Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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sábado, 31 de diciembre de 2011

El maletín que me trajeron



Es mejor que les cuente yo mismo. A algunos ya relaté y más de uno me trató de estúpido. Otros pensarán que con esto fanfarroneo. No importa. No me tembló la voz cuando, enérgico y armónico, le dije al hombre que podía tomar y volver con el maletín lleno de dólares que me trajo como recompensa por una tarea que hice siendo yo empleado del gobierno.
A mediados de 1997, cuando aquella mañana nos desayunábamos con que el Banco Unión se cerraba como parte de la crisis financiera que azotaba al país, colaboré junto a otros funcionarios para convocar una estratégica reunión de banqueros. Dicho encuentro se realizó en mi oficina, a las 18.00, hora en que se presentaron todos los presidentes de bancos privados invitados para el efecto.
Uno de los asistentes era el representante regional con sede en Buenos Aires de uno de los principales bancos de nuestro medio en aquel tiempo. Vino en un jet privado.
En la reunión les dije que tenía la recomendación del Ejecutivo de escuchar sus peticiones al Gobierno para evitar malos mayores a partir del cierre del referido banco. Me dijeron qué pedían y les respondí que, si no hay otro tema que quieran añadir, terminábamos la reunión y que yo me dirigía al Palacio de gobierno para llevar la petición.
Terminada la reunión, uno de los asistentes me solicitó una entrevista a puerta cerrada en mi oficina (el encuentro colectivo fue en la sala de reuniones), le invité a pasar. Allí me entregó un precioso maletín, no me acuerdo de qué marca.
- Puede abrir, me dijo.
Abrí el voluminoso y lujoso maletín. Adentro habían, al tope, fajos de 10.000 dólares cada uno (supongo); todos los fajos eran de cien dólares. Cada fajo, por el volumen de cada uno, era de cien billetes, o sea, 10.000 cada fajo.

¿Cuántos dólares había en ese maletín?; no sé, no conté. Supongo que fácilmente unos 300.000 dólares, no sé. Cerré el maletín, le agradecí y le devolví. Quién entendió que yo haciendo de mensajero debía recibir una buena recompensa fue quién vino en un jet privado desde buenos Aires.
El hombre, muy correcto, tampoco me apabulló con que la plata yo debía aceptar. Como un caballero se levanto, me pasó la mano, se despidió y yo me dirigí al Palacio de gobierno con el mensaje.
Allí, la plana mayor del gobierno esperaba el mensaje que llevé. El presidente de la República, en consecuencia al pedido de los banqueros, ordenó se forme una comisión especial que atienda los problemas surgidos tras el cierre del banco. El presidente me preguntó si tal persona, presidente de tal banco estaba en la reunión, a lo que contesté que sí. “Llámele, que venga de inmediato”. Le llamé y vino.
Frente a mí, a todos, el presidente le pidió que asuma la presidencia de la comisión que, por decreto, se formaría de inmediato. El hombre respondió sobre la marcha “Presidente, usted sabe mi situación, yo no puedo tomar ese cargo”; “¿cuál es el problema?”, preguntó el ejecutivo. “Y yo debo 1.600 millones de guaraníes, presidente” a lo que, sin dudar, el hombre más poderoso del país dijo en voz alta a uno de sus colaboradores: “¡fulano, solucione ahora mismo este problema!”, por lo que el otro, sonriente, aceptó presidir la comisión de emergencia.
Fui funcionario público y sé que ese es un territorio minado de tentaciones y oportunidades para alzarse con el dinero público. Sé el idioma de los maletines que, valga puntualizar, nunca me ha sacado de mi personal armonía.
También sé que cada cargo y encargo se negocia y que los acuerdos se hacen en base al dinero contante y sonante. En ese sentido no soy un caído del catre. Pero tampoco un bandolero vestido con el traje del funcionario público.
En contrapartida, es importante insistir en la participación del sector privado para corromper al funcionario público. En este caso se produjo por exclusiva iniciativa de la banca. Esto es como en el tango, se baila de a dos.

Reconozco que al rechazar aquel regalo yo jugaba contra las reglas preestablecidas en el sistema público. Mi no al maletín fue noticia que, supongo, corrió como reguero de pólvora entre los banqueros y la cúpula de gobierno. Yo pasaba a ser una oveja negra en la manada, el patito feo, un funcionario en quién no se puede confiar porque no sabe ser “fiel”. Y no les estoy diciendo una fantasía ni les hablo con hipérboles, ni pleonasmos. Les estoy hablando de lo que hay, de la forma de aprovecharse de una oportunidad; les estoy hablando del famoso “sistema”, de esa perversidad que tomó carta de ciudadanía en la administración pública de la República del Paraguay.
El 10 de agosto de 1998 presenté renuncia al cargo de Director de Radio Nacional del Paraguay que me confió el Gobierno porque el 15 de agosto de 1998 asumia el nuevo presidente. Debía dirigir la radio, pues, una persona de la confianza del flamante presidente.
Después seguí procurando trabajar en mi oficio, como debe ser. Es probable que si aceptaba aquel maletín mi suerte financiera hubiera sido otra. O, quién sabe, terminaba en la cárcel, o despanzurrado en la calle o en mi casa en manos de marginales. Curiosamente, los asaltantes suelen saber quién tiene plata consigo, así la haya ganado legítima o ilegítimamente.
Lo que me queda muy claro es que hoy puedo concurrir a un restaurante, sentarme, mirar a la cara al mozo y pedirle el menú o la carta y comer tranquilo sin temor a nada ni a nadie; sin escuchar rumores en la mesa vecina comentando mi pésima conducta en la función pública; de que me hice de una estancia, o de departamentos en las costas atlánticas para mis parrandas o que cambio mi coche de lujo todos los años y que tengo unas cuantas amantes.
Mi conducta me permitió caminar en el Parque Ñu Guasu y mirar a la cara del golfo que robó a manos llenas a su paso por el Estado. Me hace sentir muy bien que no sea yo quién agache la cabeza o desvíe la mirada sino, siempre, ese sinvergüenza y delincuente.
Aunque muchos no crean la honradez nos permite dormir plácidamente todas las noches.
Así como aquel maletín de los banqueros, rechacé otros maletines. Tampoco cambié de parecer: seguiré rechazando “recompensas” de ese o cualquier calibre si fuera funcionario público, incluso desde el sector privado porque me parece que, sencillamente, no corresponde.
Pude haber salido con los bolsillos rebosantes de la función pública y no vender, por ejemplo, mi vehículo poco después para hacer frente a mis necesidades laborales.
Mejor que sepan de mi aquel caso maletinero que experimenté de cerca. Es demasiado fácil en nuestro medio difamar y calumniar. En algún momento, poco después de aquel suceso, en Nueva York, un amigo paraguayo me preguntó si era cierto que yo recibí un maletín de dinero aprovechando el cierre de un banco privado en Paraguay. Quién me había preguntado era un ex gerente de banco. Hace un par de meses, otro me preguntó en Ciudad del Este si todo aquello era verdad.
Para que ustedes - ahora sí, apelando al pleonasmo - vean con sus propios ojos.
¿Mi rechazo al dinero ofrecido fue una gota en el mar?, sí; mas, como decía Teresa de Calcuta “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.