Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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sábado, 18 de mayo de 2013

Revistas "pornos" eran las de mi época



Con esto de las redes y los teléfonos celulares con cámaras tengo la impresión que el negocio de las revistas pornos ha terminado o, al menos, está camino de su extinción, ¿o estoy equivocado?; recuerdo la revista “Luz” de aquellos tiempos, de hasta la década de 1970, que teníamos prohibidísimos que nosotros, los adolescentes, tengamos que andar bicheando en secreto ¿Y qué me dicen de aquella película “Helga”, que mostraba todito cómo y, sobre todo, por donde nace el bebé?
Aquello sí que era de escándalos.
De los besitos mimí en las parejas del cine pasaron a aquellos besos profundos con las manos pokoví de los actores por debajo del saivÿ de las actrices, cuando las mamás tomasitas gritaban y procuraban en la platea que su hija no vea y el novio letrado se fregaba las manos en medio de las desventuras acarreadas por la vergüenza colectiva en la penumbra de la sala.
Nunca me voy a olvidar de aquella compañera mía del sexto grado que llevó la revista “Luz” a la escuela y nos mostró. Ore tavyta. Recuerdo que la maestra pilló y le hizo llamar a su mamá a quién le dijo que su hija “es demasiado zafada” y que así las cosas capaz que sea una “mujer perdida que andará muy pronto por las calles por su cabeza”.
En aquellos últimos grados de la escuela y el básico del colegio (del primero al tercer curso) nuestras máximas manifestaciones de rebeldía contra el pudor era escribir en los bancos y los baños el legendario como criollo grafitis: “108” y “108 puto” con lo que exteriorizábamos todo el lívido permitido por aquella sociedad católica, introvertida, reprimida y pudorosa.
Eran tiempos de un lujo urbano, la existencia de los yuyales, el motel de aquellos tiempos. Años en que se decía que los niños venían de Paris, cuando en realidad venían de los yuyales; época en que se decía que el bebé era traído por la cigüeña cuando que la tarea estaba a cargo de la partera del barrio y que se nacía en una palangana, cosa de no creer hoy en día.
Bueno, les decía, los yuyales eran abundantes en todas partes y, por tanto, sucedáneos de los actuales moteles con aire acondicionado, teléfonos internos, piletas jacuzzi y toda esa onda de modernidad que hace que el servicio sea más caro.
Les voy a hablar del primer motel:  a lo mejor no estamos lejos de afirmar que fuera aquella regenteada por un chileno y por muchos años en la casa que mi cuñado le alquiló en Perú y Azara. Claro, por aquellos tiempos esa esquina era una verdadera lejanía por lo que entraba en el rango de “sitio discreto” para los encuentros furtivos. El local tenía sendos portones sobre las calles mencionadas. Como en la época lo de autos era cosa de ricos, las parejitas, ñembotavy hapeite, pues, se metían a pie en el motel hasta que volvían a salir caminando nomás. Total, nadie les veía en esos desérticos arrabales asuncenos.
Después, cuando la modernidad y, sobre todo, las necesidades de las parejas se volvieron más fogosas, abiertas y exigentes,  los moteles fueron hacia el “monte”, a Lambaré, hacia Itá Enramada, donde, entonces, el diablo perdió el poncho. Allí surgió lo máximo en hoteles alcahuetes: “Los pinos” que se habilitó con una inauguración de aquellos a puro champan con invitados fifí. A partir de ahí el negocio fue cada vez más floreciente, excepto aquellos tiempos de González Machi, de cuando todo se vino abajo.
De cómo era la cuestión antes de esa época de mi adolescencia les voy a deber. Solo me imagino cuan difícil habrá sido visto y considerando que las mujeres tenían unas ropas que le llegaban hasta la rodilla y sus ropas interiores se aseguraban con hilo de ferretería, una cosa de locos, pero, en fin, así era la moda y ésta, dicen, no incomoda. Dicen que algo de esto se relata en esa polca de Teodoro S. Mongelós, “Cha jazmín”, la primera música paraguaya porno. Pero esta historia, que no es inédita, les voy a contar en otra oportunidad.
Vuelvo a la película “Helga”. Era de origen alemán si mal no recuerdo. Lo vi en el Cine Terraza Estragó de Fernando de la Mora; todo un drama. Yo andaba por los 18 años cuando tuve permiso para ir a ver la película. Era una purete. Se veía cómo y por donde nacían los bebés, ¡escándalo total! Esta película de corte científico-médico pero ¿cómo eso metemos en la cabeza de nuestros padres de entonces, y al pa´i Arriola que desde el púlpito mandó al diablo a doña María Estragó, la dueña del cine, y no saben la cara larga que ponían las directoras y las maestras de las escuelas República Dominicana y Pitiantuta, para quiénes la película era pornográfico por donde se lo mire?
Y, repito, la revista “Luz”, que trabaja artículos sobre profilaxis sexuales, enfermedades de los órganos reproductores, etc., era una revista porno para todo el mundo y ¿quién les quitaba de la cabeza?;  es que eran años en que las mujeres iban a oír misa con el velo puesto en la cabeza y sus titís estaban tan tapados que habrían sido tiempos difíciles para esas enclaustradas partes del cuerpo femenino.
Digo que hoy las redes sustituyeron a todos aquellos encantos ocultos de la sociedad santularia. Hoy los chicos con una celu toman las fotos que quieran, de la gente que quieran, y de sus partes que quieran y, luego, como si nada, envían por chat las fotos a sus amigos con un textito corto como “esta es mi novia”, “este es de mi novio” y lindezas por el estilo.
Antes se compraban las revistas pornográficas y supongo que sus editores habrán amasado fortunas; ahora, pienso, ya no. La pornografía está en el ejercicio de la libertad de chicos y chicas (¡Ñandejara!, parece que ya va a llegar el fin del mundo) así como ellos entienden y ya no necesitan de aipó revista “Luz” mbaembo para ver, tan siquiera de manera insinuada, las partes íntimas de varones y mujeres. En Internet está toda la oferta que se imagine y no se imagine por lo que, digo, pornografías eran las de mi época, de esas prohibidísimas, de revistas en blanco y negro más ajadas que un guaraní pueblero de tanto andar de mano en mano entre los varones contemporáneos, pero así y todo no éramos zafados.


Don Agüi, el tatacuacero


                                                       Constructor de horno (foto ilustración extraído de Internet)
Don Agustín, más conocido como don Agüi, era el “tatacuacero profesional” de mi pueblo y que por  hacer bien su tarea nunca le faltó trabajo. Sabía secreto por secreto de todo cuanto se refiera a la construcción de hornos que, por entonces, eran imprescindibles en todas las casas.
Todavía yo era niño cuando lo veía por Villarrica con sus cuchara, plomada y balde de albañil dirigiéndose a algún lugar a levantar un horno más. Era un señor retacón y extrovertido, tenía amigos por todo el barrio.
En las proximidades de la Semana Santa andaba a los trotes. Debía reparar unos cuantos que empezaban a caerse y mucho más debía construir. Tenía una manía: los ladrillos utilizados en su obra debían ser de la olería de don Aguilar, el vecino de la Escuela Paso Pe. “Upepe gua ijapu´a porâ ve”, justificaba. No sé si don Aguilar le pagaba alguna comisión que tampoco me importaba.
Don Agüi construía los hornos más redondos que jamás he visto en mi vida. Altos, bajos, grandes o pequeños, todos le salía a la perfección.
Un día quiso evangelizar en el trabajo al borracho de Chiripepé a quién por un tiempo lo tuvo consigo, confiándole los arcanos de su oficio y parecía que, en los transcurrir de los días, el ya legendario Chiripepé se alejaría del alcohol y se convertiría en un excelente constructor de hornos más su aprendizaje terminó abruptamente aquel día de cuándo, mamado, perdió equilibrio y cayó sobre el horno a punto de terminar en la casa de un vecino, en el barrio San Miguel, en pleno Lunes Santo, a las 5 de la tarde.
La preparación de la argamasa era otro de los secretos de don Agüi. Dicen que ya muy anciano contó que debía añadir un puño de pombero rekaka por cada tres baldes de arena y una de cal. Las setas debían ser de los bosques y no de las casas porque estas no ayudaban a calentar el horno con menos leña y en menos tiempo.  Así se decía, incluso después de mucho de haber fallecido aquel buen hombre.
El personaje casi no cobraba por su trabajo, eso sí, de la primera hornada le convidaba el dueño del flamante horno con unas cuantas chipas, ryguasú ka´e y sopas. Es que en aquellos tiempos casi no había circulantes en mi pueblo, una época muy dura de hambrunas y levantamientos cuerteleros.
Si el sacerdote es requerido con fogosidad en la Semana Santa, a don Agüi en los días previos a la Semana Santa; hombre lleno de buena voluntad y el más sabio de su época en “tatacuacerías” y él lo sabía por lo que se ufanaba andando por ahí.
Era un “tatacuacero profesional” como él mismo se hacía llamar.
Quién le habrá enseñado en tan singular arte el tiempo se encargó de esconderlo. Lo curioso de este compueblano era que se negaba rotundamente a construir una hilada de pared; “upea che nda japokua´ai”, aclaraba honesto. 
Sin embargo, un horno levantaba con paciencia y notable rapidez así sea del tamaño que fuere. Desde la primera hilada va administrando la curva ascendente hasta que, en la cima, con maestría daba el toque final a la tarea en un par de horas.
La Semana Santa en mi pueblo era el tun – tun acompasado de las moliendas del maíz en los morteros hogareños, el chillido salvaje del cerdo faenado el Lunes Santo,  el cernido del maíz molido, el encendido de la fogata y, la presencia de aquí para allá de don Agüi, el tatacuacero más formidable, querido y respetado de la comarca. 
                             Horno hecho con molde previo de arena húmeda (foto ilustración, Internet)

El implacable "se dice luego" ...


A la hora de contar, nada más nuestro que el “He´i voi ningo …” de tal o cual persona medianamente famosa. El singular vivo y sonoro del disperso “lo mitâ ningo he´i” implacable, impertérrito. La verdad verdadera del paraguayo no viene por otro sino por esa puntual o difusa intermediación y que sin ella la conversación es irremediablemente incompleta, casi sin sentido, en cuyo caso más valga apelar al no  menos efectivo “dicen que”, “o je´e ningo”.
He aquí, a propósito, algunas frases de paraguayos famosos a fuerza de esta costumbre.
“Âgante, Montanaro” es la frase que cruzaría los últimos años del siglo XX hasta llegar al presente y que pertenece al recordado Humberto Domínguez Dibb (HDD); correspondía al título de uno de sus famosos sueltos publicados en la portada de su diario, Hoy. El padre de Goli  Stroessner no era de llevarse bien con el ex ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, el centro de los disparos verbales de aquel. Y como Montanaro era un kangüe ro de aquellos caía simpático a la gente los comentarios de HDD.
“Shake oú José Gill”, la frase de nuestros abuelos. Gill era un montonero colorado. “Yaha vaivente hina, jaiuma jarro hovype”, es una frase frecuentemente utilizada por nuestros mayores, sobre todo entre los colorados.
“Ikatu a javy, he´i Médico Ju´ai” es más que el “dice que”, parte del refranero popular. Daniel López era un médico naturalista y que sufría de bocio (ju´ai) que en sus medicaciones era muy certero y que indicaba a sus pacientes al recetar “este para el jarro”. Se ufanaba de su conocimiento y para remarcarlo decía “ikatú ajavy”, de ahí la frase.
Perduran frases famosas que enriquecen las conversaciones entre paraguayos como “no hay caso, he´i Gamarra”, “adiomante che calandria”, “elementazo koa, he´i Mbopí Pucú”, “aguapyta sapy´a mi, he´i Gondra”, “tarde o temprano Quintana será su sastre”.
La gente fifí ,pero de esa pesimista, que no ve nada bueno en el paraguayo, dice que en Paraguay nadie pierde ni gana reputación. En junio de 2012, Rolando Niela escribió en Abc: “Cecilio Báez dijo alguna vez, ¨en Paraguay nadie gana ni pierde reputación¨”. Pudo haberlo dicho pero la frase se atribuye a un personaje más o menos de la época del ex presidente, a Ángel Peña.  En “Infortunios del Paraguay”, Teodosio González también utiliza dicha frase, lapidaria por cierto, al igual que Augusto Roa Bastos en “Madama Sui”.
Pero eso es al margen.
En Paraguay es deporte nacional el “0je´e ko” y se practica a sotto voce en todas las clases sociales. Se dice luego.
Walter Bauer era un adivino alemán radicado hasta su muerte en San Bernardino. Sus anuncios nunca fallaron, como aquel a Antoine de Saint-Exúpery (autor de “El Principito”) a fines de la década de 1920: de que éste sería famoso. En torno a aquel extraño personaje teutón se creó “ya lo dijo Bauer” cuando se pretendía avalar la certeza de una posibilidad o aseverar un vaticinio.
“Café o leche, no café con leche”, la famosa frase de Alfredo Stroessner, desentona con la que pronunciara el ex presidente Fernando Lugo durante su campaña política: “mbytetepe, poncho juruicha”. Con Stroessner no había media tinta y, contrario a Lugo, aquella frase está acuñada por él mismo.
A partir del “lo mitâ ningo he´i voi” todo puede resultar cierto: la homosexualidad del juez, la transformación en luisón del séptimo hijo de ña Eustaquia, la fortuna de aquel caudillo liberal que una noche extrajo una olla llena de oro en los fondos del cuartel de López en Pirayú. Cuando “la gente dice luego”,  el mariscal López bien puede bajar de su estatua ecuestre a darse un baño en la bahía en cualquier noche de viernes con luna llena, mientras su caballo pasta en los bajos del Parlamento.
Cuando “se dice luego” entre los paraguayos, respire hondo, relájese y disfrute…


FRASES QUE CRUZARON EL TIEMPO

·         “Partido nacional republicano, católico, apostólico romano” (“Mateo Ka´u”, personaje urbano)
·         “soy el piloto del ambiente de la vida trafalaria” (“Piloto del ambiente”, personaje urbano).
·         “Upeichante va´era voi ningo”, así nomás luego tiene que ser (expresión popular).
·         “No nos jodamos más” (Angela Agüero, llamadora de radio).
·         “Upepevente, upevente” (Bernardino Caballero a josé Domingo Decout, canciller por quinta vez, quién aspiraba ser presidente de la república). 

Sarita Montiel y Margareth Tatcher


                                                       Sarita Montiel, "la violetera", españolísima y bella. 

Dos grandes mujeres, dos doñas, murieron el lunes último: Sarita Montiel, cantante española y; Margareth Thatcher, política inglesa. Las dos eran de peso pesado en sus respectivos campos de influencia. La humanidad pierde a dos kuñakarai guasu, de esas que aparecen de vez en cuando en la faz de la Tierra.
Doña muerte hizo de las suyas el lunes, convocó a “la violetera” Sarita Montiel (nacida el 10 de marzo de 1928) y a “la dama de hierro”, Tatcher (nacida el 13 de octubre de 1925).
Murieron dos mujeres poderosísimas.
Supongo que soy como todos, que con cada muerte reflexiono que la vida es corta y que la muerte es segura, que en la vida actuamos tantas veces con soberbia contra los demás como si no nos moriremos nunca.
Buenos y malos, dóciles y altaneros, católicos y no católicos, vamos nomás luego a morirnos.
Al enterarme de la muerte de ambas personalidades de la humanidad digo: si ellas se mueren, ¿por qué yo no voy a morir?; es que, en medio de mi incontrolada, aunque raleada, fatuidad a veces pienso que no me voy a morir.
Suelo visitar el cementerio de la Recoleta cada vez que tengo un poco de tiempo. En un comentario anterior les dije que llevo flores a la tumba de Elisa Alicia Lynch, otra gran mujer, una heroína, en el Paraguay. Voy al cementerio para hacer cable a tierra, para recordarme que los restos míos serán también las que ocupen un espacio de ese u otros cementerios.

                                                 Margareth Tatcher, la dama de hierro. 

Cuando salgo de mis visitas al cementerio me perdono, (¡pienso y hago cada disparate!). Y más me valga morder freno para que no sufra tanto como miles que pierden a sus seres queridos, como Juan E. O´leary que en 1915 al morir Rosita, su hija, escribió “no ves, hija del alma, cómo sufro el más cruento dolor” en su poema que tituló “A mi muerta”.
“¡Oh!, muerte, creadora de misterios!” escribió Amado Nervo es uno de sus poemas.
Pero si no estamos preparados para el día final no hay poema que nos contente, porque vemos a la muerte como a nuestro cuerpo metido en un ataúd, con coronas de flores en los alrededores y velas encendidas y llantos y nuestros dedos amarillos entrecruzados sobre la barriga endurecida y fría.
Y que después nuestros restos serán depositados entre monumentos funerarios, al lado de otro nicho ocupado por los restos de vaya a saber quién, cerca de algunas lápidas lisas y labradas, estatuas yacentes, ángeles de alas caídas, palomas marmóreas, en fin. La nueva casa o sencillamente la casa de los muertos, como la de Fedor Dostoievski. Nuestra futura casa…
Y de todo eso tememos. Y tememos porque, a mi modo de ver, no damos la debida importancia al Creador, a su Hijo y al Espíritu Santo. Y al no dar importancia a esa Santísima Trinidad la muerte nos aparece como la peor de la vida, la indeseable.
En otra oportunidad me explayaré un poco más sobre lo que dijo Jesús: Solo la verdad os hará libres. Si supiéramos la verdad no sufriríamos tanto con cada muerte y, menos, con la que nos espera.  Pero será para la próxima.
Por ahora no dejo de sorprenderme porque dos grandes mujeres se hayan ido sin más trámites, porque así debe ser, porque así dispuso Ña La Muerte que no perdona a nadie.


Nuestros hijos y la política


Aprendí en la vida que la educación no es rellenar ni acumular sino encender. La educación no es solo la enseñanza de los buenos modales, de los buenos ejemplos a los hijos de parte nuestra, los padres. Esa educación pasa varias coordenadas: por lo que comemos, por los fervores deportivos, por nuestras amistades, la religión, la política.
Ya no tengo hijos pequeños a quiénes educar en forma directa y constante. Y me hubiera gustado tenerlos para hacer lo que no hice antes, a tiempo, educarles en la política y para la política. Sí, en esa que se refiere a los partidos políticos, a las elecciones de autoridades, las votaciones, a esos temas cívicos delicados y abandonados.
Pienso así ante las próximas elecciones en Paraguay y la apatía de los jóvenes de cara a esa responsabilidad colectiva.
Me hubiera gustado decirles a la hora del almuerzo en casa que debemos ir todos a votar el 21 de abril por el candidato que mejor nos parezca, o no votarles, y entregar la papeleta en blanco. Pero cumplir con el compromiso ciudadano del voto.
Me hubiera gustado retroceder 10 años atrás y estimularles a participar voto en mano; hubiera conversado con ellos como padre y amigo sobre política y políticos dejándoles claro mi postura de padre: la autoridad nacional se elije a través de los partidos políticos y, por tanto, estos estamentos de la sociedad deben ser respetados y amparados por nosotros, ciudadanos.
Me muniría de paciencia, de mucha paciencia, para explicarles lo bueno que es la política e incluso lo bueno que deben ser todos los políticos de modo que se sientan alentados a concurrir el 21 de abril a depositar sus votos sin necesidad de que nadie pase a buscarles y, menos,  que por cumplir el compromiso se les pague; pago que me produciría muchísima vergüenza como padre.
Hablo de paciencia, porque se necesita en abundancia,  para conversar con ellos sobre política y elecciones de autoridades porque fuera de casa se habla en demasía contra los políticos y la política por causa de unos cuantos, del partido y color que fuera, que desprestigian a las doctrinas y a los que ejercen la actividad política. Les comprenderé al retornar a casa aturdidos, desmotivados, renegados contra la política y los políticos.
Debo lograr, con mi buena voluntad de padre, que mis hijos comprendan cuán importante es que concurran a votar el 21 de abril, pero para eso les transmitiré estímulos, así yo también haya sentido el peso de la desvergüenza de los malos agentes políticos.
La política bien entendida no crea adicción como crea la mala política por parte de los malos políticos.  Y la no creación de dicha adicción a la política bien entendida es un problema no solo de los actores políticos sino de todos, especialmente de los padres en ese templo de la sociedad, el hogar.


Si yo tenía hijos a mi cargo hubiera aprovechado todos los instantes para estimularles a ser incondicionales votantes, como ciudadanos respetados y respetables,  muy por encima de los humeantes cagajones dejados por los malos políticos.
Aprovecharía el desayuno, el almuerzo y la cena para educarles en la política, en esa necesaria herramienta para la convivencia armónica dentro de la sociedad paraguaya que es de nuestra directa e intransferible responsabilidad.
Como padre no me sentiría derrotado por tantas gestiones mal hechas por los malos políticos sino aprovecharía sus lamentables experiencias para insuflar más ganas en mis hijos de modo que con su voto se corrija a los indecentes.
Les diría que el voto es para los malos políticos lo que el agua bendita para los satanizados.
No les mostraría flaquezas en el sentido de vomitarles mis desilusiones contra los que desde la política no hacen sino dañar a los demás. No. Tragaría todo ese amargo y alentaría con todas mis ganas a cada uno de mis hijos a concurrir a votar porque esa es la medicina que curará el mal que empieza a enfermar a la sociedad paraguaya.
Encendería en ellos el entendimiento sano, fuerte, vital sobre el voto, sobre la participación en las elecciones, sobre lo que vale un voto. Les haría comprender que si todos votamos los delincuentes mimetizados en la política se marcharían para siempre del escenario político porque, sencillamente, nada tienen por hacer allí.
Sembraría en ellos el hábito de la elección.
Instalaría en ellos el concepto de la buena elección, sin titubeos.
Les enseñaría a ser más astutos a favor de las elecciones y contra los tramposos.
Encendería en mis hijos el gozo de votar. Para que a partir de ahí brote, sonoro, un canto inextinguible que ensalce al paraguayo y a la patria. 

El travesti Carla



Una persona llamó a plantearme escribir una crónica evocativa de aquella asunción de la dictadura; de esa ciudad igual a la de hoy, pero más discreta: de cuando casi no habían travestis por sus calles excepto uno, Carlos Ramírez, la famosísima “Carla”, que no era “travesti” como se dice hoy, sino un “invertido”, “marica” o sencillamente “puto”, y que dejó su huella en quiénes lo conocieron por dentro y por fuera, porque vestido como mujer era capaz de despertar – y despertaba – las envidias más intensas de las féminas asuncenas más bonitas de la época.
Ante Carlos Ramírez, vestido de mujer, famoso en aquellos años de las décadas de 1970 y 1980, cualquier hombre caía desplomado; era imposible negar un piropo a esa morena de nalgas y pechos así de bien puestos y con su cuidada cabellera hasta por aquí mientras caminaba por las siestas asuncenas.
Era Carlos en su rol de “Carla”.
Las siestas asuncenas era otras, distintas a las de hoy. Por aquel tiempo eran las prolongas horas de descanso, con tiendas y almacenes (no habían supermercados sino uno con ese nombre, “El país”, que no era sino una despensa grande de hoy) también cerradas hasta las 16.00. Esas horas de calma eran aprovechadas por el transformista para andar sin apuros por las veredas del centro.
La morena de pelo lacio y largo y de una cinturita de asimi, generalmente con blusa clara, pantalón vaquero y tacones, andaba sin apuros, discreta, por las veredas cercanas del diario Abc, algunas veces; por la calle Chile, otras. Carla, el puto más bello de la capital paraguaya.  
Para mi modo de ver, Carlos Ramírez fue el campeón de la feminidad. Fue el hombre más mujer que pudo conocer la Asunción pudorosa de aquellos años dictatoriales.

La pequeña y coqueta Asunción de los tiempos de Carla, el más famoso travesti de su época.

Femenina como aparentaba, provocador de delirios, el bujarrón podía trenzarse en infernales moquetes con el hombre que no cumplía con los ritos finales de sus ninfos servicios; es decir, si no pagaba. Era el momento en que era capaz de repartir moquetes y patadas hasta dejar hecho un puré al avivado que gozó de sus extraños atributos.
Carla era famosa en los círculos áulicos de la sociedad asuncena. Su presencia no dejó de sacudir despedidas de solteras y de solteros, hoteles lujosos, famosos restaurantes y clubes y fue, ¡menudo problema para más de una esposa fifí!, rival dura de roer.
Un día, como todas las siestas,  iba yo caminando de mi casa, en Parapití y Segunda, hasta mi trabajo, en el diario Abc Color, cuando vi a una mujer andando en el mismo sentido al mío. Luego de apreciar semejante pecado en tacos altos apresuré el paso y junto a ella no pude sino regalarla un piropo de aquellos. Era Carla para mi desgraciado curriculum de criollo Casanova. Felizmente era de siesta y nadie vio mi papelón. A esta altura de mi vida no puedo sino admitir, como un humilde derrotado, que Carla figura en mi lista de piropeadas.
Travestido hubo siempre, aquí y en todas partes del mundo. Sin embargo, Carla tuvo que haber sido el súcubo pionero en enfrentar la calle asuncena vestido de mujer, por demás de alta peligrosidad visto y considerando que la dictadura no toleraba semejante audacia. Recordemos que durante el gobierno de Alfredo Stroessner fueron detenidos 108 homosexuales por el asesinato de aquel locutor de Radio Comuneros, Bernardo Aranda.
Carlos Ramírez rompió los moldes y se hizo a la vía pública.
Cuando Carla cubría su zona en Asunción, el "Sultana" de Brújula viajaba a Buenos Aires. 

Los pudores no pudieron con él como con los clientes. Vestido de mujer era una princesa extraída de un cuento imposible. I porâ de vicio. Las mujeres de la época tenían mucho por aprender de ese “dulce andrógino”, al decir de  Roa Bastos, refiriéndose vaya a saber a quién otro travesti de tiempos anteriores a Carla.
“Amores monstruosos entre invertidos”, escribió Pío Baroja en “Las noches del Buen Retiro”, tan monstruosos que los pecadores (¿y pecadoras?) de aquella sociedad asuncena de puro recato, de absoluta dependencia católica, preferían eludirlas como tema de conversación informal o, mucho menos, formal.  Era de reconocer esa conducta esquiva ante el travestismo en esa Asunción todavía casi colonial cuando predominaba un creciente conflicto entre los instintos naturales y los condicionamientos culturales impuestos.
No pocos asuncenos han conocido las virtudes íntimas del más famoso transformista  de aquellos tiempos. Con él estuvieron los que experimentaron lo que la iglesia católica llama “amores de concuspiscencia”, del pecado del sexo entre los del mismo género. Y, seguro, lo conocieron del derecho y del revés, arriba y abajo, en el dolor y en el placer; porque, en esto de intimar en pareja, cuentan que Carla era un hombre a carta cabal. Acaso, por eso, en algún diario íntimo, de los más arcanos, debe estar escrito en riguroso manuscrito, que Carla hizo hombre a algún hombre de la A a la Z.
Murió de sida el pobre. Flaco, extenuado, consumido fue fotografiado alguna vez por un reportero del semanario "Esto". El sida lo abrazó como él, en su papel de Carla, esclava y odalisca, a sus clientes y amantes en pasión sexual intensa, como las pasiones descritas por José Luis Sampedro en su novela “El amante lesbiano”. Murió para convertirse en pasado glorioso para, quién sabe, algunos; en leyenda íntima de una ciudad que despertaba para protagonizar poco después el travestismo en todas las instancias con protecciones oficiales, inclusive.
Carla, definitivamente, forma parte de la galería secreta de personas famosas de esta sociedad de la que tenemos arte y parte. Carla, la travesti más bella de Asunción, ya es parte de los genuinos episodios de esta ciudad comunera de las Indias, madre de ciudades y cuna del primer grito de libertad en América. 

Ese papel llamado mazorca de maiz



Voy a escribir sobre el baño campesino. Si me oriento por lo que me enseñaron en la escuela , con candor e ingenuidad, en aquella materia llamada “Lenguaje”, composición, empezaría así: El baño campesino. El baño campesino está en el fondo del patio, no tiene techo y su puerta es una lona. El baño campesino tiene mucho avati ygüe en su atukupe….
No tengo certeza de contar con la lectura de ustedes a partir de esta frase si les sigo escribiendo como me enseñaron en la escuela así que mejor nomás les cuento como yo sé y santas pascuas.
Me recuerdo siempre del baño de mis abuelos, allá en Buena Vista, Caazapá. Sobre todo de cuando llovía.
Pero antes una aclaración:
Por aquel tiempo no se llamaba “baño” sino “servicio”, como dicen los españoles en España (en serio les digo). Bueno, ir al servicio en tiempos de lluvia era todo un problema porque en el pequeño cuadrado rodeado de tablas nomás luego, parecía que llovía más fuerte.
En fin…
Liberado de lo que debíamos liberarnos salimos del servicio hecho sopa y para cuando llegamos a la casa, a unos 40 metros, debíamos arrimarnos al fuego de la cocina para secarnos la ropa so pena de pegarnos una gripe de aquellos y que tumbaba una semana con fiebre y todo.
Un dilema era ir al servicio en los inviernos buenavistenses de la década de 1950 cuando no había ni papel diario por aquellas desérticas comarcas rodeadas de montes y jaguareté para darle mejor uso que el que pretende un editor. Ni hablar del papel higiénico, cosa de los millonarios de la capital que tenían “baño moderno”.

No.
En Buena Vista de aquellos tiempos de revolucionarios y comunistas escondidos por sus montes el papel higiénico era el marlo del maíz; o sea, el avati ygüe, abundante y funcional en aquellos tiempos de generosas cosechas.
Un paso de este modo, media vuelta del zuro y otra repasada y, con la precisión de un arquero medieval a arrojarlo con fuerza y entusiasmo y sin mirar, de abajo hacia arriba, por sobre el entablado del fondo para que, en artístico vuelo por donde debía estar el techo, se deposite en la cumbre de los avati Ygüe en la parte externa y posterior del habitáculo para que desde ahí, como en cascada, fuera “bajeando” hasta ubicarse en su sitio definitivo.
Y ahí, en esa “papelera”, el marlo esperará que natura reproduzca a las simientes que pudieron quedar, como agazapados, en algunas de las puntas para que, tres meses después, con la primavera, un pequeño como frondoso maizal se vuelve a tener detrás del “servicio” pero cuya cosecha no se destina a la elaboración de apetitosas chipa guasu sino se dejaba para el deleite de los chanchos de mis abuelos y con los que quedaban gorditos para las navidades o para la Semana Santa.
Ahora entiendo esa frase bíblica: no todo lo que brilla es oro…

Me parece que por ahora los “servicios” ya se llaman también “baño” en el interior de nuestro país y que ya no se usa tanto el marlo del maíz, así tengamos alta producción anual del grano, incluso las “zafrinhas”, sino el papel higiénico comprado del supermercado (que no es tan suave y delicado como un avati ygüe, que conste en acta). Y esta modernidad me llena de nostalgias por aquellos días de cuando, apuro pe, corríamos bajo la lluvia para meternos en el “servicio” donde el torrente (el que viene de arriba, digo) nos daba con todo, mientras de alguna manera tratábamos de cubrir los marlos para que no se mojen porque si se mojaban, amontema ….

"¿Escribís en ESTO?, ¡Ñandejara! ..."


“¡Escribís en ESTO?, ¡Ñandejara!”

Me causa gracia la cara que ponen algunos de mis amigos cuando les digo que escribo para este periódico; algunos se callan, no hacen comentarios; otros, presa del escándalo no dejan de darse el gusto de exclamar más que interrogar: “¡¿en ESTO, ese semanario de degollados y sexo!?, ¡Ñandejara!” El otro día, una vez más, vi el último número de ESTO en un auto cero del año, nuevo de paquete, importado legítimo, estacionado en el shopping.
Demasiado da gusto la conducta de la gente. Fíjense nomás. Tengo un vecino que compra todos los miércoles este semanario pero, me comentó, que no se anima a leer en el colectivo y por eso guarda en su mochila; le da vergüenza, he´i leer entre la gente, pero ni bien llega a su casa devora página por página, renglón por renglón, foto por foto y, desde luego, aviso publicitario por aviso publicitario.
“Esa revista que lee la gente pobre e ignorante”, me dijo una villarriqueña cuando leyó mi artículo aquel sobre Teresita Lichi. Sí, pero leyó la revista mas ¿para qué la voy a contraatacar con un “sí, pero leíste”? A propósito, me contaron que aquel artículo habían leído los abogados, jueces, fiscales, maestras, empresarios, mercaderas, periodistas, hasta los curas y las monjas.

Sí, ensayando una defensa, esta es una revista con un perfil definido. Publica informaciones y comentarios sin tapujos, sin esconder nada para un público que gusta leer sin tapujos, que quiere saber todo y ver todo y que no quiere que nada quede a la imaginería.
Ampliando la defensa también diría que el médico cura no solo al cura sino también a la prostituta; el abogado defiende al decente como al que está acusado de indecencia; el arquitecto diseña una casa para el cliente catedrático universitario como para también el narcotraficante.
Del mismo modo, los periodistas escribimos para lectores de Abc como para los de ESTO. Somos profesionales de la comunicación.
Pero volvamos a lo que es, al menos para mi modo de ver las cosas, la conducta de algunas personas que critican el contenido de algunas publicaciones y requeté aseguran que no leen “esas cosas”. Pero - ¡oh!, sorpresa -  en sus perfiles de Facebook te encontrás con cada comentario que hacen o con cada foto que hay entre los suyos.
Me recuerda a aquel famoso pastor protestante que tenía un no menos famoso programa de televisión desde el cual mandaba al diablo a todos los pecadores pero que se le sorprendió haciendo sexo con prostitutas; o, el mismo Fernando Lugo que siendo obispo se masticaba a las doncellas a su alcance.
Conozco una señora super santularia que se separó del marido hace años porque había sido que a ella le gustaba el cura de la parroquia. Un día su marido la siguió, les fotografió a pura piel y se separó. Es (vive todavía) una señora que nos decía a los jovencitos que en vez de andar por las fiestas “leamos La Biblia”. Haz lo que yo digo y no lo que yo hago…
Tomo y retomo, he´i Calé: Esta revista no es gratuita ni de circulación obligatoria. Tiene un precio y su venta, sobre todo su compra, es libre y soberana. Forma parte de esto que honra mucho a los paraguayos, la libertad de expresión. Compra quién quiere comprar (generalmente, me confirman, falta todo), sin ninguna obligación. Y, felizmente, la gente ejerce su derecho a elegir y no como en Venezuela y Cuba donde solo se lee lo que a sus respectivos dictadores se les antoja.
Yo no quiero hablar de doble moral y todas esas cosas. Que la gente haga lo que quiera en tanto y en cuanto no dañe a los demás y ya está. Que uno elija lo que quiera comer, tomar o leer. Para eso gana su dinero. Que despliegue, pues, las alas de su libertad y monte vuelo. Yo sé que muchos amigos míos, de esos que tienen estancias, pasan sus vacaciones en Las Bahamas y leen a Borges, Saramago y Baroja, también leen ESTO. Conozco a uno que es lector compulsivo del semanario.
Es lo que yo hago en cuanto al ejercicio de la libertad individual y de prensa: decido escribir en ESTO (además está dirigido por mi amigo Atilio) con libertad profesional, con la libertad con que cada uno, responsablemente, hacemos nuestras tareas en bien propio y de los demás.
Eso nomás.