Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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jueves, 9 de julio de 2009

Templanza

Mi abuelo, Valentín Cuevas, administraba un obraje en Mburica Potrero, Luego Buena Vista, en los montes de Caazapá. Todas las semanas entregaba rollos y maderas aserradas a la compañia Fassardi que, a su vez, los exportaba a Buenos Aires. Cada viernes pagaba a su personal y los sábados, a horas tempranas, montado en un elegante parejero tomaba rumbo al pueblo de Caazapá para farrear con sus amigos.
Contaba mi madre que dejando todo en orden lo respectivo de la casa se marchaba y volvía el domingo, avanzada la noche.
Iba a farrear con dinero suficiente, como para gastarlo en los naipes, las carreras cuadreras, los bailes y en todo cuanto un arriero paraguayo como él practicaba con dinero en el bolsillo. Con semejante respaldo metálico era capaz de pagar una vuelta de caña a los presentes en el boliche del pueblo o acaso en los bailes de los domingos al mediodía bajo algún naranjal de los patios caazapeños.
Los paraguayos llaman a estos, "arriero paité", un amigo completo y desprendido, que, supongo, tuvo que haberle producido una sobre dósis de confianza, convirtiéndole en una suerte de arriero "chusco", seguro de sí mismo.
Se me hace que mi abuelo no escapó al promedio de los paraguayos del campo, que con un poco de poder otorgado por el dinero es capaz de poner pecho a todas las metrallas y hasta de morir con la sonrisa en los labios, como describió Francisco Casabianca en su libro "Memorias" al referirse a la forma en que algunos paraguayos de la Guerra Grande morían por Estero Bellaco.
El 22 de diciembre de 2000, a propósito, en un día con nieve y mucho frio en Nueva York, un joven paraguayo me preguntó en un restaurante en Queens, barrio ocupado por miles de compatriotas, si donde había un lugar donde concurren los paraguayos. Tocándose el bolsillo derecho del pantalón me dijo "aquí tengo mucho dinero y quiero farrear. Yo le invito si conoce donde podemos ir a tomar cerveza. A mokoso lomitandive (quiero beber con los amigos)". Paraguayo por donde se lo mire.
Me recordé de lo que podía haber sido mi abuelo por aquellos años de su juventud cuando iba a Caazapá.
Ya llegará el lunes sin si un peso en el bolsillo retomando las tareas sin que, a lo mejor, tenga dinero para encarar las responsabilidades personales mínimas.
No quisiera que fuera así pero sospecho que el hombre paraguayo tiene algunas deudas con la templanza; que no se pone freno a si mismo, que no es dueño de si. La destemplanza de muchos paraguayos conduce, incluso, a extremos trágicos, porque no domina sus apetencias del origen que fuere. Las borracheras y las cuchilladas son hijas predilectas de la destemplanza.
En Paraguay se conoce al hombre tranquilo, firme, orientador como a un "karai sereno" y esta serenidad le otorga el título de "karai guasu" (señor respetable). El hombre sereno también es el "py´a guasu", el que no teme a los peligros y que no los provoca. Este es preferido al audaz, al arremetedor, como José Gill, un caudillo colorado de otros tiempos. El caudillaje es de los hombres serenos y de los audaces generalmente. En los pueblos se prefiere al caudillo sereno, el que practica la templanza.
La templanza es el cadalso del ego, por tanto, una virtud propia de los santos. Se me hace que Pablo, el converso camino a Damasco, fue hasta cuando escuchó la Voz de "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?", un fanfarrón con poder que terminó siendo tocado por la templanza.
En estos días una noticia sacudió a Paraguay: unos policías de Ciudad del Este sometieron sexualmente a una joven mujer dedicada a levantar apuestas de la quiniela ilegal. Los policías filmaron sus detestables conductas. A esto llamaríamos descontrol de si mismo, no ser dueño de uno mismo. Estos policías, pues, viven de espaldas a la templanza.
El Paraguay está colmado de abusos. Abusan los sindicalistas con sus huelgas, los campesinos con sus cierres de rutas, los periodistas con sus críticas muchas veces desacertadas, los aduaneros con las coimas feroces. Nos falta templanza, esta virtud que nos permite actuar con medida, sin excesos.
Aunque no pretendamos ser santos, bien vale por nuestra propia felicidad y la de nuestro entorno, probar un buen trago de la templanza. Estoy seguro que no nos arrepentiremos.