A Alfredo Seferheld conocí en la redacción del diario Abc, cuando la década de 1970 empezaba a marcharse. Era un joven de anteojos grandes. Sonreía siempre y de mirada gacha. Usaba ropas claras y muy pocas veces lo vi sin un papel en la mano. Andaba en permanente conversación con los editorialistas del diario, entre ellos con el doctor Enrique Bordenave, con el director; con Luis Alberto Mauro, el jefe de redacción. Ocupaba un espacio al lado de la jefatura de redacción; un espacio sencillo, con un escritorio, una mesita de la máquina de escribir, una silla y sus apuntes ordenadamente puestos sobre la mesa.
Tenía un "Escarabajo" celeste, que estacionaba frente al diario, a la sombra de un lapacho. Su coche le parecía, suelo pensar; como él, sencillo, modesto.
Un día le dije que quería escribir la historia del algodón de Paraguay. Le mostré mis apuntes en una agenda negra que aparté para este tema. Se entusiasmó. Pocos días después me trajo un papelito en el cual anotó referencias del Archivo Nacional de Asunción sobre el algodón. Me dijo que podía acompañarme al Archivo hasta familirizarme con los documentos. Así lo hicimos.Alfredo fue mi compañero para publicar mi primer libro en 1984. Me fue orientando día a día, hasta publicarlo. No logré la perfección del maestro, fue mi deuda. Y me escribió el prólogo. Y me acompañó a Villarrica, nuestra ciudad, a presentar el libro en el Centro Hispano-Guaireño.
Después del libro sobre algodón ("Los eslabones del oro blanco") me dijo que mal no estaría pensar en la publicación de la historia de la ganadería nacional. Tomé el guante. Publiqué "La ganandería en el Paraguay" en 1987 y lo lancé en la antigua sede de la Asociación Rural del Paraguay, sobre la calle Antequera, de Asunción.
Cuando supe que estaba muy enfermo ya no quería que se le visitara. Prefiero puentear ese momento. Para mi, Alfredo sigue dándome ideas, orientando mis trabajos de investigación cuando, solo, estoy en mi biblioteca.
Entre los años 2006 y 2007 cuando hacía mis tareas diarias en la Biblioteca Nacional de Madrid me preguntaba si qué haría Alfredo si estaba haciendo lo mismo que yo en ese importante centro documental europeo.
Cuando Humberto Rubín me manifestó su deseo de donar la Hemeroteca que lleva el nombre del historiador al Estado me dijo que lo haría, siempre y cuando se mantenga el nombre que ya lo puso: "Hemeroteca Alfredo Seiferheld".
Yo era el director de la Imprenta Nacional donde en un enorme salón montamos estanterías y en los cuales, hasta hoy, están las valiosas colecciones de diarios. La transferencia se realizó con todas las pompas. Me pareció verle siempre a Alfredo andar por dicha hemeroteca queriendo encontrar algún eslabón perdido de la historia que investigaba.
Hoy es 3 de julio de 2011. Muy temprano leí en Facebook unas recordaciones que han hecho Lylian Raquel, su hija y; David, su sobrino, por estos 23 años que se cumplen del fallecimiento del apreciado amigo y maestro. No puedo dejar de adherirme y asombrarme porque el tiempo pase feloz.