Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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lunes, 19 de mayo de 2008

Carta a mi amigo Gustavo

Hola, Gus:
Aquella vez cuando te escuché ejecutar el piano con precoz maestría, me acordé de mi amigo de infancia Saúl. De esto hace unos cuantos años. Él habrá tenido tu edad, entre siete a nueve, tal vez diez años.
Aquella tarde todavía tengo fresca en mi memoria: “¿quieres venderme tu guitarra?”, me preguntó. Yo que no quería vender mi preciosa guitarra azul, por lo lque e propuse un alto precio: 500 guaraníes (la moneda paraguaya se llama Guaraní,), unos cuatro dólares, mucho dinero en la época en mi país, el Paraguay, sobre todo para mí, todavía niño.
Saúl volvió a su casa y rato después retornó a la mía con los 500 guaraníes en manos que su padre le había regalado para adquirir la guitarra. Claro, le vendí. Saúl quedó contento con la guitarra y yo, con el dinero.
Un guitarrista vecino le enseñó los primeros secretos en la ejecución del intrumento que él me hacía escuchar ese mismo día del primer aprendizaje. Recuerdo que su primer logro fue una composición paraguaya que se llamaba “Carreta guy” (bajo la carreta).
Pasaron los años. Sus padres querían que fuera, si mal no recuerdo, ingeniero en algo. Saúl soñaba con ser músico. Para dar el gusto a sus padres estudió la carrera de ingeniería, la terminó. Luego les dijo que a partir de ahí estudiaría lo que le gusta, la música. Así lo hizo. Pasaron los años y se incorporó a la Orquesta Sinfónica de Asunción. Continuó estudiando música llegando a dirigir grandes orquestas de América del Sur, Estados Unidos y Europa.
Hoy sigue tocando en la Sinfónica de la capital paraguaya. Saúl es un gran músico, es una persona realizada por lo que, supongo, debe ser feliz, lo cual me alegra mucho.
Cuando escuché los acordes de esa preciosa composición que ejecutaras en el piano de tus abuelos en la casa de Madrid (creo que fue el de Beethoveen, “Para Elisa”) me pareció ver a Saúl empezando a ganar tiempo y espacio con la guitarra azul que fuera mía. Me remonté a aquellos años de la segunda mitad de la década de 1960, en Fernando de la Mora, un pueblecito pegado a Asunción donde nada pasaba.
La belleza y calma con que interpretaste esa bonita pieza del notable compositor alemán me hizo pensar seriamente que llegarás muy lejos de la mano del arte, independientemente de que seas un ingeniero en minas, en obras civiles, un estupendo médico, un gran creativo gráfico, un pundonoroso militar, un maestro de escuela o un arquitecto como algunos de tus tíos.
Puedes ser un excelente abogado siendo un gran concertista de piano. Mira, Pio Baroja fue médico y escritor; Julio César fue un general romano e historiador; el uruguayo Mario Benedetti fue contable de comercio y escritor; y así, nos cansaremos de mencionar ejemplos.
Tu seductor arte de chaval dominando las blancas y negras del piano me hacen decir que eres toda una promesa. Cuando llegues a la cúspide no te olvides cumplir tu promesa: sentarte junto al piano, mejor dentro un gran teatro asunceno, y - ya maestro, como lo es Saúl - llenes la sala con los acordes de tu repertorio. Espero estar allí para aplaudirte como debe ser uno de los sueños de Jorge y Marga, tus padres. Avanza, Gus, no te detengas nunca; serás un invencible gladiador.