Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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lunes, 3 de agosto de 2009

Ganando dinero con el blog y la web

Ayer, domingo, estuve con mi amigo Carlos Russo, una persona que tiene mucho vuelo sobre los recursos que ofrece Internet para la humanidad. Me decía que la gente apela a este recurso para enterarse. "No hay caso - me decía en el hotel del suegro donde me alojé - para informarnos tenemos que ir a la web". Tiene razón, estamos internetizados.
Pero también están los blogs, eso que arrancaba de nosotros, los más veteranos, un incrédulo y exclamativo "¡qué lo que es esto!" y que por mediados de la década de 1990 amenazaba poner de patitas al papel en el basurero y para siempre.
Los de retaguardia confiábamos que nuestras cartas de "blanco papel", sobre "para avión" y letras manuscritas serían insustituibles. ¡Vaya manera de ser cabeza dura! Hoy me veo obligado, y lo hago complacido, a escribir mis cartas como todo el mundo, por Internet. Y en lugar de aquellas revistas que escribí y edité en los últimos 30 años, preparo mis escritos para mi blog.
Y como si todo fuera poco, por escribir en el blog me entero que me pueden pagar mensualmente unos cuántos dólares que nunca vienen mal, por más Tío Rico que uno fuera.
Mi blog, efrainmartinezcuevas.blogspot.com, está unido a mi web www.puertademergencia.com. En la web, previo acuerdo con Google, ésta compañía puso avisos publicitarios de sus clientes de todo el mundo al lado de los materiales que voy publicando con David, mi hijo y también periodista.
Los lectores interesados en dichos avisos hacen un click sobre el que le importa y por ese click Google, cada mes, me envía el pago respectivo. Por cada click se paga moneditas que en 30 días se convierten en dólares. Entonces tener un blog y/o una web también puede ser un negocio para los güeceros y bloqueros.
Eso sí, pienso que habrá más visitan en aquellos blogs o webs que contengan artículos de interés. Dicen que hay siempre, como en el amor, un roto para una descocida, para todo tipo de páginas.
Hay blogs que tienen millones de visitas, como la de María Amelia, esa dulce española que falleció el pasado 20 de mayo de 2009 a los 95 años de edad. Amelia escribió hasta los últimos momentos posibles de su vida. Su nieto lo había enseñado para no sentirse aburrida en los últimos años de su vida.
Sus visitas, hasta ahora, son de todo el mundo. Charlaba con las personalidades más grandes de este tiempo. Acaso haya sido la bloquera más reporteada de España. Por la fama de su blog ella conversaba mano a mano con el presidente de su país, cámara de televisión de por medio, por ejemplo.
Ante una llorada desaparecida no quiero hablar de dinero. No quiero preguntar ni imaginarme cuántos miles, o millones de dólares, tuvo que haber recibido de Google mediante su blog. Respetaré su memoria no hablaré de dinero sobre su virtual tumba.
A veces me pregunto si cómo es posible que millones de personas por día estén horas y horas navegando por Internet; yo, porque mi trabajo lo hago desde el ordenador.
Cuando escribo estas líneas son las 13.59. Acaba de venir mi hijo David a preguntarme si qué almorzaríamos. Eran las 13.25 y yo ¡todavía no tomé mi café de la mañana! porque entré en lo mío (escribiendo mi blog, oyendo la noticia, preparando datos para la web, organizando mis apuntes para mis libros).
Así es este mundo virtual, lleno de atractivos que a uno le hace olvidar todo lo que no sea web y blog.
El diario Crónica de Asunción tiene una página en su diario de hojas en el cual da mucha importancia a los navegantes de la web. Me parece una idea excelente. También tiene su página hasta en Orkut, donde sus visitan participan en los temas del día. Su página en la web es muy leída en España, sobre todo entre los emigrantes paraguayos, eso me consta.
Decididamente estamos en el nuevo tiempo donde a través de Internet todo tiende a revelarse, así como Marilyn Ferguson adelantara en su libro "Las revelaciones de Acuario", tiempo en que lo que se revela permite dinero a quién lo revela.



Fernando de la Mora de los ´60

Esta mañana envié un mail a Pedrito Gómez Silguera, uno de los secretarios de redacción del diario ABC Color. Le dije que nosotros, los periodistas y escritores, teniendo todos los recursos de Internet a manos como cualquiera, no nos comunicamos con tanta pasión, hidalguía y amistad como lo hacían los escritores y periodistas de antes entre si.
Le manifestaba mi curiosidad por esta conducta no solo, al fin de cuentas, de los profesionales de la comunicación, sino también de muchos otros.
Esto que le escribí a Pedrito me sirva para espabilarme y decidirme a enviar un poco más de cartas a los míos. Hacer uso, sin llegar al abuso, de este milagro de la comunicación inmediata. De esto que es absolutamente nuevo tiempo.
Y escribiré un poco más en mi blog, claro.
Sobre esas cosas que son, incluso, muy sencillas y que corren riesgos de ser olvidadas con el paso del tiempo.
Y me viene a la memoria aquella segunda mitad de la década de 1960 en Fernando de la Mora, este pueblecito dormitorio de la época al que mucha gente todavía llamaba "Zavala Cué", en memoria al dueño esas tierras, un terrateniente de apellido Zavala.
Recuerdo la calle Uscher Ríos de 1964. Una arteria de tierra roja que en días de lluvia era un mar. Entre la ruta Mariscal Estigarribia y, hacia el sur, la de Julia Miranda Cueto, (que ya así se llamaba por aquel tiempo) vivíamos en la casa alquilada de los Vela. Al frente de la casa, de Eduardo, el gordito de anteojos con quién yo jugaba moquete y siempre le ganaba.
Al lado, Yeye Martínez, que actualmente es el director propietario de un respetado colegio privado en Hernandarias. En la siguiente casa, los Borja, una familia formidable, con Lita, Vicente, Juan, Narciso, Norma, de los que todavía recuerdo sus nombres. En una casa que por entonces el padre construía, hacíamos teatro para un público vecinal. Marcelo, mi hermano mayor, era el director de "teatro"; Vicente era el "galán" y yo procuraba tomar aquellos papeles donde desplegaba ciertos humores, que nunca supe si lo logré. No habré logrado, porque si fuera así habría sido contratado por algunas de aquellas varias compañías de radioteatros que estaban de moda y, quién sabe, si por eso a ésta altura de mi vida no haya estado en algún teatro extranjero y no escribiendo mi blog sobre hermosos recuerdos.
Fue sobre esa calle donde viviamos, vimos en la casa de la familia "Conejín" (así nomás la conocíamos porque era un matrimonio con muchísimos hijitos, todos amiguitos nuestros) la televisión en 1965 y; en la de Roque y Elvira Benitez. El padre de Roque y Elvira era un empleado bancario que para nosotros era un ricachón porque podían comprarse un televisior. Los niños pagabamos 1 guaraní, tanto en la de la "Conejín" y Benitez. Por esa suma diaria podíamos ver la tele de 17.00, a 19.00, cuando empezaba el noticiero.
Los martes, a propósito, en el cine "Terraza" (nombre que siempre me resultó incompleto) había función popular por 7 ó 10 guaraníes. doña María Estragó, una mujer madura,coqueta y elegante, cobraba la entrada. Aquello era un repleto total.
En la vereda del cine estaban dos o tres señoras que fritaban chorizos en pailas que vendían (los chorizos, no las pailas) a a cinco guaraníes. Eran las choriceras. El chorizo, por definirlo de algún modo, es el abuelo del pancho y tío abuelo de la actual hamburquesa ofertada en nuestras calles.
Hoy ya no hay choriceras, hay pancheros.
Bien,
Esa fritura externa del chorizo, cuyo aroma invadía la terraza del cine, me recuerda a aquellas emocionantes películas de vaqueros, de mexicanos despansurrándose a tiros y de las de amor por cuyas tiernas escenas nuestras ocasionales parejitas arrancaban suspiros que aprovechábamos para, en medio del éxtasis provocado desde la encalada pantalla a sus corazones, robárlas un oportuno besito.
Por 1969, el cine Terraza tuvo que sufrir el primer acoso de la competencia. A media cuadra de la ruta Mariscal Estigarribia y Última, bajo un frondoso yvapovo, se hubicaron los bancos del nuevo cine: "Continental", que con el tiempo tuvo que cerrar porque, a mi parecer, había más gente trepada al árbol, al que se accedía desde la calle, que pagantes. El "Terraza", en consecuencia, seguía siendo el único de toda la comarca.
El "Continental" comenzaba sus funciones cuando el último tranvía de la línea 10 partía de la parada de Ruta yÚltima hacia su terminal en Palma y Colón, en la esquina de Lancaster ("la esquina del was and wer", como rezaba su eslogan) y a una cuadra de la tienda "A la ciudad de Roma", que vendía camisas para caballeros. El pasaje en este transporte costaba 1 guaraní. El motorman y el guarda se vestían de azúl y tenían gorros como los de los militares.
La parada del tranvía en Fernando era un mercadito donde se ofertaba desde aloja de miel de caña hasta cigarro poí envueltos por las cuñakarai de los fondos de Zona Sur, en sus ranchitos encajados entre los extensos mandarinales. Estaban igualmente el canillita (hoy se le dice diariero), el policía (tahachí o contratado), el limosnero, las vendedoras de yuyos y las chiperas. Esa esquina todavía estaba liberada de travestis, prostitutas, peajeros, borrachos y drogadictos, como los que abundan en estos tiempos y en dicho cruce.
La Calle Última era un camino cubierto de pedregullos canto rodado y sus costados, juqueríes frondosos que obligaban a los pocos camiantes de la época andar sobre los pedregullos con mucha incomodidad y cautela. El último ómnibus a San Antonio, pasaba por ahí a las cinco de la tarde.
Esta arteria, que separa Asunción de Fernando de la Mora, era transitable para vehículos hacia el sur de la ruta Mariscal Estigarribia; hacia el norte, era un zanjón que no dejaba pasar ni al más pintado.
Por 1966 comenzó el empedrado de la calle Julia Miranda Cueto, la inmediata paralela a la ruta, hacia el sur. Comenzó frente a la casa de la familia Caballero, con piedras traídas del Cerro Koî. En una casa, en diagonal con la de los Caballeros, Francisco Bristill, siendo cinturón marrón, empezó a enseñar judo.
Sobre esa arteria, una vez terminado el empedrado, "conejo" Franco, uno de los hijos del doctor Cástulo Franco, un jovencito de unos 13 o 14 años de edad, manejaba como enfurecido una kombi Volswagen. Como no había sino unos poquísimos vehículos, nunca, que se sepa, había chocado debido a su exceso de velocidad.
En la esquina de Julia Miranda Cueto y Primero de Marzo había un baldío de la dueña del cine Terraza, ,quién, maternal, nos prestó para jugar al bollibol para lo cual nos pusimos a limpiarlo, porque ahí se tiraban las basuras de las casas vecinas. Todavía faltaban años para que hubiera el servicio de recolección de resíduos por parte de la Municipalidad.
Una vez limpiado el predio, montamos unos banquitos, dos postes para la red y marcamos la cancha. El club se formó en la casa de Tito, Gustavo y Amanda Rolón (esta era mi maestra en el cuarto grado) y se adoptó un nombre: Asociación Fernandina de Jóvenes (AFJ). Integraban también este club Cacerula, Roberto, Charles Delorme, Nena y Lorenzo Giménez, mis hermanos Marcelo y Yola, Egidio y Vicente Irala, Susana y paro de contarles porque me percato que olvido el nombre de varios otros y eso es pecar contra uno mismo.
En la esquina de la canchita vivían Victorito y Graciela Amarilla; Marilé (fallecida el 19 de enero de 2012), Tico, Cármen y Pachani Amarilla Jara, Ulises y Javier Demestral.
Por ahí circulaba el micro (que no era igual al ómnibus) 26 "Zona Sur", que transportaba 12 pasajeros sentados y el pasaje costaba 10 guaraníes (en el ómnibus 26, costaba 5 guaraníes).
Al lado de los Demestral estaban Maristela y Saúl Gaona (vendí a su padre mi primera guitarra azul en 500 guaraníes con el que Saúl aprendió su primera interpretación: Carreta Güy. Saúl, años después, integró de la Orquesta Sinfónica de Asunción y dirigió grandes sinfónicas de Estados Unidos y Europa).
Les escribiré más cosas sobre Fernando de la Mora de aquellos años de la década de 1960, antes que otras inmediateces me resten oportunidades de contarles cosas que, importen a algunos y, sobre todo, a mi.