Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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domingo, 28 de junio de 2009

Las campanas de Caazapá

Son pueblerinas. Y ahí está su lado bueno. Suenan largas, armónicas, únicas. Salmodias metálicas. Anuncian las domingueras celebraciones católicas. Las campanas de la iglesia de Caazapá, el pueblo fundado por fray Luis de Bolaños. El silencio de los domingos de este pueblo colonial se puede cortar con una tijera. Debajo de las tejas rojas pareciera que nadie vive. En sus largos corredores algunos toman mate.
Sus calles céntricas, mezcla de pueblo y ciudad, estàn desiertas.
Al alba, un gallo inicia la larga cadena de tiquiquiriíes que se prolonga hasta muy lejos. El aire fresco aporta lo suyo. Rocios.
En el bajo, hacia la terminal de ómnibus y el mercado, el remolón ronroneo de un diesel, acaso un bus listo para marchar hacia Villarrica o Asunción, promueve el despertar de la no menos remolona madrugada. Después, nada. Solo silencio.
A esa hora, Caazapá es un poco el Macondo de Gabriel García Márquez o; el Areguá de Gabriel Casaccia o; Manorá de la Madama Sui de Roa Bastos. Apático donde nada perturba a nada.
En cada casa, en todos los sitios, el recuerdo de las refriegas montoneras, donde los fusiles de milicos y guerrrilleros marcaban el compas de las liturgias políticas de 1959. En las casitas blancas asoma la abundancia oculta, generada por el trabajo del hachero y el leñador de los Fassardi. En sus campos, el blanco de los nelores de la estancia "Tarumá", del viejo doctor Sarubbi, apellido italiano mezclado con el de los criollos del montaras paraje, llenan de esperanzas las dehesas.
En las alturas, en el campanario, los badajos golpean, se gesta el mágico sonido que impregna al pueblo. Primero, el de la pequeña campana, una suerte de soprano. Al breve repiqueteo sigue otro, más rápido; interfiere la grande, que suena como más fuerte, como la voz de un barítono, cuyos ecos barnizan el cielo, los árboles, las casas, las calles, hasta los lejanos campos del pueblo de Bolaños, en los límites del cerro Ybytyruzú.
Los sonidos provenientes del bronce colgado del alto tirante impregnan la ciudad, como el incienso llevado por el el ceremonioso turiferario. Su irresistible magia llegan a los recónditos espacios del corazón hasta las dimensiones del alma. Son el llamado de Dios a concurrir a su casa ese día de guardar. Anuncian las misas mañaneras.
Son tres llamadas por celebración. Avisan, sobre todo, que Dios, su Hijo, la Virgen María, el Espiritu Santo, los Santos Apóstoles existen. Y que existirán siempre.
Los domingos son días de las campanas de la iglesia de Caazapá.
El personaje es el campanero anónimo trepado en las alturas, como un director de orquestas, quién da brazadas a las sogas.
El Día del Gran Campaneo es el domingo en Caazapá. El forastero no deja de ser hechizado por sus tañidos agudos, graves y prolongados que despiertan, animan y llenan de misteriosas ganas de conocer a Dios y a Jesús.
Y el forastero también va a misa junto al colonial altar, de imágenes de madera, de pilares salomónicas, de doradas copas sacras, donde hombres y mujeres oran el Padre Nuestro, el Ave María y pronuncian el Credo entre dientes, sisieando, como hablando al oído del Creador, con las manos juntas, en oración, con la mirada clavada a las antiguas baldosas del largo templo, como lo hacen solo los siervos buenos, los fieles de Caazapá, cada domingo, después de las campanadas.

En el diario Crónica

Cumplí un ciclo en el diario Crónica de donde me retiré a mediados de junio de 2009 para tomar nuevos rumbos profesionales. Fueron diez meses de pasarlo muy bien con un grupo humano estupendo. Un grupo de jóvenes periodistas, diseñadores, gerentes, fotógrafos, correctores y choferes. Con ellos aprendí (cada día aprendemos algo nuevo) y, sobre todo, lo pasé estupendamente bien.
Cuando Néstor Insaurralde, el director periodístico, me dió la libertad de elegir un puesto dentro del equipo, le dije que quería ser cronista. El de la calle. Ese que va tras la noticia y vuelve con la presa. Un perdiguero del suceso.
No me olvidaré de algunos de mis reportajes.
En Yaguarón me tocó reportear a algunos vecinos que estaban hartos del "sátiro del pilín", un policía que no podía pasar sin mostrar su asunto a cualquier mujer que tenga la desgracia de cruzarse en su camino.
Queda para la anécdota de cuando en Simón Bolivar, Caaguazú, fuimos amenazados de muerte por el hijo de una paraguaya que contrajo matrimonio con un español, a quien dejó en bolas y a los gritos y que, poco después, lo mandó asesinar. Es que tuvimos la ocurrencia, cámara en ristre, de hacer un seguimiento periodístico a ese truculento caso donde mis compañeros, el fotógrafo Arsenio Acuña y el chofer Cuevitas, podían haber sido también víctimas del enfurecido hijo de la ingrata.
Reflexionaré en mis tiempos de tranquilidad sobre el fenomenal lío que inicié con aquel artículo sobre la payesería descubierta en una crucecita, al lado de la ruta en la entrada de Areguá. Pasó que algunos aregüeños, al leer el artículo, habían dicho que aquello fue un "trabajo" de los artesanos de Itá, que les sentía envidia. En Itá, una pruebera, siguiendo el hilo periodístico, descubrió con sus gastadas cartas, que no era verdad lo que se decía. Pero muchos iteños, que como la mayoría no lee bien lo que se publica, fueron a la carga contra la pruebera a quién acusaron de haber sido la que hizo el paye contra los aregüeños. De mi parte, hice mutis por el foro para que ni aregüeños ni iteños se les antoje hacerme un paye o qué.
Solamente en la redacción de Crónica pude experimentar las adrenalinas al máximo enfrentando a los quinieleros ante un curioso caso de apuestas. Unos clientes habían apostado a un número de tres cifras y sacaron, pero la empresa se habría resistido a pagar, por lo que nos avisaron. En la empresa, a regañadientes, nos dijo un personal de tercera categoría, que se pagarán los premios pero que para el efecto debían los agraciados presentarse a su administración documentos personales en manos. Aquello se arregló.
Supimos que algunos (de los genios que nunca faltan en cualquier empresa) habrían sugerido manipular la premiación de una fecha para que unos cuantos apostadores jugaran el número respectivo en las boletas de los llamados quinieleros "mau" a los efectos de, desbancados, dejen de competir a la empresa legal.
Dicho y hecho.
Los espectables elegidos para la operación cumplieron. Pero entre ellos no faltaron los infieles que también jugaron en las boletas de algunos quinieleros al servicio de la empresa legal. Parece que, efectivamente, los ilegales acusaron efecto del destructivo torpedo, pero, por causa de los infieles, también la empresa legal. Fue de antología.
No me olvidaré los espeluznantes relatos de poras, muertos, espiritus y malavisiones relatados por los protagonistas y que los publiqué un tiempo en la columna "Crónicas de misterios". Las mini historias de la columna "Ilustres desconocidos", que las firmé con mi seudónimo "Taravé morotí", me divertían un montón. Quizás, más adelante, publique esas historias breves en algún libro. El tiempo dirá.
Pero lo que siempre recordaré es la calidez humana de cada uno de los que conforman la redacción. Extrañaré las quejas de Neri Insfran, el despampanante escote de Meide, los desgastados (y desgastantes) chistes de Víctor Ruíz, el cerrismo casi enfermizo de "Gato" Dominguez y la dinámica laboral de Griselda, mi "patronita", con quién cuando "invadimos" la sección policiales nos divertimos como niños.
El "qué lo que voy a contestarle" de Rocio Paredes, encargada de una columna sentimental, donde abundan los casos de cuernos y otras extravagancias de parejas, voy a extrañar en este primer periodo de mi baja del diario. A veces, Rocío estaba con los pelos de punta buscando dar una respuesta a sus lectores y lectoras sobre cada estrambóticos casos que ni el mago Merlín le encontraría salida. Más de una vez me había expulsado de su lugar de trabajo porque estaba por volar de los nervios. Hay lectores complicados que nos exigen al máximo de nuestras armonías.
Echaré de menos a los entrevistados culitos empolvados que no querían ser reporteados para el diario Crónica; sí, para La Nación y a quiénes debíamos decir que, efectivamente, era para La Nación, pero al otro día salían en tapa de Crónica. Recursos periodísticos que le llaman.
También a las prostitutas agremiadas ("mis queridas putas", diría García Márquez); a los familiares de aquella mujer que ofrecía sus servicios sexuales en la ruta ("rutera") y a la que mataron sin que la justicia se preocupara por darle seguimiento; al jovencito de Fernando de la mora que, con sus cortos 20 años, inventaba cosas a partir del hierro y del latón para venderlos y los vendía como pan caliente mediante aquel artículo que le publicamos.
Ser periodista de Crónica tiene sus ventajas. Desde nuestros escritorios, por ejemplo, se puede ver a las modelos, con ropitas asími de michimi, dejarse fotografiar a metros de nosotros, en plena redacción. Si bien no teníamos los aumentos salariales como nos hubiera gustado tener, accediamos a ese plus visual lleno de encantos. La desventaja de ese atractivo adicional en esa redacción es que se atrasa un poco el trabajo.
Recordaré siempre aquel reportaje que hice en la pieza de Néstor Insaurralde a un grupo de sordo mudos. Se imaginarán lo que fue esa entrevista, que no logré entender un pito. Y a los que ganaban al Telebingo, los nuevos ricos, a quienés por detrás de cada pregunta, se escapaban resíduos de mi íntima envidia.
En fin, empiezo a extrañar ese pequeño gran diario que me dio la oportunidad de probar que todavía me entusiasma salir a la calle, y como un reportero novato, vivir intensamente mi reportaje. Desde esta agradezco a cada uno de ellos el haberme permitido disfrutar de esta experiencia profesional conjunta. No por ajura galleta, categoria promedia paraguaya, que siento una especie de galleta en mi gargantaitè por lo que pongo punto final a este artículo.

El castellano paraguayo

No estoy muy seguro, pero creo que los paraguayos somos medio ingratos con nuestra manera de hablar. Ingratos con nuestros giros, términos y, sobre todo, con nuestro guaranismo. Ni qué decir contra el "guarango", esa persona que prefiere expresarse en guaraní.
La gente fifí es la que se molesta con quién es "guarango". Yo prefiero molestarme contra el cachiaí. Hablar en guaraní no es lo mismo que ser el cachiai, el arriero portepe, el arriero paite. No. El cachiai, ese guaso, apesta igual entre quienes hablan el castellano, o el inglés o el aristocrático francés, en cualquier parte del mundo.
Los porteños que ocuparon Asunción junto a los brasileños durante la Guerra contra la Triple Alianza, acaso hayan sido los primeros en oponerse a la nativa lengua de los paraguayos y, como vencedores, procuraron a luz y sombra desterrarla. Aquella resistencia del vencedor quedó y, con el tiempo, se sumergió en las profundidades de nuestros ADNs para que hoy continuaramos, muchos, torpemente, en veredas opuestas, cuando de hablar o no hablar en guaraní se trata.
Por todo eso, cuando Juan Aguiar, mi apreciado compadre, sacó a luz su último trabajo, el "Diccionario de castellano usual del Paraguay", sentí como que pese a los rayos y centellas de algunos momentos de nuestra vida diaria como país bilingüe, el guaraní y, sobre todo, el castellano paraguayo que nada tiene qué ver con el castellano universal y el guaraní autóctono, tiene, felizmente, su vuelo propio.
Y la nacionalidad también es nuestra lengua, nuestra manera de decir, nuestros giros y abusos, y hasta nuestras equivocaciones. Todo es un cúmulo nimbus del paraguayismo al que, pareciera, muchos rechazan, problema éste (el rechazo) que, sin dudas, es de quién lo sufre y no tanto de la nación.
Juan Aguiar, sin tapujos, nos recuerda que en nuestro lenguaje, por ejemplo, está la palabra "reservado" y de períodico uso, dicho sea de paso, en nuestro trajín idiomático. En Paraguay no decimos "motel" sino "reservado". También en su diccionario menciona la palabra "quilombo" y "quilombear", como prostíbulo o hacer lio, respectivamente.
"Serenatear", "serenatero", son expresiones, dice Aguiar, propias de los paraguayos y que el diccionario de la Real Academia Española aún no las registró. Roa Bastos, en "Madama Sui", utiliza en tres partes la palabra "serenateros".
¿Se imagina la persona "lechuché", de esas pitucas emperifolladas, escuchando a otro, supongamos, en una recepción en el Centenario, utilizar "terminologías de carreteros" como "purear", "programera", "pelotuda", "pendeja", "empelotarse", "en pedo" y tantas otras miles de expresiones, más o menos usuales entre los paraguayos? Ya las veo santigüarse con el mohín de quién no acepta llevar esas palabras "callejeras" a los salones de espejos.
¿Qué dirían los que escuchen mencionar "monflórito" en lugar de homosexual, por ejemplo? Roa Bastos usó la palabra "monflórito" en su poesía "Aquiles" ("Las hembras, los machos, los castrados, los monfloros, los monflóritos, gozamos de los mismos derechos") escribió en la década de 1940. En este sentido, la palabra "homo", como homosexual, es mencionado por Aguiar en su último libro.
Aunque para algunos son detestables, las "buenas" y "malas" paralabras, incluyendo las "guarangadas" forman parte de la dinámica de nuestro castellano paraguayo que, como todo idioma debe buscar la manera de sostenerse con sus propias creaciones, así como de otras lenguas, para que, en fin, podamos seguir entendiéndonos entre todos.