dulce, sin el cual se tornan, incluso, intratables. El coronel Albino Jara tomó café hasta el último instante de su vida. Sus últimas palabras, a propósito, al ser servido un jarro de café, fueron: "esto, sí, es café...".
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¡Uf...!, son casi las 8.3o de este domingo, hablamos después, voy a tomar mi café...