Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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miércoles, 13 de abril de 2011

Nuestra autoestima

A los paraguayos nos falta la valoración positiva de nosotros mismos. Quizás, buscando una causa, después de tanto sometimiento, tantas guerras y fracasos en tiempos pasados, se hayan engendrado aquí las generaciones pesimistas del "sí, pero", "no, está mal", "lo que hay que hacer es", etc sin percatarse - por no decir sin importarle - lo bueno que va surgiendo, callado, en su entorno.
Pareciera que, efectivamente, todo está mal, que todos están equivocados, que todo está corrompido; nada nos agrada.
Quiero creer seriamente que estamos en deuda con nuestra autoestima. Como que estamos en permanente vigilia a favor del desaliento, ese liendre que se multiplica en nuestras cabezas.
Nuestras conversaciones cotidianas no avanzan sin el "sí, pero...". Estamos alertas, buscando la quinta pata al gato.
Ya un amigo admirará la camisa del otro al que este contestará "sí, pero mi callo me molesta". Nada nos calza, todo entorpece nuestra felicidad.
Estamos en la permanente pesca para descalificar algo o a alguien, la verdad que sin ton ni son. Actuamos como hijos de la escasez y del fracaso. Vestimos una casaca, sucia e impregnada de catinga, la de la derrota, que nos negamos a cambiar.
Somos del cuadro de los pesimistas.
Un paraguayo compró un coche usado por el cual está feliz. Le muestra a otro amigo.
- ¿Por cuanto compraste?
- Una ganga, por 3.500 dólares.
- ¡Ndee!, por qué no me avisaste, tengo un amigo que ofrece su coche mucho más lindo que éste que quiere vender por 3.000 nomás.
El pesimismo es el puñal bajo nuestro poncho; la envidia y la inquina, nuestro sombrero.
El descalificativo y la intolerancia son la vara con la que medimos todo. Porque hizo Lugo está mal; porque dijo el colorado está mal, porque la idea es del ministro tal está mal, porque lo dijo el empresario está equivocado, porque lo dijo el socialista es desacertado. Juzgamos sobre la marcha, rechazamos antes que cante un gallo, descalificamos sin pestañear, nos volvimos increíblemente despreciativos.
"Mo´o pio oikuata", "pea ningo che vecino, aikuaa porá chupe", "quién no le conoce, es un corrupto", vomita el cotilleo cotidiano. Exageramos los conceptos, transgredimos lo que venga, convertimos al país en la guarida del insulto.
Somos, en fin, el palo en nuestra propia rueda.
Independientemente a que, a propósito, nos guste o no la gestión de este gobierno, ¡qué bien nos hace sentir que los brasileños reconozcan nuestros derechos sobre Itaipú!
Mucho mejor nos sentiremos cuando el dinero que vendrá por ese reconocimiento se utilice en buenas obras que sean útiles a todos los paraguayos ¿Por qué no creer que el dinero será bien utilizado?
¿Cómo no sentirnos mucho mejor con el anuncio de la construcción de la sede de World Trade Center y de la Costanera?
Nuestra autoestima está de pie con el nuevo éxito en la cosecha granera, aunque no falten los que digan "sí, pero los sojeros deben pagar más impuestos".
Como dice Humberto Rubín, parecemos un perro con siete colas, sabiendo que los turistas empiezan a llegar con frecuencia a nuestro país; que hay más hoteles lujosos.
¿Cómo no enorgullecernos por haber alcanzado un crecimiento record del 14,5 % de nuestra economía el año pasado? Esto fue el éxito de los que trabajan de sol a sol, de los agricultores, ganaderos, industriales varios, del gobierno (por qué no), de los importadores, los exportadores, los camioneros, los empleados, los estibadores, de todos los paraguayos. La Albirroja está en cada paso que vayamos dando, día a día, a cada instante. Vamos haciendo jugadas con olor a gol. Eso vale demasiado y debemos anotarlos como punto que ameritan y apuntan hacia nuestra autoestima.
Ya me dirán "sí, pero" porque somos de poner el palo a la rueda. Para peor, a nuestra propia rueda. El pesimismo se volvió un deporte nacional al extremo de convertir la nación en una suerte de prostíbulo donde nosotros somos hetairas.
Ya me dirán que hay peajeros, motochorros, ladrones por doquier, asaltantes y criminales y funcionarios corruptos que nos prohiben ser felices. Ya me dirán que nos movemos con colectivos chatarras, que tenemos diputados y senadores incapaces y que la suciedad ganó nuestras calles. Y que por eso no hay derecho a ver lo bueno que estamos alcanzando los paraguayos. Siempre justificamos para demorar la puesta en pie de nuestra autoestima.
¡Basta con todo eso!
Basta con los pesimistas de cuarta cuyas papilas olfativas no están entrenadas para oler la fragancia de una nueva primavera que protagonizamos cada uno de los que vivimos en esta bendita tierra.
Basta con los que no ven lo bueno sencillamente porque el gobierno no es santo de su devoción. El Paraguay no comienza ni termina en un grupo de paraguayos que ejercen el poder, por demás legítimo.
Basta de acusar al productor granero de "sinvergüenzas", "explotadadores" de envenenar a los compatriotas con agroquímicos, un argumento por demás injusto y traido de los pelos.
Basta de oponerse a la ciencia que nos provee mejores semillas para las siembras y cuyas cosechas nos hacen lucir ante el mundo.
Estaremos equivocando muchas cosas, pero no en todas. Estamos saliendo adelante, a nuestra manera, y todos debiéramos sentirnos felices por estos logros que tienen los colores de nuestra bandera.
Los brasileños son grandes, no solo por su territorio geográfico, sino porque en cada uno de ellos está con que Brasil es el más grande del mundo, aún cuando tenga criminales que entran a un colegio y matan a una docena de adolescentes, pese a sus narcotraficantes copando favelas, a pesar del hambre que acosa el norte de ese país, pese a sus ladrones y criminales callejeros marcas registradas.
Los paraguayos debemos volver a barajar la jugada y recuperar la autoestima que nadie, sino nosotros mismos, nos ha negado. Por carecer de la suma de actitudes positivas tenemos jóvenes drogadictos, padres y maestros desorientados, barras bravas criminales, policías indolentes, sociedad descarriada.
El que se sabe con alta autoestima no ejerce la marginalidad, ayuda, es solidario, tolerante, pacífico y sereno, vive en paz y es feliz. Los paraguayos tenemos el derecho de sentirnos felices; por eso, tenemos la obligación de parar esta alocada como perversa jugada a favor del pesimismo y, mediante la razón, dar lugar a nuestra autoestima, ausente por decisión de nosotros mismos. De nadie más.

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