Detrás de la puerta, esto

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Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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viernes, 9 de mayo de 2008

Llueve a cántaros en Ciudad del Este

En los días de lluvia, en aquellos últimos años de la década de 1950, nos fascinaba escapar de nuestros padres e ir hasta el raudal que corrían en las culebreantes canales que fueron abriéndose, naturalmente, a fuerza de la suma de torrenciales lluvias.
Las ideas de llegar a ellas eran dos: caminar por esos virtuales arroyos y; represar sus aguas sucias con barro, cascotes, ramas verdes, latas, palos secos, bosta de vaca y cuantos objetos estén a nuestro alcance para que, finalmente, liberemos el agua y se escurra hacia los bajos hasta desembocar en el arroyo Pasopé, mientras un enorme arco iris adorna el cielo guaireño.
Esas lluvias que bañaban las escarpadas faldas del cerro Ybytyruzú y sus lejanos llanos por donde decidió quedar la viajera Villarrica, retornan a nuestra memoria cuando se desatan las intensas lluvias sobre el microcentro de Ciudad del Este.
Cuando las ventas se han reducido, como en los últimos tiempos, y llueve, los “mesiteros” no tienen más opción que bajar todas las carpas de plástico, resguardar con otras las mercaderías expuestas en las precarias mesas y aguardar con paciencia que termine de llover.
Entre tanto, no tienen otra sino entretenerse mirando correr el agua sobre el asfalto hacia la próxima boca del alcantarillado.
Pocos caminantes bajo la lluvia intensa. Unos pocos “sacoleiros” buscan llegar hasta la parada del bus que les llevará hasta algún hotelucho de Foz de Yguazú, agazapados, apresuran la marcha.
Los “pancheros” se resguardan como puedan, junto a sus agujereados y frágiles carros - cocinas.
Los taxistas se encierran en sus autos de vidrios apañados.
Los vendedores, que conservadoras de por medio, ofertan gaseosas y cervezas brasileñas en latas, sencillamente te borraron de la calle, lo mismo que las chiperas, los quinieleros y los limpiadores de parabrisas de las esquinas con semáforos.
Llueve a cántaros en Ciudad del Este.
Unos niños de la calle, caminan en las veredas empapadas, manifestando travesuras en los cuencos camineros con aguas acumuladas. Sus sucias remeras con leyendas políticas de las últimas elecciones municipales y sus rotosos pantaloncitos se pegan a la piel, con días sin bañar.
Se dirigen hacia cualquier parte, hacia donde les lleve sus flacas piernas y sus pies descalzos; hacia donde pidan un bocado cuando sus pancitas reclaman o, se apoderen de algún objeto ligero, inspirados en sus incorregibles biscacherías.
Están mojados como pollitos.
Las calles de la capital departamental hacen un alto mientras llueve; mientras la tormenta eléctrica suspende el servicio de energía en la ciudad y; el viento furioso se hace oír entre las rendijas de la casa.
Desde lo alto del departamento no veo, por la intensa lluvia, los árboles de la avenida Madama Linch, y mucho menos, los de las alturas del Área Uno, el elegante barrio de las cercanías al Lago de la República.
Otra lluvia sobre la nueva ciudad. Como las que son capaces de suspender sus actividades comerciales; como las que motivan las ocurrencias de los niños de la calle; como las de Villarrica de aquellos últimos años de la década de 1950.

FUENTE: Martínez Cuevas, Efraín, “Crónicas de la misma ciudad”, Editora Ricor, Asunción, 2002, pp. 77/79.

Los primeros caballos de Paraguay

En la travesía de San Vicente, actual territorio brasileño, a Asunción, el Segundo Adelantado del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, introdujo al Paraguay “los veinte y seis caballos y yeguas que habían escapado en la navegación”, según relata el propio adelantado en su obra “Naufragios y Comentarios” 1/.
Se trata de los primeros equinos introducidos a la provincia del Paraguay, que causaron temores a la población indígena, hecho apuntado por Álvar Núñez: “era cosa muy de ver cuán temidos eran los caballos por todos los indios de aquellas tierras y provincia, que del temor que les habían, les sacaban al camino para que comiesen muchos mantenimientos, gallinas y miel diciendo que porque no se enojasen que ellos le darían muy bien de comer; y por los sosegar que no desamparasen sus pueblos; asentaban el real muy apartado de ellos, y porque los cristianos no les hiciesen fuerzas ni agravios. Y con ésta orden y viendo que el gobernador castigaba a quien en algo los enojaba, venían todos los indios tan seguros con sus mujeres e hijos, que era cosa de ver; y de muy lejos venían cargados con mantenimientos sólo por ver los cristianos y los caballos, como gente que nunca tal habíha visto para por sus tierras” 2/.
El sábado 11 de marzo de 1542, a las nueve de la mañana, llegaron los primeros 26 caballos y yeguas a Asunción en medio de sustos y alegrías de la población nativa - hispana de la nueva Asunción 3/.
El inicial temor de los indígenas al equino fue superado progresivamente. Después no habría un varón nativo que no aprecie y monte esta especie. Félix de Azara apuntó que los indígenas Guanás, por ejemplo, no querían viajar “sino en buen caballo” 4/. Mientras que los Albaias “tienen bastante y buenos caballos que estiman mucho y los que destinan para las batallas no los enagenarían por nada del mundo” 5/.
Añade el historiador que cuando estos indígenas van a la guerra montan sus peores caballos para acercarse al enemigo y que cada uno conduce por la brida el destinado para la batalla y que lo monta soltando el malo “luego que está a punto de obrar” 6/. Mediante la ventaja del caballo ganaron importantes batallas a las tribus contrarias. Sus mejores caballos eran sacrificados a la hora de morir el bueno 7/.
Eran otros tiempos, lejanos a aquellos cuando los indígenas creían que caballo y caballero, al decir de Francisco Morales Padrón 8/, formaba una sola pieza. Mediante ese temor también Hernán Cortés ganó importantes batallas.
Llama la atención el hecho de que los indígenas hayan ofrecido “gallinas y miel” a los caballos. Morales Padrón se preocupa de aclarar este asunto, apelando a experiencias vividas en otras regiones del continente. “En algunos sitios - dice - creyeron los indígenas que el caballo era un ser carnívoro (…) algunos llegan a suponer que comían hombres al ver el freno ensangrentado o que se alimentaban con el hierro que les gobierna, por lo cual le llevaban como manjar oro y plata (…) Así lo cuenta el inca Garcilaso. Y los españoles, astutos, recomendaron a los indios que diesen a los caballos mucha de aquella comida si querían que los equinos se hicieran amigos suyos” 9/.
Sin dudas, el principal aporte de Alvar Núñez Cabeza de Vaca a la naciente economía de la Conquista fue la caballada. Mediante ella, la expansión española, en las nuevas tierras fue permanente, sólida y duradera. Fue más fácil con los caballos disponibles fundar nuevas ciudades. Aquellos cinco yeguas y dos caballos traídos añois antes por Mendoza a Buenos Aires fueron multiplicados por miles y abandonados en la extensa Pampa, pero - que al decir de Carlos Zubizarreta - “durante casi todo el período colonial sirvieron únicamente para alimento y medro del indio Araucano” 10/.
(Fuente: Martínez Cuevas, Efraín, “La ganadería en el Paraguay”, La Rural Ediciones, Asunción, 1987, 248 pp.)
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CITAS:
1- CABEZA DE VACA, Álvar, Núñez, “Naufragios y comentarios”, Espasa-Cape, Madrid, 1957, p. 119.
2- CABEZA DE VACA, idem, pp. 122 - 123.
3- Idem, p. 135.
4- AZARA, Félix de, “Descripciones e historia del Paraguay y del Río de la Plata”, Imprenta de Sanchiz, Madrid, 1847, p. 204.
5- Idem, p. 209.
6- Idem, p. 210.
7- Idem, p. 211.
8- MORALES PADRÓN, Francisco, “Los conquistadores de América”, Espasa-Calpe, Madrid, 1974, p. 109.
9- Idem, pp 114 - 115.
10- ZUBIZARRETA, Carlos, “Historia de mi ciudad”, Emasa, Asunción, 1964, p. 38.