Paraguay puede volver a ser un gran país. Las condiciones políticas, entendidas como las que fueron logradas a través de las urnas el pasado 20 de abril, están dadas. De ahora en delante dependerá de todos los habitantes del país para que ese objetivo sea alcanzado, y no sólo del nuevo presidente de la República.
Hay compatriotas que abdicaron sus derechos y obligaciones a favor del presidente electo. Están equivocados. También hay dirigentes sociales que llevan adelante planes de invasión a la propiedad privada bajo el supuesto amparo del nuevo gobierno electo. También están equivocados.
El gran país que nos merecemos los paraguayos lo debemos hacer entre todos. Y lo haremos, como siempre lo hicimos con la diferencia entre el ayer y el hoy y el futuro: de que ahora hay esperanza de que el esfuerzo de cada uno de los paraguayos no caiga en saco roto por culpa de patanes y corruptos empotrados en el poder.
Más que nunca, desde ahora debemos de hacer lo que la hormiguita trabajadora. Cada uno poniendo hombros y liberándose, como se pueda, de modelos nefastos: el compadrazgo, la compra de autos robados (“tengo un maucito”), dejando de pagar impuestos o multas, de ocupar un cargo en la función pública por haber sido operador político de la lista ganadora, admitiendo el contrabando y envidiando al contrabandista.
El país que tenemos será grande, querido y respetado, en la medida que cada uno volvamos a la esencia de las cosas: decencia, trabajo, respeto, solidaridad, lealtad, tolerancia, prudencia, justicia, fortaleza y templanza; volver al hábito de obrar bien, independientemente a lo que la ley imponga para el logro de la convivencia armónica.
Entiendo que las cosas son así, el gobierno puede hacer todavía mejor su tarea, especialmente para que los paraguayos seamos sanos y tengamos un lugar para trabajar. El derecho a elegir a nuestros gobernantes no tiene mucha gracia si no hay una paga hecha bienestar colectivo.
Carlos Fuentes, escritor mejicano, quien - al igual que los paraguayos - ha sufrido a lo largo de su vida la vigencia de un partido profundamente estoqueado por la corrupción en su país, pregona que para no volver al autoritarismo se debe trabajar, emplear el capital humano, priorizar la educación, las infraestructuras de la salud, la vivienda, etc. Ser parte del mundo pero en base a la tarea localizada.
Protestar es sano y fortalece al sistema democrático. Los paraguayos debemos protestar cada vez que así lo requiera. Pero hacerlo por el simple gusto de hacerlo como acostumbran los dirigentes sociales que encuentran, incluso, un modo de vida en dichos hábitos, no nos llevará sino a nuevos atolladeros sin ni isiquiera haber salido antes de los que ya nos hemos metido.
Protestemos saliendo a las calles si vemos en el nuevo equipo de gobierno que repiten los errores del gobierno saliente, sobre todo cuando los nuevos referentes quieran enriquecerse a cuentas del erario público. Todos los paraguayos, pues, debemos ser celosos vigilantes.
Por lo demás, trabajemos.
Paraguay funcionará en la medida en que pongamos hombros y brazos. Y mucho mejor si lo hacemos en el marco del respeto mutuo. Fernando Lugo no podrá hacer solo con su equipo de ministros el país que queremos si todos no tiramos para arriba.
La democracia es la doctrina política que favorece a la intervención del pueblo en el gobierno. Ella, la democracia, sin embargo, reclama la contrapartida de la obligación para dejar gozar de las mieles del derecho. Aportando la voluntad de hacer bien nuestras tareas cotidianas como ciudadanos de a pié estaremos haciendo como que intervenimos en el gobierno. Este involucramiento activo será un alto y macizo muro contra quienes desean volver al sistema autoritario de gobierno que no hace sino, a la larga, empobrecer más a la nación y enriquecer a un puñado de sinvergüenzas.
El gran país que nos merecemos los paraguayos lo debemos hacer entre todos. Y lo haremos, como siempre lo hicimos con la diferencia entre el ayer y el hoy y el futuro: de que ahora hay esperanza de que el esfuerzo de cada uno de los paraguayos no caiga en saco roto por culpa de patanes y corruptos empotrados en el poder.
Más que nunca, desde ahora debemos de hacer lo que la hormiguita trabajadora. Cada uno poniendo hombros y liberándose, como se pueda, de modelos nefastos: el compadrazgo, la compra de autos robados (“tengo un maucito”), dejando de pagar impuestos o multas, de ocupar un cargo en la función pública por haber sido operador político de la lista ganadora, admitiendo el contrabando y envidiando al contrabandista.
El país que tenemos será grande, querido y respetado, en la medida que cada uno volvamos a la esencia de las cosas: decencia, trabajo, respeto, solidaridad, lealtad, tolerancia, prudencia, justicia, fortaleza y templanza; volver al hábito de obrar bien, independientemente a lo que la ley imponga para el logro de la convivencia armónica.
Entiendo que las cosas son así, el gobierno puede hacer todavía mejor su tarea, especialmente para que los paraguayos seamos sanos y tengamos un lugar para trabajar. El derecho a elegir a nuestros gobernantes no tiene mucha gracia si no hay una paga hecha bienestar colectivo.
Carlos Fuentes, escritor mejicano, quien - al igual que los paraguayos - ha sufrido a lo largo de su vida la vigencia de un partido profundamente estoqueado por la corrupción en su país, pregona que para no volver al autoritarismo se debe trabajar, emplear el capital humano, priorizar la educación, las infraestructuras de la salud, la vivienda, etc. Ser parte del mundo pero en base a la tarea localizada.
Protestar es sano y fortalece al sistema democrático. Los paraguayos debemos protestar cada vez que así lo requiera. Pero hacerlo por el simple gusto de hacerlo como acostumbran los dirigentes sociales que encuentran, incluso, un modo de vida en dichos hábitos, no nos llevará sino a nuevos atolladeros sin ni isiquiera haber salido antes de los que ya nos hemos metido.
Protestemos saliendo a las calles si vemos en el nuevo equipo de gobierno que repiten los errores del gobierno saliente, sobre todo cuando los nuevos referentes quieran enriquecerse a cuentas del erario público. Todos los paraguayos, pues, debemos ser celosos vigilantes.
Por lo demás, trabajemos.
Paraguay funcionará en la medida en que pongamos hombros y brazos. Y mucho mejor si lo hacemos en el marco del respeto mutuo. Fernando Lugo no podrá hacer solo con su equipo de ministros el país que queremos si todos no tiramos para arriba.
La democracia es la doctrina política que favorece a la intervención del pueblo en el gobierno. Ella, la democracia, sin embargo, reclama la contrapartida de la obligación para dejar gozar de las mieles del derecho. Aportando la voluntad de hacer bien nuestras tareas cotidianas como ciudadanos de a pié estaremos haciendo como que intervenimos en el gobierno. Este involucramiento activo será un alto y macizo muro contra quienes desean volver al sistema autoritario de gobierno que no hace sino, a la larga, empobrecer más a la nación y enriquecer a un puñado de sinvergüenzas.