Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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viernes, 28 de diciembre de 2007

¿Cómo usamos Orkut?

Sin dudas, estamos en la Edad de Oro de las comunicaciones. La informática nos acercó a este bello paraíso de los teléfonos celulares, de las transmisiones vía satélite, de Internet, del chat, del blog y de eso más nuevo y cuyo nombre es de un turco: Orkut. Esta red social promovida por Google desde enero de 2004 para todo el mundo nos permite comunicaciones instantáneas con cualquiera de la red en cualquier parte de la Tierra.
Referirme a las nuevas posibilidades que ofrecen la comunicación hoy me apasiona, como a cualquiera que aprecia este regalo de los sabios contemporáneos. Y teniendo a mano todo estos milagros no nos quedan otras que usarlos para bien, con la misma filosofía de quienes lo inventaron o descubrieron.
Por eso, deseo referirme particularmente a Orkut.
Hasta hace muy poco yo no conocía este recurso inserto en Internet. Me enteraría días atrás que mi hija, Mónica, es parte de ese complejo virtual desde el 2004, ni bien los brasileños (ella estudia en una universidad paulista) accedieron a la red. Desde mi ingreso al día de alzar este comentario, muchos miles se habrán convertido en fervientes "orkutienses".
Leo en Wikipedia que "la red está diseñada para permitir a sus integrantes mantener relaciones existentes y hacer nuevos amigos, contactos comerciales, relaciones más íntimas".
Son millones de contactos a cada instante charlando de todo un poco. Y ahí está la gracia de este recurso comunicacional: charlar de lo que a uno le plazca.
Abordar el tema que se quiera sin faltar el respeto a nadie, sin desarmonizar, con alegría, desparramando optimismo, regalando y recibiendo sabiduría, con franqueza, sin otras intenciones más que el de comunicarse con decencia. Si yo actuo de ese modo habré de honrar el esfuerzo de los científicos encargados de poner en mis manos esta preciosa herramienta.
Y tampoco me molestaría porque algunos se equivoquen en su uso, ya sea por las pasiones que le mueven o por la ideología que sostiene y defiende. El hombre naturalmente es pasión y esta debe ser tolerada por más que estemos en desacuerdo. No me molestaría por sus opiniones, como de hecho no me molestan, porque en esta actitud mía aporto mi grano de arena para ir sacando de entre nosotros la ignorancia, esa maldita roña, por lo que muchos se resisten a no respetar los derechos elementales de las personas.
Orkut es una invitación a la libertad de expresión y lo entiendo como la ocasión para demostrar que con respeto, decencia y transparencia podemos hablar de todo, incluso de eso que los más resagados temen tratar: política y religión. Nunca me expliqué por qué no incorporar a la política y la religión como temas de conversación. Ambas forman parte de nuestra esencia humana por tanto me parece sano abordarlas.
La red orkutiana permite charlar de todo. Depende, sí, de cada uno para que Orkut todavía sea más útil de lo que ya es mediante nuestra manera de encarar las charlas, de usar este mecanismo, de los temas que abordamos, de la madurez con que nos hacemos acompañar cuando estamos ante el ordenador. También sirve para la pavada, para preguntar y responder tonteras, para quemar leñas del tiempo, para eso insípido, intranscendente y anodino que también forman parte de nuestras vidas, especialmente entre muchos jóvenes. Al fin de cuentas de qué sirve la vida sin matices.
Si tenemos los medios con qué hacer llegar nuestros pensamientos a los demás no nos queda más que comunicarnos. Depende de cada uno para que aporte lo suyo para ayudar a mejorar a los demás, así se trate el tema que se trate. La sabiduría que viene de la mano de los decentes y respetuosos no debe tener a su paso barricadas, muros ni altos portones candadeados como los resagados quieren hacer valer. La maldita ignorancia se vale de estos para envolvernos en su repugnante y sucio manto.

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