Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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viernes, 23 de mayo de 2008

No toleran que yo tenga fe

Para mí, Dios existe. También el Espíritu Santo. Y Jesús. Y la Virgen María. Por esta postura mía muchos se pueden molestar, porque no toleran que el periodista desarrolle determinada fe. Pareciera que un comunicador sin Dios es más creíble y, consecuentemente, más querido, que uno que profesa una fe.
Me tiene sin cuidado el que exige un periodista ateo.
Puedo dar más de un testimonio de los milagros de la Virgen María. Los experimenté desde mis ocho años de edad, en Villarrica, luego de haber peregrinado a su oratorio en las costas del río Tebicuary, en Itapé. Se trataba de la sanación de una llaga que tenía en el pié derecho que me dolía mucho desde hacía meses. Fue el 18 de diciembre de 1960 cuando caminé 18 kilómetros en compañía de mis familiares. La llaga se había sanado totalmente ese mismo día, cuando retornamos a casa.
Otra vez, en Valparaíso, Chile. Fue en 1986. Allí presencié junto a otros 300.000 creyentes y curiosos, el fenómeno del sol: Un vidente (Miguel Ángel) invita a la multitud a mirar al sol del medio día (¡vaya milagro!), sin que el astro rey dañe nuestros ojos. Tomé varias fotos de aquel momento (y del sol, claro) y lo publiqué en el diario Hoy de Asunción, donde yo trabajaba.
Lo que experimenté en mi oficina un día sábado con su presencia demandará escribir un libro si fuera necesario. Sólo les diré que La vi aquella vez. Fue por 1995. Se trata de una experiencia que las 300.000 palabras del castellano serán insuficientes para describirla plenamente.
Creo oportuno escribir, tan siquiera ligeramente, sobre esta vivencia mariana coincidente con el día de María Auxiliadora, la misma Virgen María de Don Bosco.
¿Y lo del Espíritu Santo? Todo comenzó con un libro que me prestara un joven amigo, ya fallecido. El libro se llama “Buenos días Espíritu Santo”, de Benny Hinn. Este israelí, nacido en 1952, dice en su obra que él conoció y tomó amistad con el Espíritu Santo y que habla con Él a menudo.
Yo me dije un día si Benny alcanzó esa gracia, ¿por qué yo no alcanzaría? Y me dispuse a conocer al Espíritu Santo. Y en Asunción se me hizo conocer. Llevaría otro libro relatar esta increíble experiencia.
Me importa un pito que algunos piensen que ya estoy loco para escribir esto. Hasta con maldad capaz que comenten que estoy haciendo fuerza para 1)- ganarme la simpatía de Fernando Lugo o; 2)- subir al púlpito del predicador evangélico.
Hay un tribunal de la inquisición - tácito y terrorífico - en esferas de la prensa que condena a la hoguera de la marginación a quiénes tienen la osadía de profesar la fe. Ese tribunal es implacable: deja de lado laboralmente al que rompe las reglas de juego. En el mejor de los casos, acepta al “marginal”, en tanto y en cuanto no haga público su creencia y sus experiencias. Ese tribunal no me quita mis horas de sueño.

Dicen que hay dos maneras de vivir la vida: una, como si nada fuera un milagro y; otra, como si todo fuera un milagro.
Sólo les diré que yo he vivido momentos claves en la vida que me confirman que Dios, el Espíritu Santo, Jesús y la Virgen María existen, que están siempre aquí y ahora, prestos para sostenernos, como de hecho nos sostienen, aunque no nos demos cuenta de dicho milagro. Por tanto, soy de los que creen y dan fe de que todo es un milagro. Mis vivencias, pues, me hacen dormir plácidamente todas las noches.

En tardes de toros

España en el exterior es toro y flamenco. La corrida de toros tiene sus buenos siglos en estas tierras. Los primeros españoles de Paraguay llevaron esta parte de su tradición a las lejanías de América del Sur, logrando éxitos en Venezuela especialmente. En Paraguay se la practica pero como una parodia de las de España, México, Venezuela y Portugal (en este país no se mata al toro en el ruedo); protagonizando un capitulo aparte en las fiestas patronales paraguayas con nombres propios: torín, toreada, toro ñaró, etc.
Hoy les voy a contar mi experiencia en la plaza de toros de "Las Ventas", en Madrid, a la cual concurrí con unos amigos españoles, taurinos hasta los huesos (porque también están los españoles que se oponen a las corridas de toros). La plaza, habilitada en 1929, tiene vestigios de aquellos estadios romanos en los cuales los primeros cristianos eran devorados por los leones. Es imponente. Tiene capacidad para 23.000 personas sentadas.
En los alrededores de la plaza se montan pequeños quioscos, ("chiringuitos", le dicen los españoles) lo que me recuerda a las de las funciones patronales de Paraguay. En este sitio se vende de toda clase de baratijas, artículos típicos, banderas españolas con la figura de un toro en el centro, bebidas frescas (empieza el calor), etc.
La entrada no es fácil conseguir, cuesta 32 euros en el sitio que me tocó estar. Se la debe comprar con mucha antelación o, de lo contrario, adquirirla de la reventa. Los taurinos españoles no dudan dejarse llevar por los especuladores si tiene al torero favorito en el programa, actitud comprensible si se entendiera de toros, cosa que no es precisamente mi fuerte, aún cuando me agradan las corridas de toros.
Con la entrada (billete) en manos, paso dos barreras de controladores. Una vez adentro, se tiene la opción de alquilar almohadillas de cuerina en 1,20 euros para no sentarse en el frio cemento de la grada. Si los casi 22.000 asistentes de esa fiesta tuvieran almohadillas, solo este rubo por vez permite el ingreso de unos 26.400 euros. "Qué fácil es ser rico en España", anoto en mi agenda.
En las gradas la cosa está animada y colorida. Alli, me encuentro con que muchos señores van a las corridas vestidos con finísimos trajes y las mujeres, ni qué decir. Cada persona a mi alrededor era de una paquetería que para qué les cuento; "suntuosas damas y de selectos caballeros", describiría José Martí. Eso sí, la elegancia no les prohibe comer y beber en el mismo lugar del hecho (como escriben los cronistas de noticias policiales) si así les apetece, como a las dos señoras sentadas frente a mi, que a la hora del espectáculo, desenvolvieron sangüiches, cervezas y gaseosas para darse una singular merienda. Claro, con las bocas llenas de pan, jamón, queso, tomates y mayonesas también se sumaron al coro de abucheos a un "picador" (un hombre con sombrero y de a caballo) por habérsele roto la lanza al momento de dar un puntazo al toro en el ruedo.
A mi, francamente me asustó que se haya roto la lanza de madera del picador; no así a los demás. Ellos sabrán por qué. Yo me pegué un julepe en mi asiento. Que suerte, pensé, que yo esté en las gradas nomás.
Antes, el caballo de otro picador, había sido tumbado por un toro de unos 600 kilos, y no lo pudieron levantar sino varios minutos después. Menuda tarea la de los hombres encargados de hacerlo, porque el animal está protegido de las cornadas del toro con una gruesa tela de acero y plomo. Y, por tanto, cuando el caballo cae es muy difícil volver a levantarlo. Con tantos minutos que el pobre equino estaba tumbado en la arena, pensé que se había muerto. Lograron ponerlo de pié y nada pasó.
Cuando el público ruge en la plaza retumba como un trueno en la mole circular de cemento.
Más de 20.000 gargantas abuchearon al torero que dejó escapar su capa en los cuernos de uno los seis lidiados en la tarde. No sé por qué le abuchean; además quedaba muy gracioso que una enorme capa tenga que estar prendida a una de las astas del animal como un enorme moño rojo. Bueno, debe ser porque este espectáculo es para gente con cultura taurina. En la próxima estoy tentado a abuchear yo también, aunque me parezca muy simpático. No pienso desentonar entre tanta mayoría.
Dos de los toros tuvieron que ser sacados del ruedo porque uno tenía una ligera cogera y otro, por despistado (el lugar de correr hacia los toreros, iba para el otro lado).
Como en el "Defensores del Chaco", de Asunción, también en las gradas hay vendedores de gaseosas. El vendedor se ubica en el estrecho pasillo por donde andamos desde la boca de acceso y, pasamano mediante, corren el pedido, la plata, las latas de gaseosas y el vuelto ("vuelta", para los españoles) si hubiere. Así, mientras coreamos el "¡¡ooooooleeeeeeee!!, a una seguidilla de buenas intervenciones del torero, debemos hacer de "puente" para que llegue la gaseosa al señor gordo de corbata verde ubicado a diez asientos de mi izquierda.
El sol daba de lleno, felizmente. De todas maneras noté que los taurinos son precavidos: a muchos vi con paraguas. Estamos en tiempos en que de un sol fenomenal podemos pasar a una lluvia no menos fenomenal. Me cuentan que así llueva, los aficionados lo mismo concurren al ruedo; preguntado por qué, me responden que es, primero, por el espectáculo y; segundo, porque en las gradas se cultiva la amistad y se aprovecha, además, para iniciar conversaciones de negocios, que se cierran en algún almuerzo en los restaurantes (que son muchísimos) en los inmediatos alrededores de la plaza. La otra vez almorcé con otros 15 aficionados a las corridas de toro. Fue en un restaurante muy prestigioso y que está cerquita del ruedo, a la que concurre también el rey Juan Carlos.
El espectáculo duró dos horas y media. Aún cuando los españoles de mi alrededor en las gradas estuvieron disconformes, a mi me pareció inigualable. Tomé varias fotos, que pueden ver en mi Orkut, y luego fui a tomar una caña de cerveza con un amigo en un bar frente a la plaza, como parte de este rito taurino.