El accidente de aviación ocurrido el 18 de diciembre en las cercanías de Asunción y por el cual fallecieron cinco personas, me recuerda a un veterano y legendario piloto, también fallecido hace un par de años: Chongo Ferreira, un verdadero maestro del aire y amigo leal. Volar con él era una verdadera garantía de llegar y volver sano y salvo.
Ferreira fue piloto de Alfredo Stroessner, de Juan Carlos Wasmosy y de aquel Convair accidentado en un aeropuerto porteño por la década de 1960 o 1970 pero sin saldos trágicos entre sus pasajeros de artistas argentinos que volvían de unas actuaciones en Paraguay.
Era un piloto a toda prueba, jamás la improvisación se hizo parte de su oficio. Al mando de la nave se hacía respetar ante sus jefes; "yo soy el piloto y comandante de esta nave. Aquí usted no ordena", decía - como si nada - a sus jefes, así sean los ex presidentes Stroessner o Wasmosy - cuando estos querían influir sobre sus decisiones en pleno vuelo.
En sus años mozos volaba a metros del río Paraná con un pequeño Cessna para ubicar a los guerrilleros venidos de hacia Argentina. El tiempo lo volvió sabio y prudente al lado y dentro del avión. Jamás levantó vuelo sin estar absolutamente seguro de que todo está justo y perfecto en la máquina.
Comandó aviones jet de grandes portes, pero se deleitaba como un niño al mando de su antiguo avión mono motor Cessna, que por la década de 1950 perteneciera a su ex jefe Stroessner. Un avioncito de color plateado que en verdad era su pasión. Lo tomaba, en sus momentos tensos, volaba por sobre las cordilleras de Ybytyruzú, el lago de Ypacaraí, a lo largo del río Paraguay con rumbo norte, planeaba sobre los campos de Misiones y retornaba renovado, feliz, animado.
Para la noche estaba listo y con ganas desbordantes de invitar a sus amigos peñeros a un asado en el quincho de su casa. Rabadilla, vino, guitarra y voces bohemias en la madrugada de su residencia. ¡Aquellas jornadas de amistad ya no volverán!
Chongo jamás hubiera decolado del Alto Paraguay, como lo hizo el piloto del Bonanza que capotó en las cercanías de la capital paraguaya, sabiendo que le faltaba combustible. De todas manera creo que si partía de aquellas lejanías del Chaco, aterrizaría en el aeropuerto más próximo, la de Concepción, por ejemplo.
El comandante Ferreira, como también era conocido, hubiera pegado una filípica ante el referido accidente si todavía frecuentaba los hangares del Silvio Pettirossi. Su voz habría retumbado bajo los tinglados de avionetas y el estentóreo ¡¡chambón!! salido de su garganta, hubieran tomado los demás pilotos como la última lección del maestro.