Olvidaste las margaritas en el mesón hogareño,
ellas no te ignoran, así estén enojadas.
Y quedaron tiernas, en su vestido de blanco.
Sí, olvidaste las margaritas nevadas.
Y, esta noche, las ubicaré junto a la almohada,
para dormir con ellas, como si contigo.
Porque en cada pétalo está tu corazón que me ama,
tu pelo largo, con bucles para mi pasión, de trigo.
Y mañana, cuando despierte pensando en tus manos tiernas,
las ubicaré junto al Cristo para que su aroma
lo libere de sus tres clavos, casi eternas,
y para que tus manos lo desciendan con un paño o una maroma.
Olvidaste las margaritas, las que más te gustan.
Quedaron tristes, abandonadas, en este día agosteño;
huérfanas que asombran, asustan;
solas, muy solas, en el mesón hogareño.
(Efraín Martínez Cuevas, Palma Loma, 23 de agosto de 2013)