En 1984 publiqué un libro sobre la historia algodonera del Paraguay, lo llamé "Los eslabones del oro blanco" y fue, modestia aparte, un éxito de librería. El algodón andaba bien y, me percaté, que faltaba un libro que se refiera sobre los eslabones de esta fibra en la historia nacional.
Me puse a hilar fino para llegar a la meta. El recordado y apreciado amigo Alfredo Seiferheld fue quién más me alentaba para sacar el libro, incluso de sus incursiones en el Archivo Nacional de Asunción (ANA) me traía algunos datos que, finalmente, fui a buscarlos yo mismo bajo su orientación. A su cargo estuvo el prólogo del libro.
Por aquel tiempo, el algodón andaba bien; los agricultores que dedicaban su trabajo a este renglón vivían sin necesidades. Había sonrisa en sus rostros, se sentían felices.
No les apabullaré con cifras manejadas en aquel tiempo en torno al algodón. No. Además no me gusta esa parte porque, necesariamente, debemos comprar aquellas con las de hoy que casi son nada.
Recuerdo de cómo andaba bien el algodón comprado por 30 desmotadoras (hoy quedaron 11). Todos trabajaban, el niño, el adulto, el hombre, la mujer; se contrataban peones (llamados braceros) y estos volvían a sus casas con dinero pagado por el pequeño agricultor. La dignidad se anidaba en las casas de los algodoneros.
Lo que pasó, producto de una inexplicable informalidad de algunos responsables del plan algodonero nacional, llevó a la semi aniquilación de la producción de la fibra en Paraguay. Todo perdimos por irresponsabilidades como, por haber descuidado la semilla nacional conocida con el nombre de Reba P-279 y, a partir de ahí, derrumbar al gigante de los planes mixtos del país conocido con el nombre de Programa Nacional del Algodón.
Millones de dólares perdidos desde los inicios de esta loca carrera hacia el suicidio económico ¡Millones! Miles de familias campesinas sin nada que desde ese momento de la tragedia los arraigue a sus chacras que los vendieron, prestaron, o empeñaron y se marcharon hacia las ciudades de Paraguay y del exterior. Miles de estos ex algodoneros emigraron a España, Argentina y Estados Unidos. Los hogares se convirtieron en los "oga kue" sin valor.
Un joven abogado, Enzo Cardozo, ahora ocupado en el cargo de ministro de Agricultura y Ganadería, desde que asumiera está empeñado en revivir al herido de muerte. Golpea puertas varias, conversa, se alienta, cae, vuelve a levantarse y cuando ya todos están animados, no hay semilla suficiente para llegar tan siquiera al 10 por ciento de la mayor superficie sembrada alguna vez.
Y la semilla, de nuevo, genera impugnaciones. Unos quieren la transgénica, pero otros no están de acuerdo, sino solo con la convencional. Y la convencional ya no se produce. Las ideologías despiertan y surgen conversaciones que vuelan sobre territorios que poco tienen que ver con la producción propiamente dicha.
Hojeando aquel libro publicado en 1984 volví a reflescar mis ideas sobre el agricultor paraguayo, un hombre guapo, inteligente, perseverante y solidario siempre y cuando se sienta apoyado por los estamentos privilegiados de la producción (técnicos, bancos, industrias). Dejaron la siembra porque, en fin, ya no tuvo maneras de seguir en medio de tantas informalidades, como por la distribución de las semillas adquiridas en el exterior pero de casi nula capacidad germinativa.
Espero que con el abogado Cardozo tengamos mejor suerte y reflotemos esta riqueza genuínamente paraguaya (ya han pasado quizás una veintena de ministros de Agricultura desde Hernando Bertoni). Las ganas del joven secretario de Estado de recuperar terreno perdido me hacen pensar que el renglón retornará como uno de los rubros más importantes entre los agricultores de menos recursos del país. Al menos todos eso esperamos todos. Crucemos los dedos...
Me puse a hilar fino para llegar a la meta. El recordado y apreciado amigo Alfredo Seiferheld fue quién más me alentaba para sacar el libro, incluso de sus incursiones en el Archivo Nacional de Asunción (ANA) me traía algunos datos que, finalmente, fui a buscarlos yo mismo bajo su orientación. A su cargo estuvo el prólogo del libro.
Por aquel tiempo, el algodón andaba bien; los agricultores que dedicaban su trabajo a este renglón vivían sin necesidades. Había sonrisa en sus rostros, se sentían felices.
No les apabullaré con cifras manejadas en aquel tiempo en torno al algodón. No. Además no me gusta esa parte porque, necesariamente, debemos comprar aquellas con las de hoy que casi son nada.
Recuerdo de cómo andaba bien el algodón comprado por 30 desmotadoras (hoy quedaron 11). Todos trabajaban, el niño, el adulto, el hombre, la mujer; se contrataban peones (llamados braceros) y estos volvían a sus casas con dinero pagado por el pequeño agricultor. La dignidad se anidaba en las casas de los algodoneros.
Lo que pasó, producto de una inexplicable informalidad de algunos responsables del plan algodonero nacional, llevó a la semi aniquilación de la producción de la fibra en Paraguay. Todo perdimos por irresponsabilidades como, por haber descuidado la semilla nacional conocida con el nombre de Reba P-279 y, a partir de ahí, derrumbar al gigante de los planes mixtos del país conocido con el nombre de Programa Nacional del Algodón.
Millones de dólares perdidos desde los inicios de esta loca carrera hacia el suicidio económico ¡Millones! Miles de familias campesinas sin nada que desde ese momento de la tragedia los arraigue a sus chacras que los vendieron, prestaron, o empeñaron y se marcharon hacia las ciudades de Paraguay y del exterior. Miles de estos ex algodoneros emigraron a España, Argentina y Estados Unidos. Los hogares se convirtieron en los "oga kue" sin valor.
Un joven abogado, Enzo Cardozo, ahora ocupado en el cargo de ministro de Agricultura y Ganadería, desde que asumiera está empeñado en revivir al herido de muerte. Golpea puertas varias, conversa, se alienta, cae, vuelve a levantarse y cuando ya todos están animados, no hay semilla suficiente para llegar tan siquiera al 10 por ciento de la mayor superficie sembrada alguna vez.
Y la semilla, de nuevo, genera impugnaciones. Unos quieren la transgénica, pero otros no están de acuerdo, sino solo con la convencional. Y la convencional ya no se produce. Las ideologías despiertan y surgen conversaciones que vuelan sobre territorios que poco tienen que ver con la producción propiamente dicha.
Hojeando aquel libro publicado en 1984 volví a reflescar mis ideas sobre el agricultor paraguayo, un hombre guapo, inteligente, perseverante y solidario siempre y cuando se sienta apoyado por los estamentos privilegiados de la producción (técnicos, bancos, industrias). Dejaron la siembra porque, en fin, ya no tuvo maneras de seguir en medio de tantas informalidades, como por la distribución de las semillas adquiridas en el exterior pero de casi nula capacidad germinativa.
Espero que con el abogado Cardozo tengamos mejor suerte y reflotemos esta riqueza genuínamente paraguaya (ya han pasado quizás una veintena de ministros de Agricultura desde Hernando Bertoni). Las ganas del joven secretario de Estado de recuperar terreno perdido me hacen pensar que el renglón retornará como uno de los rubros más importantes entre los agricultores de menos recursos del país. Al menos todos eso esperamos todos. Crucemos los dedos...