El doctor Aristídes Villamayor, el recordado "Profesor Fisiquito", decía: "es más fácil que andar a pié", cuando no entendíamos algún pasaje de su materia, Física. Y sonreía, regla en ristre, mirándonos a los ojos. "Es más fácil que andar a pie", repetía y seguía sostenido en su sonrisa calma.
Conversar respetuosamente también es fácil. No sé si para muchos tan fácil como andar a pie.
Es que, con facilidad, la gente se desparrama, para mal no tanto para bien. Sobre todo cuando habla, impulsada por el descontrol de su pasión, obviando lo augusto que emana del conocimiento.
Conversar no es disputar, es compartir y llegar, juntos, a la verdad. De lo contrario ¿qué gracia tendría el encuentro?
Platón decía que la gente disputa en vez de conversar porque no distingue los diferentes sentidos de una proposición, deduce contradicciones aparentes, "tomando aquellos a la letra" y de ahí a la disputa, "cuando lo que se debe hacer es ilustrarse interrogándose mutuamente".
¿Los paraguayos hablamos mal? No me atrevo a juzgar; muchos, sí, son ñe´e reí (hablan todo de balde, en vulgo). Afirmamos, negamos, acusamos, endilgamos con relativa facilidad en base al perverso y criollo "la gente dice luego". El que es noble no habla mal, decía tirso de Molina.
San Fernando Rey (siglo XIII) aborrecía las murmuraciones y las malas conversaciones y repetía: "le tengo más horror a una lengua murmuradora que a un ejército de moros".
¿Somos nobles los paraguayos? Si lo ilustre del nacimiento se basara en el respeto mutuo, la formalidad en los tratos, la decencia como norma de vida, sí somos de origen ilustre. Se dice "nobleza obliga" cuando uno debe esforzarse por proceder con la misma virtud de sus antepasados, es decir de su linaje.
Por linaje uno respeta, es decente, escucha al otro, es grato, admira lo bueno, da sin condiciones, valora una conversación.
En la conversación se nota a la persona con o sin ética. No hace falta que hable mucho, con muy pocas palabras pronunciadas se sabe si el interlocutor es noble o no. Desde luego, en las escrituras también se nota, quizás mejor. Vean las redes sociales en Internet.
El conversador sostiene la charla para bien y en un mismo sentido.
El mal conversador fácilmente escapa por las ramas. El paraguayo, eso sí, es un escapista de primera. De hablar sobre la importancia del libro, en un segundo puede saltar a la gestión de Justo Villar en el arco de la Albirroja, terminando en una encendida discusión sobre los hijos del presidente Lugo. Es, en síntesis, un formidable protagonista de la virtud simia, andar por las ramas.
Muchos son gratuitamente locuaces a la hora de impugnar lo que sea y a quién sea. Habla, dice, gesticula, acusa con el índice, tantas veces sin razón. De esto tenemos casos diarios, hasta en la prensa; en las redes, ni qué decir.
"¡Pero qué va a saber ese burro!", "¡ese es un corrupto, quién no le conoce!" son frases remanidas escuchadas a diario en conversaciones cotidianas. Son frases chips listas en la punta de la lengua.
El buen conversador sabe escuchar. Es más, aprecia escuchar. Son de los que entienden que la mejor palabra es la que no se dice, al decir de Augusto Roa Bastos. "Si alguna vez quisieras hablarme, yo estaría con mi ser aquietado más que un agua nocturna para la ondulación de tus palabras" escribió nuestro Cervantes en el verano de 1942.
Prefiero apostar al optimismo; pienso que conversar bien y para bien es posible entre nosotros, los paraguayos. Con buena voluntad de por medio, dejando de lado las hojarazcas, puede que nuestras charlas también sean más fáciles que andar a pié.
(foto: Fotolia.com)
Conversar respetuosamente también es fácil. No sé si para muchos tan fácil como andar a pie.
Es que, con facilidad, la gente se desparrama, para mal no tanto para bien. Sobre todo cuando habla, impulsada por el descontrol de su pasión, obviando lo augusto que emana del conocimiento.
Conversar no es disputar, es compartir y llegar, juntos, a la verdad. De lo contrario ¿qué gracia tendría el encuentro?
Platón decía que la gente disputa en vez de conversar porque no distingue los diferentes sentidos de una proposición, deduce contradicciones aparentes, "tomando aquellos a la letra" y de ahí a la disputa, "cuando lo que se debe hacer es ilustrarse interrogándose mutuamente".
¿Los paraguayos hablamos mal? No me atrevo a juzgar; muchos, sí, son ñe´e reí (hablan todo de balde, en vulgo). Afirmamos, negamos, acusamos, endilgamos con relativa facilidad en base al perverso y criollo "la gente dice luego". El que es noble no habla mal, decía tirso de Molina.
San Fernando Rey (siglo XIII) aborrecía las murmuraciones y las malas conversaciones y repetía: "le tengo más horror a una lengua murmuradora que a un ejército de moros".
¿Somos nobles los paraguayos? Si lo ilustre del nacimiento se basara en el respeto mutuo, la formalidad en los tratos, la decencia como norma de vida, sí somos de origen ilustre. Se dice "nobleza obliga" cuando uno debe esforzarse por proceder con la misma virtud de sus antepasados, es decir de su linaje.
Por linaje uno respeta, es decente, escucha al otro, es grato, admira lo bueno, da sin condiciones, valora una conversación.
En la conversación se nota a la persona con o sin ética. No hace falta que hable mucho, con muy pocas palabras pronunciadas se sabe si el interlocutor es noble o no. Desde luego, en las escrituras también se nota, quizás mejor. Vean las redes sociales en Internet.
El conversador sostiene la charla para bien y en un mismo sentido.
El mal conversador fácilmente escapa por las ramas. El paraguayo, eso sí, es un escapista de primera. De hablar sobre la importancia del libro, en un segundo puede saltar a la gestión de Justo Villar en el arco de la Albirroja, terminando en una encendida discusión sobre los hijos del presidente Lugo. Es, en síntesis, un formidable protagonista de la virtud simia, andar por las ramas.
Muchos son gratuitamente locuaces a la hora de impugnar lo que sea y a quién sea. Habla, dice, gesticula, acusa con el índice, tantas veces sin razón. De esto tenemos casos diarios, hasta en la prensa; en las redes, ni qué decir.
"¡Pero qué va a saber ese burro!", "¡ese es un corrupto, quién no le conoce!" son frases remanidas escuchadas a diario en conversaciones cotidianas. Son frases chips listas en la punta de la lengua.
El buen conversador sabe escuchar. Es más, aprecia escuchar. Son de los que entienden que la mejor palabra es la que no se dice, al decir de Augusto Roa Bastos. "Si alguna vez quisieras hablarme, yo estaría con mi ser aquietado más que un agua nocturna para la ondulación de tus palabras" escribió nuestro Cervantes en el verano de 1942.
Prefiero apostar al optimismo; pienso que conversar bien y para bien es posible entre nosotros, los paraguayos. Con buena voluntad de por medio, dejando de lado las hojarazcas, puede que nuestras charlas también sean más fáciles que andar a pié.
(foto: Fotolia.com)