Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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lunes, 21 de enero de 2008

¿Y por qué no ahora?

Hoy puse en mi blog un comentario que escribí hace algunos años. Creo que fue por 2005. Es sobre las cartas de amor. En el comentario planteo que antes se usaba mucho las cartas para comunicarnos y que antes eramos más humanistas. Aquellas cartas nos volvían más humanistas, escribí. Y conste que antes costaban más escribir: había que comprar un par de hojas del almacén - sí, del almacén - y el sobre también. Ensayar, incluso, algunas líneas en borrador para, luego, pasarlo en "limpio", es decir en la hoja comprada del almacén y, llevar al correo para despacharlo con caracter "urgente" y "certificada".
Estuve pensando sobre las cartas de antes, no solo en las de amor, entendidas como aquellas que nosotros, los varones, enviamos a nuestras amadas o a las que deseábamos festejar. Pensaba en las cartas con destinatarios generales. Esta noche pienso que hoy debiéramos usar más las cartas como medio de comunicación que antes. Claro. Es que hoy hay más posibilidades, infinitamente más, que hasta hace un par de décadas para escribirnos unos a otros.
Desde luego, estoy pensando en los recursos de Internet.
Debiéramos continuar escribiendo cartas, breves o extensas y enviarlas pronto. Debiéramos volver a la costumbre de enviar cartas a los parientes, amigos, compañeros de estudios y labores, a las autoridades, a las personalidades.
No sólo escribir. Sino escribir lo útil, lo oportuno, lo bien dicho, lo decente, alegre, optimista. Aquí está Internet para servir de medio.
Los blogs debieran usarse más para amar que para odiar; para construir, que para destruir; para alentar que para desalentar. Nuestros blogs, que son nuestras cartas personales para todo el mundo, debieran estar llenos de mensajes de amor, uniones, confianzas, tolerancias, sumas, buenos ejemplos.
En mi país, el Paraguay, hay demasiadas críticas, demasiados odios, excesivos deseos de venganzas, muchas intolerancias. Por esa suma de pensamientos, deseos e intensiones, hoy miles de familias paraguayas están separadas. Muchísimos hemos desembarcado en Europa, lejos, muy lejos, de nuestras casas porque nos alejamos de la idea de amarnos.
Que bueno sería que volvamos, no tanto a las cartas, que son una herramienta para el pensamiento y las intensiones, sino a la buena voluntad de hablar con, en, para y por el amor. Criticando como lo venimos haciendo desde hace tantos años, odiando inclusive, no hacemos sino abrir nuestro organismo al estrés. Y, sabemos, del estrés al infarto o al derrame cerebral no quedan sino unos pasos.
Yo creo que se ama a los demás aprovechando estas herramientas del nuevo tiempo (me refiero al blog, sobre todo). Se ama, digo, diciendo cosas útiles, sencillas, inteligentes, curiosas, humorísticas, sanas.
A mucha gente de mi país no gusta encontrar comentarios como este en Internet. Prefieren otras cosas más violentas. Lo siento por ellos. Yo prefiero estas que, a lo mejor, no atraen lectores, no aumentará el número de visitas, no producirán comentarios. No importa. Lo siento, de nuevo, por ellos. Además, voy a ser muy franco, no me interesan los lectores que sólo saben restar.
A mucha gente le gusta más el amor, que el desamor. Para ellos quiero escribir. Y voy a escribir. Y los que prefieren el amor, las ideas sencillas, prácticas, útiles, vivenciales, sanas, frescas y alegres también tienen ganas de leer estos comentarios que aquellos. Y tengo fe que esta gente habrá de escribirme y sumar sus opiniones a favor de la tolerancia, la amistad franca, del amor sin contaminaciones.
¿Por qué hoy debemos ser menos humanistas que antes? ¿De donde saco semejante pesimismo? En estos precisos momentos miles, millones, de personas estarán pensando igual que yo, deseando encontrar alguien a quien confesar su amor, a dar un abrazo, a regalar una palabra de aliento. Entonces, ¿por qué digo que hoy estamos menos humanistas que antes? Me parece que yo era uno de los que prefieren restar. Cuidaré de mis pensamientos y procuraré poner luz a mis sombras.
Creo que debemos escribirnos y, sobre todo, transmitirnos amor. Hagamos ahora que todo es tan fácil para comunicarnos mediante los chats, los blogs, los mails, Internet todo.
Procuraré. Procuremos.

Los escapados de Lille

En junio de 1998 formamos parte de una frondosa delegación paraguaya trasladada a Lille, Francia, para asistir al partido que protagonizarían los equipos de Paraguay y Francia, por la Copa Mundial de Fútbol, al día siguiente de nuestra llegada.
Viajamos en un Boeing 707 de la Fuerza Aérea Paraguaya, con el presidente de la República, el ingeniero Juan Carlos Wasmosy, a la cabeza. Salimos de Asunción un viernes a la noche, para llegar a la norteña ciudad francesa el sábado, en horas de la tarde. En el aeropuerto nos esperaba el intendente de la ciudad, quien tras los saludos protocolares, invitó a la delegación paraguaya a una cena en el versallesco palacio municipal.
Aquella reunión de connotadísimas personalidades de la cuna del general Charles de Gaulle, con la delegación paraguaya, por demás amena como fraternal, fue una mezcla de franceses elegantemente empilchados y; de paraguayos despatarrados vestidos con bermudas, tenis y camisillas musculosas, prestos a ingresar al primer estadio donde se dispute la pelota. Claro, no hubo tiempo ni siquiera para tomar un baño en el hotel donde, sí, quedaron acomodadas las maletas en las habitaciones de cada uno.
Mientras el presidente de la Cámara de Empresarios de Lille leía su discurso de bienvenida al presidente Wasmosy como a sus colegas paraguayos, un grupo de periodistas y publicistas asuncenos gestaron en una de las elegantes mesas la idea de viajar a la ciudad de Paris esa misma noche, para compartir con los miles de turistas de todo el mundo tan siquiera durante un par de horas.
Tras los aplausos y los brindis de bienvenida, un alto funcionario del gobierno paraguayo, aprestadísimo a participar de la excursión, tuvo la misión de preguntar al intendente de Lille si donde podían alquilar un bus para viajar hasta la capital. "Mire, bus aquí en Lille y a esta hora ya no hay; cualquier reservación de autocar se hace temprano; además Paris queda muy lejos de aquí", recibió por respuesta.
El anfitrión no estaba con ganas de quedar sin invitados a su cena de modo que desalentó cualquier idea que intentara dejarlo plantado con tan copiosa comida.
Ante el feroz fracaso del enviado y; al amparo de aquella frase que dice que no está muerto quien pelea, un periodista fue comisionado a salir de la sala, como dirigiéndose a los lavabos, de modo que en la calle averiguara donde se podía alquilar un bus que les lleve a Paris y vuelva a traer a unas 40 personas para dentro de no más de 15 minutos.
Un taxista llamó a un número telefónico, preguntó cuanto cuesta y de inmediato informaba el precio del viaje: 42 dólares por persona. El autocar fue contratado. Ahora quedaba la parte más delicada: hacer correr la invitación entre los comensales paraguayos, de la manera más prudente de lo que sean capaces gestar los conspiradores. El mensaje saltó de oído a oído. Había lugar para 45 personas. La información secreta llegó al presidente paraguayo a quien se le vio meneando la cabeza, pero cómplice. Obvio, para que el papelón sea completo lo único faltaba solo que Wasmosy plantara al intendente municipal, el mismo que se sentaba a su lado.
En menos de cinco minutos la sala de recepciones registraba 45 ausentes. Para cuando los organizadores de la fiesta empezaron a preocuparse por la demora de tanta gente que supuestamente fue al baño, el ómnibus repleto de divertidos empresarios, ministros, directores de gobierno, gobernadores, periodistas y publicistas, estaba con rumbo a la Torre Eiffel y los Campos Elíseos.
Aquel viaje coincidió con los trigales listos para la cosecha y que, por miles de hectáreas se extendían a ambos lados de la carretera. Tanta promesa de granos espantaba a todos los fantasmas del hambre que pudieran asomar por esas comarcas.
Si viéramos tanto trigo, no fueron menos los viñedos. Interminables parraleras con millones de frutas moradas de las que saldrán los exquisitos vinos franceses. "Si esta noche no degustamos un tintito nacional no sería completa nuestra estadía en Paris", dijo el ministro del Interior, Carlos Podestá.
Una alegre música francesa ejecutada en acordeón sonaba a través del equipo de radio del autobus y; como a medio camino, el conductor introdujo un CD de música patriótica; levantó el volumen y dejó oír un coro de cien voces grabadas entonando el himno "La Marsellesa", a las que se sumaron 45 voces en vivo y en directo dentro del autocar.
En una planicie, los paraguayos se fijaron la velocidad con que un moderno tren eléctrico marchaba en el mismo sentido del bus que los transportaba. Al rato estaba muy por delante. No creo que en América haya un tren más veloz que ese.
Viajamos durante unas cuatro horas. Tal vez más o menos. No sentíamos la distancia, pese al cansancio del viaje directo desde Asunción hasta las orillas del Canal de la Mancha. Nuestro grupo era excelente lo mismo que nuestro bus. El hecho de dirigirnos a Paris para mezclarnos que cientos de miles de turistas venidos de todo el mundo para ver fútbol, como nosotros, nos llenaba de una infantil expectativa (emocionante como la noche antes de la venida de los Reyes Magos). Se trata nada menos que de la ciudad los mejores perfumes, de las comidas sin par, de Charles de Gaulle, Napoleón, de la Notre Dame, del duro y elegante Peugeot, de La Mona Lisa y de toda esa hinchada francesa que al otro día alentaría a su equipo mientras se enfrenta al sudamericano, al nuestro.
Llegamos a la una de la madrugada. ¿Cómo describir una ciudad de hechizante urbanismo, tan grande y bella? La noche parisina, engalanada con los colores de su bandera; estaba espléndida y seductora por abajo del enorme cartel luminoso ubicado en la torre Eiffel que anunciaba los días que faltaban para que comenzara el año 2000. Desde el bus experimentábamos la magia de una ciudad que estuvo en todos los capítulos de la historia europea. Como traviesos escolares en excursión, los pasajeros se movían de una ventanilla a otra para admirar lo que , por torrentadas aparecían en 360 grados.
La avenida Elíseos estaba impresionantemente atestada de turistas dispuestos a amanecer en las veredas, bares, pubs, boites, donde haya un lugar con música. En toda la arteria había orquestas actuando en plena calle, batucadas brasileñas y muchas banderas paraguayas. Miles de compatriotas míos residentes en los lugares más recónditos del mundo estaban esa noche confundida con esa festiva multitud.
Nadie nos creería a nuestro retorno en Asunción que pasamos un par de horas en Paris sin beber bebida alcohólica, en medio de un jolgorio indescriptible Llegamos minutos después de la una de la madrugada, hora a la que ya no se vende ni cerveza, whiskys, ron, vino, ni champaña, ni caipirinha ni nada que tenga alcohol por más carnavalesco que haya sido todo aquello. No lo conseguimos por ningún lado. Bueno, al menos algo sacamos en claro: en Paris se respetan las leyes.
Claro, el bus estacionó en las cercanías de la torre de metal donde todos los rollos de películas (por aquel tiempo todavía las cámaras requerías de películas) no eran suficientes. Habría que sacarse fotos en ese sitio para redescubrirnos como niños.
Presentíamos que esa madrugada sería cruelmente breve por eso los 45 no nos quedamos sino caminamos; nos íbamos hacia donde va o viene la gente; o que formábamos parte de divertidos grupos franceses, brasileños, alemanes, bailando, cantando, saltando, abrazando a gente que jamás hemos visto y que, probablemente, nunca más volveremos a ver.
Tuvimos que volver. Nos vimos en la necesidad de despedirnos de esa Paris de las películas, de las novelas de Moupassant, Dumas, Verne y Balzac; de la excelencia de los Colbert, Vauban y Louvois del reinado de Luís XIV; de donde se trazaban estrategias napoleónicas para las victorias de Austerlitz, Jena, Eylau, Friedland; de esa de las mujeres vestidas de crepé de seda de color café claro con detalles de encaje y bordado en satín, de principios del siglo XIX; de esa ciudad que "bien vale una misa"; de este corazón europeo, en fin, que lo llevamos palpitante, tierna y cálida junto al nuestro.
Cada uno tuvo que haberse propuesto íntimamente volver a esa seducida por Madame Rochas y embrujada por los goles domingueros de Platinic.

-¿Dónde se metieron? – nos preguntó el presidente paraguayo a la hora del desayuno, en el hotel.
-Dimos una vuelta por Paris – respondió el ministro Podestá - loqueamos en la avenida Elíseos, nos tomamos fotos junto a la torre, nos sumamos a las batucadas...
-...Y bebieron hasta morir.
-¡Ah!, esa broma no te aceptamos...no pudimos degustar ni un tintito. ¡Garzón, marche una botella de champaña!

Los caballos de don Carlos

En Villa Dolores había un caballo, el único de aquellas comarcas guaireñas, llamado "Redención" y cuyo dueño, un fraile franciscano llamado Gregorio, había conseguido una pareja con la cual dejar descendientes, porque – pensó – sería a más de insensato, triste, que su hermoso alazán no dejara descendencia.
Por aquellos años de la década de 1830, el cura conoció al dueño de una yegua en un paraje vecino de Asunción, llamado Trinidad, hasta donde había llegado al lomo de "Redención". Se trataba del doctor Carlos Antonio López, quien algunos años después sería el primer presidente constitucional del Paraguay.
Casualmente, López le comentó que andaba en la búsqueda de un buen padrillo para cruzar con su yegua a lo que el cura le contestó que él tenía la respuesta.
Acordaron el servicio de sus respectivos animales. El dueño de casa lo invitó a quedarse en la suya por un par de días para concretar la cruza, puesto que en ese momento la yegua estaba en celo.
Los mejores caballos eran los de Villa Dolores.
El presidente López visitaba el pueblo, que fuera formado por ex funcionarios públicos condenados por el Dictador Perpetuo, Francia, por la década de 1820, para observar a los mejores peones domar los caballos que luego participarían en las carreras cuadreras de Villarrica, Ajos, San Lorenzo del Campo Grande y Caazapá, hasta donde había llegado la fama de sus veloces equinos.
Para los paseos por las calles Estrella, Palma y Oliva de Asunción, las familias ricas mandaban reservar los mejores caballos de Villa Dolores. Los caballos eran enganchados a las limoneras, berlinas, Americanas o a los carros Landó que todas las tardecitas llenaban aquellas ruidosas arterias. Sobre sus ruedas paseaban los apellidos de aquella Asunción de las décadas de 1850 y 1860: López, Decoud, Saguier, Linch, Cuevas, Lezcano, Stewart, Barrios...
La llegada de inmigrantes italianos, franceses y alemanes a Villarrica, por los años 1850, ha sido posible mediante la abundante disponibilidad de excelentes caballos en Villa Dolores, incorporando en dicha ciudad un par de décadas después el primer servicio de transporte de pasajeros en carricoches de dos ruedas tirados por fuertes y veloces caballos proveídos por Villa Dolores.
La yegua "Arpa", que así se llamaba la tordilla del doctor López, tuvo su primera cría, que después sería el montado del flamante presidente paraguayo. Al año de haber nacido dicha potrillo, el fraile recibió de regalo la yegua de parte de aquel y la llevó a Villa Dolores donde comenzó la cría de caballos; primero, a cargo del cura y, poco después, de varios vecinos.
Cuando el dictador Gaspar Rodríguez de Francia quiso convertir el poblado en una estancia del Estado, visto la buena cantidad de caballos criados allí, falleció en 1840.
Los mejores caballos eran los de Villa Dolores. El presidente López visitaba el pueblo, que fuera formado por ex funcionarios públicos condenados por el Dictador Perpetuo, Francia, por la década de 1820, para observar a los mejores peones domar los caballos que luego participarían en las carreras cuadreras de Villarrica, Ajos, San Lorenzo del Campo Grande y Caazapá, hasta donde había llegado la fama de sus veloces equinos.
Rafael Martínez, un poblador de la villa, había conseguido comprar en una estancia de Buenos Aires un padrillo y tres yeguas de la raza Shire y que de mucho sirvieron para mejorar en calidad y cantidad la caballada del pueblo. "Cuando mi caballo relincha, no hay yegua que guarde cincha", se ufanaba el viejo Martínez, un petiso gordo, que en su mocedad era pendenciero, mujeriego y altanero.
Durante muchos años, "Redención" y "Arpa" vivieron para dar crías muy apreciadas por paraguayos y extranjeros. Para cuando comenzó el siglo XX, miles de caballos eran vendidos al año por los criadores de Villa Dolores, donde todos vivían felices y en abundancia mediante la oportuna idea del fraile y la buena voluntad del doctor López quien la acompañó con entusiasmo.

Cartas eran las de antes

Escribir cartas en aquellos tiempos era parte de los jóvenes, los padres, los empresarios, los maestros, los políticos, de los ricos y de los pobres. Bien o mal todos escribían periódicas misivas para saludar, felicitar, reclamar, fustigar, chimentar, plantear, ofrecer, rogar, corregir, ampliar, amenazar, amar, anunciar, renunciar, despedir, reír o llorar.
Siempre había una carta por enviar o recibir. Y una que no querría recibir nunca, como aquella que decía "Querido papá: antes que nada quiero darte la tranquilidad de que nadie resultó lastimado en ninguno de los dos autos"; o esta: "Querida Rosalba: He decidido escribir esto, porque siempre te respeté y siempre creí que no esperarías de mí nada menos que una sinceridad absoluta...".
Hubo empedernidos escritores de cartas, como el francés Antoine-Marie Arouet (1694 - 1778), Voltaire, que escribió, al menos, 15.284 cartas, a numerosas personalidades de su siglo, amigos, conocidos, hombres y mujeres, especialmente a Emile Chatelet, su amante.
Lo mismo se diría de las sesudas como ardientes de cristiandad de Pablo a los romanos, corintios, gálatas, efesios, filipenses, colosenses, tesalonicenses, Timoteo, Tito y Filemón. "Hay quien dice que mis cartas son duras y fuertes, pero que en persona no impresiono a nadie, ni impongo respeto al hablar. Pero el que esto dice debe saber también que, así como somos con palabras y; por carta, estando lejos de ustedes, así seremos con hechos cuando estemos entre ustedes", escribía a los corintios el converso de Damasco.
Honoré de Balzac (1799-1850) fue un gran maestro de la comunicación epistolar, incluso con sus cartas enamoró a una condesa rusa con la que, finalmente se casó.
Las correspondencias de John P. Robertson desde Asunción a su hermano Guillermo, en Inglaterra, permitieron la posterior publicación del libro que bajo el nombre de "Letters on Paraguay" describió los primeros años del gobierno del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia en la naciente República del Paraguay (1814 - 1840). Se trata de una sustanciosa obra que hasta hoy utilizan los historiadores paraguayos.
Pocos conocen aquel hábito de otro dictador, Adolfo Hitler, quien usaba determinados colores de lápices para la redacción de sus misivas. Sobre su mesa siempre tenía tres lápices: uno rojo, otro verde y otro azul. Cuentan que el rojo utilizaba para escribir cartas a sus enemigos; el verde, cuando hacía notas respecto a sus amigos y; el azul, cuando debe ser muy cauto en lo que debía escribir. Estos lápices también servía al Führer para tirarlos con fuerza contra la mesa y romperlos en sus momentos de cólera.
Cuentan que Tomás Jefferson cuando fue presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre los años 1801 y 1809, dijo que hacía dos años que no tenía noticias de su embajador en España; "si este año no me llega nada, le escribiré una carta", se propuso.
Para que llegue una carta tenía que pasar un tiempo. Si se tratara de una carta internacional demoraba aún más. El tráfico diario de sobres era de miles de toneladas. Barcos, trenes, buses y aviones aparecieron mucho después de los "chásquis" peruanos, el "Pony Express", el "Federal Express" y del primer coche de correos de Inglaterra que empezó a funcionar en 1784.
El sistema de envío de mensajes de los Incas fue el más rápido de su tiempo hasta la aparición del telégrafo. Eran capaces de hacer llegar un quipo (cordel anudado) a dos mil kilómetros (de Quito a Cusco) en cinco días.
Desde el 3 de abril de 1860 hasta el 26 de octubre de 1861 funcionó entre Misuri y la costa occidental de Estados Unidos el llamado "Pony Express", que había desaparecido ni bien se dio comienzo al servicio de telégrafo transcontinental. Se trataba de transladar las cartas a galope de caballo, modelo que perduró por muchos años en América Latina bajo el nombre de estafeta.
Frederick Smith, harto de la lentitud del correo, ideó el concepto de la entrega nocturna de las cartas, lo que con el tiempo se llamaría "Federal Express".
Con los correos aéreos la cosa mejoró sustancialmente. Antoine de Saint-Exupery, el autor de "El Principito", "Vuelos nocturnos", entre otros, fue pionero en la creación de rutas aéreas en la América Meridional para el transporte de correos que para la naciente empresa, denominada Air France, era más importante que el transporte de pasajeros para quienes en la máquina estaban reservados solo dos asientos. El avión era un Potes Late-25 con el que se unió Buenos Aires con Asunción en 1929.
Por la modernidad que nos agobia - vaya paradoja - podemos decir sin temor a equívocos que cartas eran las de antes, de cuando las escribíamos con la plumilla humedecida en el tintero, con la pluma fuente, el "Virome", el moderno y popular bolígrafo o, sencillamente, con el lápiz cuyo carbón mojábamos con la punta de la lengua.
"Tomo este lápiz y este blanco papel para saludarte y a la vez desearte buen estado de salud", encabezaban generalmente nuestras cartas a familiares o amigos, sin cuya fórmula casi eran prohibitivas escribirlas. Muy cerca estaba otra manera de iniciarla: "Tengo el agrado de dirigirme...", que se niega a abandonar las rígidas reglas epistolares.
Escribir cartas formaba parte de la costumbre de cada uno. Lo aprendíamos de niños, cuando en la escuela remitíamos nuestras primeras esquelas como parte de nuestras tareas de Lenguaje Escrito. Como la ocasión que hace al ladrón, aquel aprendizaje aprovechábamos para nuestros primeros ensayos amorosos para los cuales nos agenciábamos de un "correo", intermediario/a que se encargaba de hacer llegar la cartita.
El declive fue sostenido. Primero el telégrafo, luego el teléfono; más tarde, la radio y la televisión; el fax, poco antes de los teléfonos celulares o móviles, los contactos vía satélite.
En la modernidad de hoy, con el celular más Internet, correo electrónico, chat y hasta canales de televisión y radio, metido en los bolsillos, escribir una carta "simple" o "por avión" resulta poco menos que cándidamente ridículo. "Kiero que cpas k sos m mundo tqm", "mensajea" por mail una chica desde su Nokia E61 al novio, mientras este trabaja en una oficina y; ella, estudia. Una suerte de carta de amor de celular a celular y que hasta un par de décadas atrás demandaba días de inspiración, frases corregidas, palabras borroneadas, consultas al inevitable libro "Cómo escribir cartas de amor" y vueltas a escribir, acaso a la noche, cuando las pasiones toman vuelo y los sentimientos se tornan audaces.
Para muchos optimistas las cartas de amor no pasarán de moda; al menos esa es la impresión causada por un artículo publicado en una conocida revista de circulación internacional, en la cual se recomienda tener paciencia para expresar el debido cariño a la persona amada y que para eso la persona que escribe debe tomarse su tiempo.
Que no se le ocurra nunca escribir una carta de amor a los apurones; ¿donde se ha visto?, tampoco se le ocurra dejar de contestar aquellas que su verdadero amor escribe: "Vida de mi vida", "Adorada luz de mi alma"...
Acaso por haberse dado el tiempo las cartas de amor de Enrique VIII a Anne Boleyn están guardadas hasta hoy en la biblioteca de El Vaticano. Quizás don Enrique no pretendía que sus cartas a Anne sean inmortales sino sinceras por las que ella las tuvo que haber guardado para leerlas, pensamos, una y otra vez. Por sinceras, aunque no lleguen a la inmortalidad, al menos están guardadas en la biblioteca de la Santa Sede. Y no todas las cartas de amor tienen el privilegio de ser cuidadas nada menos que donde vive y reina el Papa.
Redactar correspondencias demandaba buena caligrafía. Las escrituras se hacían a mano, de puño y letra, generando buena letra. Por eso era importante aquella asignatura que en la escuela primaria se llamaba precisamente "Caligrafía" y que para el efecto el alumno contaba con un cuaderno especial de 20 hojas.
Hasta los años de la década de 1980 escribir cartas era compromiso de la mayoría alfabetizada. Esa práctica, quizás y a propósito, haya permitido la mejor formación de nuevos novelistas, ensayistas y poetas.
- Me gustaría que me escribas una carta - le dice una madre cuyo hijo aprendió a usar la computadora.
- ¿Una carta?
- Sí, para que practiques lo que aprendiste. Quiero que subrayes lo que aprendiste; algunas palabras, y que no dejes de usar las cursivas en algunas. Usa distintos tipos de letra, tamaños y colores, y deja dobles espacios. Y pon tu firma manuscrita. Que tu destinatario sienta la calidez de tu puño y letra. Mantén tu humanismo a través de cada letra, líneas y frases de tu carta.