En la loma del cementerio de la Recoleta se siente el calor agobiante de Asunción. Son las 14.00 y el termómetro marca, al menos 38 grados en esta esquina de Mariscal López y Choferes del Chaco. Me escaparé - dije - del agobiante sol y visitaré la tumba de Elisa Alicia Lynch que está bajo la sombra de cipreses y de la alta iglesia construida por orden del padre de su pareja, don Carlos Antonio López.
Compré una flor de la vereda del templo y entré. Saludé a los cuidadores que estaban a metros de allí, en plan de descanso y tereré, y coloqué la margarita blanca en la reja del panteón, que ampara la urna con sus restos.
La margarita lucía bella, como Elisa durante toda su vida, como ahora que sigue siendo bella. La flor lucía hermosa frente a las flores de plástico que gente piadosa las colocó en las mismas rejas del panteón. Flores de plástico como para que dure una larga ausencia, acaso, de sus visitas.
Es que ella casi ya no tiene parientes que la recuerden como la madre, la tía, la tatarabuela, sino como la mujer de Francisco Solano López, como la residenta, como la mujer que tantas envidias producía en las damas asuncenas de su época.
Pero Elisa se merece mucho más que flores frescas.
Ella se merece el reconocimiento de todos los paraguayos, sencillamente porque fue una mujer hecha y derecha, firme en sus ideales, una excelente madre de paraguayos y hasta diré que una fiel compañera del Mariscal, aún cuando sus enemigos y enemigas la hayan estigmatizado con supuestas infidelidades. Habría que leer sus memorias para juzgarla y, sobre todo, habríamos que ver qué quedó en el paraguayo después de la Guerra Grande.
Cada vez estoy más convencido que a la patriótica tarea de repatriar sus restos desde Francia a Paraguay, ahora debemos agregar el translado de la urna con sus cenizas, al Panteón Nacional de los Héroes.
Elisa Alicia Lynch fue una heroína paraguaya.
Han pasado más de 120 años de su fallecimiento. Quizás llegó el momento de sacudirnos de tantas hipocresías y declararla heroína paraguaya y que su urna esté al lado de la del Mariscal López, así como está el ataúd de Julia Miranda Cueto al lado del de su marido, el Mariscal Estigarríbia, sin que ella sea heroína alguna.
Compré una flor de la vereda del templo y entré. Saludé a los cuidadores que estaban a metros de allí, en plan de descanso y tereré, y coloqué la margarita blanca en la reja del panteón, que ampara la urna con sus restos.
La margarita lucía bella, como Elisa durante toda su vida, como ahora que sigue siendo bella. La flor lucía hermosa frente a las flores de plástico que gente piadosa las colocó en las mismas rejas del panteón. Flores de plástico como para que dure una larga ausencia, acaso, de sus visitas.
Es que ella casi ya no tiene parientes que la recuerden como la madre, la tía, la tatarabuela, sino como la mujer de Francisco Solano López, como la residenta, como la mujer que tantas envidias producía en las damas asuncenas de su época.
Pero Elisa se merece mucho más que flores frescas.
Ella se merece el reconocimiento de todos los paraguayos, sencillamente porque fue una mujer hecha y derecha, firme en sus ideales, una excelente madre de paraguayos y hasta diré que una fiel compañera del Mariscal, aún cuando sus enemigos y enemigas la hayan estigmatizado con supuestas infidelidades. Habría que leer sus memorias para juzgarla y, sobre todo, habríamos que ver qué quedó en el paraguayo después de la Guerra Grande.
Cada vez estoy más convencido que a la patriótica tarea de repatriar sus restos desde Francia a Paraguay, ahora debemos agregar el translado de la urna con sus cenizas, al Panteón Nacional de los Héroes.
Elisa Alicia Lynch fue una heroína paraguaya.
Han pasado más de 120 años de su fallecimiento. Quizás llegó el momento de sacudirnos de tantas hipocresías y declararla heroína paraguaya y que su urna esté al lado de la del Mariscal López, así como está el ataúd de Julia Miranda Cueto al lado del de su marido, el Mariscal Estigarríbia, sin que ella sea heroína alguna.