Más que el antecedente colectivo latino, el paraguayo tiene lo suyo y que viene tras la Guerra Grande, cuando de un 1.200.000 habitantes quedaron apenas 200.000 integrado por mujeres, ancianos, niños y unos pocos varones jóvenes.
Si bien está presente en el historial casamentero paraguayo el hombre que prometió a la amada el altar para fugarse ni bien obtuvo la ansiada prueba de amor no todo está perdido a favor de quienes forman las huestes de valientes capaces de decir efectivamente el sí a la vestida de blanco elegida.
Desde que terminó la Guerra Grande y las familias se tuvieron que rehacer en Paraguay, los hombres fueron como verdaderas perlas. Dicen que las mujeres mismas se encargaban de darles alas porque eran de los pocos a los que ellas podían echar manos para el sostenimiento de la familia. El "che memby, caria´y" sitetizaba todo el orgullo de las madres porque sabía que este le daría vaya a saber cuantos nietos antes de morir.
Tras la guerra aquella hubo, sin duda alguna, mucho desprolijo en esto de crearse parejas, formar familias y hasta casarse. Quizás en aquella escasez de sementales se inicie la honra femenina (espero equivocarme) de ser la esposa de fulano, o la viuda de fulano. Acaso el doble apellido paraguayo apunte hacia aquella época de vacas flacas para las mujeres. Tener un marido propio en aquellos tiempos de la post guerra tuvo que haber sido todo un logro. No me imagino tanto egoismo de aquellas casadas que se negaban a prestar sus esposos a las atribuladas vecinas paraguayas que también querían colaborar en la regeneración con la patria. Las mezquindades siempre se ganaron su propio espacio. Así es la vida.
Monseñor Sinforiano Bogarín era el paladín de los casamientos en masa. Pueblo que llegaba era escenario para casamientos colectivos de parejas aconcubinadas. Cuentan que monseñor muchas veces no avisaba que llegaría a tal o cual pueblo para evitar que algunos hombres ariscos pongan pies en polvorosa antes de verse diciendo el sí ante el pa´i de Asunción.
En 1946, cuando a esto de no casarse el hombre le tomó el gusto hasta el mismo gobierno tuvo que remangarse al lado de la Iglesia Católica. Higinio Morínigo, presidente paraguayo, entendió que había ue regularizar las parejas como Dios manda entonces puso a funcionar los registros civiles, mientras los curas salían a caballo a casar a la gente. El Registro Oficial guarda varios decretos de este tenor en los cuales el Poder Ejecutivo, meterete Juan Bonete, se metía de monaguillo en los asuntos eclesiasticos.
Por eso, el 10 de julio, un día como hoy, de 1946, por decreto 14.395, se exoneraba de impuestos a los actos matrimoniales y legitimaciones a celebrarse los días 12 y 13 de julio en Ñemby en ocasión de una misión pastoral a cargo de monseñor Anibal Mena Porta. ¡Vaya fiesta habrá sido aquella de aquel pueblo!
Es bueno recordar, empero, que el clavo entra a golpes. Así se tuvo que restituir, golpeando, los casamientos en Paraguay, lo cual no quiere decir que todos los paraguayos no quieran asumir compromisos de matrimonio. Algunos deben ser huesos más duros de roer pero, es bueno desempolvar aquello de que todo bicho que camina va a parar al asador.