Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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sábado, 18 de mayo de 2013

Revistas "pornos" eran las de mi época



Con esto de las redes y los teléfonos celulares con cámaras tengo la impresión que el negocio de las revistas pornos ha terminado o, al menos, está camino de su extinción, ¿o estoy equivocado?; recuerdo la revista “Luz” de aquellos tiempos, de hasta la década de 1970, que teníamos prohibidísimos que nosotros, los adolescentes, tengamos que andar bicheando en secreto ¿Y qué me dicen de aquella película “Helga”, que mostraba todito cómo y, sobre todo, por donde nace el bebé?
Aquello sí que era de escándalos.
De los besitos mimí en las parejas del cine pasaron a aquellos besos profundos con las manos pokoví de los actores por debajo del saivÿ de las actrices, cuando las mamás tomasitas gritaban y procuraban en la platea que su hija no vea y el novio letrado se fregaba las manos en medio de las desventuras acarreadas por la vergüenza colectiva en la penumbra de la sala.
Nunca me voy a olvidar de aquella compañera mía del sexto grado que llevó la revista “Luz” a la escuela y nos mostró. Ore tavyta. Recuerdo que la maestra pilló y le hizo llamar a su mamá a quién le dijo que su hija “es demasiado zafada” y que así las cosas capaz que sea una “mujer perdida que andará muy pronto por las calles por su cabeza”.
En aquellos últimos grados de la escuela y el básico del colegio (del primero al tercer curso) nuestras máximas manifestaciones de rebeldía contra el pudor era escribir en los bancos y los baños el legendario como criollo grafitis: “108” y “108 puto” con lo que exteriorizábamos todo el lívido permitido por aquella sociedad católica, introvertida, reprimida y pudorosa.
Eran tiempos de un lujo urbano, la existencia de los yuyales, el motel de aquellos tiempos. Años en que se decía que los niños venían de Paris, cuando en realidad venían de los yuyales; época en que se decía que el bebé era traído por la cigüeña cuando que la tarea estaba a cargo de la partera del barrio y que se nacía en una palangana, cosa de no creer hoy en día.
Bueno, les decía, los yuyales eran abundantes en todas partes y, por tanto, sucedáneos de los actuales moteles con aire acondicionado, teléfonos internos, piletas jacuzzi y toda esa onda de modernidad que hace que el servicio sea más caro.
Les voy a hablar del primer motel:  a lo mejor no estamos lejos de afirmar que fuera aquella regenteada por un chileno y por muchos años en la casa que mi cuñado le alquiló en Perú y Azara. Claro, por aquellos tiempos esa esquina era una verdadera lejanía por lo que entraba en el rango de “sitio discreto” para los encuentros furtivos. El local tenía sendos portones sobre las calles mencionadas. Como en la época lo de autos era cosa de ricos, las parejitas, ñembotavy hapeite, pues, se metían a pie en el motel hasta que volvían a salir caminando nomás. Total, nadie les veía en esos desérticos arrabales asuncenos.
Después, cuando la modernidad y, sobre todo, las necesidades de las parejas se volvieron más fogosas, abiertas y exigentes,  los moteles fueron hacia el “monte”, a Lambaré, hacia Itá Enramada, donde, entonces, el diablo perdió el poncho. Allí surgió lo máximo en hoteles alcahuetes: “Los pinos” que se habilitó con una inauguración de aquellos a puro champan con invitados fifí. A partir de ahí el negocio fue cada vez más floreciente, excepto aquellos tiempos de González Machi, de cuando todo se vino abajo.
De cómo era la cuestión antes de esa época de mi adolescencia les voy a deber. Solo me imagino cuan difícil habrá sido visto y considerando que las mujeres tenían unas ropas que le llegaban hasta la rodilla y sus ropas interiores se aseguraban con hilo de ferretería, una cosa de locos, pero, en fin, así era la moda y ésta, dicen, no incomoda. Dicen que algo de esto se relata en esa polca de Teodoro S. Mongelós, “Cha jazmín”, la primera música paraguaya porno. Pero esta historia, que no es inédita, les voy a contar en otra oportunidad.
Vuelvo a la película “Helga”. Era de origen alemán si mal no recuerdo. Lo vi en el Cine Terraza Estragó de Fernando de la Mora; todo un drama. Yo andaba por los 18 años cuando tuve permiso para ir a ver la película. Era una purete. Se veía cómo y por donde nacían los bebés, ¡escándalo total! Esta película de corte científico-médico pero ¿cómo eso metemos en la cabeza de nuestros padres de entonces, y al pa´i Arriola que desde el púlpito mandó al diablo a doña María Estragó, la dueña del cine, y no saben la cara larga que ponían las directoras y las maestras de las escuelas República Dominicana y Pitiantuta, para quiénes la película era pornográfico por donde se lo mire?
Y, repito, la revista “Luz”, que trabaja artículos sobre profilaxis sexuales, enfermedades de los órganos reproductores, etc., era una revista porno para todo el mundo y ¿quién les quitaba de la cabeza?;  es que eran años en que las mujeres iban a oír misa con el velo puesto en la cabeza y sus titís estaban tan tapados que habrían sido tiempos difíciles para esas enclaustradas partes del cuerpo femenino.
Digo que hoy las redes sustituyeron a todos aquellos encantos ocultos de la sociedad santularia. Hoy los chicos con una celu toman las fotos que quieran, de la gente que quieran, y de sus partes que quieran y, luego, como si nada, envían por chat las fotos a sus amigos con un textito corto como “esta es mi novia”, “este es de mi novio” y lindezas por el estilo.
Antes se compraban las revistas pornográficas y supongo que sus editores habrán amasado fortunas; ahora, pienso, ya no. La pornografía está en el ejercicio de la libertad de chicos y chicas (¡Ñandejara!, parece que ya va a llegar el fin del mundo) así como ellos entienden y ya no necesitan de aipó revista “Luz” mbaembo para ver, tan siquiera de manera insinuada, las partes íntimas de varones y mujeres. En Internet está toda la oferta que se imagine y no se imagine por lo que, digo, pornografías eran las de mi época, de esas prohibidísimas, de revistas en blanco y negro más ajadas que un guaraní pueblero de tanto andar de mano en mano entre los varones contemporáneos, pero así y todo no éramos zafados.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Los gorditos Mejicanos,eran prohibidisimos...