Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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miércoles, 26 de diciembre de 2012

En el desierto con la tormenta


Una tormenta estaba a punto de llegar en Cerrito, donde estuve. Era de tardecita y el temporal estaba a minutos. Me escapé de ahí. Crucé el desierto en un guapo cochecito japonés. Me salvé por un pelo.

Si la lluvia me alcanzaba, me hubiera quedado en pleno desierto, porque cuando llueve hay esterales imposibles de cruzar, como el de la foto. 

A lo mejor a mi nomás me interesa lo que me pasó en ese desértico tramo de 120 kilómetros entre Pilar y Cerrito, Ñeembucú, y por eso les escribo el caso. Para entender esta suerte de tragedia pónganse en mi lugar manejando un coche pequeñito, como el mío, entre arenales con profundas huellas, con la tormenta pisándole los talones cuando la noche empezaba en esas soledades del sur.
El domingo 16 de diciembre estuve en Cerrito, Ñeembucú, por estas cuestiones electorales y donde fui designado apoderado general departamental. A las 17.00 empezamos a contar los votos y nos iba bien hasta que, como a las 19.00, salgo a la calle y veo que el tiempo estaba oscuro hacia el sur animado por permanentes relámpagos.
La tarde daba paso a la noche y yo, atrapado, en aquellas soledades de la república.
Para continuar les quiero decir que Cerrito está al sur de Pilar. Mientras esta ciudad está sobre el Río Paraguay, Cerrito se encuentra sobre el Paraná. El camino desde el pueblo intermedio, Villalbín, hasta Cerrito es de puro arenal con profundas huellas que si el vehículo pancea capaz que tenga para horas paleando para desestancarlo.
Este desierto fue escenario de la Guerra Grande: Curupayty, Estero Bellaco, etc. son enormidades donde la reina es la soledad y que, por desgracia, uno se queda por ahí – y de noche, como si todo fuera nada – nadie garantiza nada a favor de quién es atrapado.

El autito Toyota con el que crucé el desierto de Ñeembucú, con la tormenta pisándome los talones en plena noche. La foto fue tomada a orillas del Paraná en Cerrito. 

Tomo y retomo, he´i Calé: Me percato que la punta de la tormenta está ahí nomás por lo que me apresuro y arranco el coche y vengo a todo dar. En ciertos tramos, apenas dos huellas en la arena, alcé hasta 110 kilómetros por hora. Fui pasando en algunos lugares panceando; algunos puentes de apenas dos tablones pasé como una exhalación, pudiendo haber terminado en algún arroyo. El autito, un Toyotita, volaba.
Me ayudaba los buenos faros, el freno en buen estado, las buenas cubiertas, la potencia del motor así como la versatilidad de la máquina.
Relampagueaba a mi izquierda y a mi espalda; el viento soplaba fuerte y yo corriendo en este territorio donde solo había arenas y montes bajos. Le Dije al Espíritu Santo que él dependía que yo escapara de la tormenta. Si llovía el autotito no podría aguantar algunos lugares con lodo, pocos, pero decisivos para la marcha.
La tormenta de arena golpeaba el parabrisa y la chapería a mi izquierda. En el tablero me fijo en la temperatura del motor, bien; no había ni una luz roja prendida, me tranquilizaba que el vehículo respondía. En ciertos tramos no veía las huellas por la tormenta de arena.
Fueron sesenta kilómetros de locura a velocidades no recomendables para esos lugares y en un auto chiquito. En Villalbín el viento se calmó pero quedé allí en una posada, cuya dueña me miraba extrañada porque mi rostro tuvo que haber demostrado el julepe que me pegué. Quizás esos 60 kilómetros de peligros lo hice en unos 50 minutos.
Quedé en la posada del pueblo olvidado y el temporal pasó. Ahí dormí y al amanecer arranqué el auto, sentí el motor que marchaba perfecto; me despedí del sitio y tomó rumbo a Pilar y de ahí a Asunción. Todas las tormentas asustan cuando uno está en el volante de un vehículo, pero cuando a uno le toma en pleno desierto es otro cantar, por eso les quería contar lo que me pasó. 

Un pueblito, entre Pilar y Villalbín, abandonado a su suerte. La foto tomé al día siguiente de la tormenta que no me alcanzó, aún así pernocté en Villalbín.