Conversé con una empresaria vinculada a la industria química en Paraguay. Ella decía que compra de los chinos materia prima que la vuelve a procesar aquí y su producto final, con etiqueta paraguaya, vende a precios competitivos. Manifestó que el gobierno chino incluso subsidia su producción y que tiene una mano de obra muy barata que no la inspira sino comprar sus productos, trabajarlos aquí y todo paz y amor.
Y esa es la realidad de hoy.
Los asiáticos encontraron la manera de hacer las cosas más fáciles, buenas y baratas y aquí tiene al resto del mundo bajo su control. Las ropas chinas son el más vivo ejemplo. Ni siquiera los norteamericanos pueden con aquellos.
No me parece sensato seguir peleando contra ese sistema comercial impuesta por los más fuertes. Cerrar las puertas a la importación es navegar contra corriente.
¿No podemos competir con las ropas chinas?, hagamos otra cosa: ropas de aho poí, por ejemplo, y procuremos que siempre sean buenas y baratas. Si son caras, ya los chinos nos enseñarán cómo hacer más baratas. Y aprenderemos, a lo mejor, cuando los chinitos llenaron el mundo con ropas aho poí hechas en algunos de esos remotos pueblos asiáticos.
Lo de defender la producción nacional suena bien, pero es poco práctico; retumba en los colores del pabellón nacional, pero no funciona. Lugo equivoca el camino: carga de impuestos a la ropa importada para defender a la ropa paraguaya (excesivamente cara).
Si castiga con impuestos ya el contrabando se encargará de embarrar la cancha. Y el contrabando de ropas chinas ya llegará a Paraguay desde Argentina, Brasil, Bolivia, de donde sea.
Lugo y los empresarios de la confección deben entender que estamos en una guerra comercial a nivel mundial. El que confeccione ropas buenas y baratas somete al resto. Así nomás es este asunto. No tiene muchos secretos. Todos los decretos proteccionistas no serán suficientes para frenar la oleada oriental.
Es una consecuencia del nuevo orden mundial de producción y comercio, no de la falta de patriotismo ni nada que le parezca. Además el dinero no tiene patria. Deberíamos aprender de una vez por todas cómo funciona el mundo.
Y esa es la realidad de hoy.
Los asiáticos encontraron la manera de hacer las cosas más fáciles, buenas y baratas y aquí tiene al resto del mundo bajo su control. Las ropas chinas son el más vivo ejemplo. Ni siquiera los norteamericanos pueden con aquellos.
No me parece sensato seguir peleando contra ese sistema comercial impuesta por los más fuertes. Cerrar las puertas a la importación es navegar contra corriente.
¿No podemos competir con las ropas chinas?, hagamos otra cosa: ropas de aho poí, por ejemplo, y procuremos que siempre sean buenas y baratas. Si son caras, ya los chinos nos enseñarán cómo hacer más baratas. Y aprenderemos, a lo mejor, cuando los chinitos llenaron el mundo con ropas aho poí hechas en algunos de esos remotos pueblos asiáticos.
Lo de defender la producción nacional suena bien, pero es poco práctico; retumba en los colores del pabellón nacional, pero no funciona. Lugo equivoca el camino: carga de impuestos a la ropa importada para defender a la ropa paraguaya (excesivamente cara).
Si castiga con impuestos ya el contrabando se encargará de embarrar la cancha. Y el contrabando de ropas chinas ya llegará a Paraguay desde Argentina, Brasil, Bolivia, de donde sea.
Lugo y los empresarios de la confección deben entender que estamos en una guerra comercial a nivel mundial. El que confeccione ropas buenas y baratas somete al resto. Así nomás es este asunto. No tiene muchos secretos. Todos los decretos proteccionistas no serán suficientes para frenar la oleada oriental.
Es una consecuencia del nuevo orden mundial de producción y comercio, no de la falta de patriotismo ni nada que le parezca. Además el dinero no tiene patria. Deberíamos aprender de una vez por todas cómo funciona el mundo.