La cultura de no pocos electores paraguayos es la de la venta
de su voto, ¿cuántos venden sus votos y por cuanto?
Escucho andando por el interior que el precio promedio por
voto es de 200.000 guaraníes, pero como los pescadores en el paraguayo hay una
natural tendencia a magnificar los números dejemos en 100.000 guaraníes
promedio.
Los principales compradores de votos son los de los partidos
tradicionales (colorados y liberales). Supongamos, haciendo cálculos pesimistas
que entre ambos totalicen 500.000 votos comprados.
Por lo tanto el gasto en el día de las elecciones por compra
de votos no baja de los 100 mil millones de guaraníes, unos 22 millones de
dólares.
Con 22 millones de dólares se tuerce la suerte del país como
con la ausencia de al menos 40 por ciento de los inscriptos en el padrón
electoral nacional.
¿Quiénes venden sus votos?, sobre todo aquellos que son más pobres,
por eso los dirigentes que mueven los hilos electorales de esta manera,
comprando votos, prefieren que la pobreza nunca se acabe en Paraguay.
El pobre que vive en la miseria diaria ve como una
oportunidad para tocar un billete de 100.000 guaraníes el día de las
elecciones; le importa un corno la suerte del país. Y esos pobres, raquíticos y
enfermos, son la cantera de los operadores de los dos partidos tradicionales de
Paraguay.
Tienen dinero para tal efecto. Compran votos para mantener
la miseria en la nación, para que los paraguayos sigan postergados,
hambrientos, desamparados, humillados, vapuleados.
Colorados y liberales hacen lo mismo. Compran votos a la luz
del día, ante los ojos de los demás y por eso no pocos de ellos se ufanan.
También están aquellos que sabiendo del gran volumen de
dinero movilizado ese día que semanas antes operan para ofrecer a los
candidatos tanta cantidad de votos “a tanto”; prometen el oro y el moro y más
de un candidato gil e incauto cae como un necio y paga para encontrarse tras
las elecciones con que aquellos votos comprados no aparecieron y sin ni un peso
en los bolsillos.
La compra de votos creó el oficio de los vividores,
estafadores, golfos y chachulleros por los que los dirigentes principales de
los partidos tradicionales no sienten repugnancia alguna; por el contrario,
sienten por ellos especial admiración, una suerte de orgánica simpatía.
Son los
de la casta del pillaje electoral; los
operadores de siempre, los “picas”, los “consumeros”, los de los cuadernitos de
200 hojas con los nombres de los votantes vendidos; los de los dineros en
efectivo en los bolsillos, los secuestradores de cédulas de identidad personal;
los hombres claves del día D.
En esta embrujada danza de los millones están los electores
que especulan; es decir, aquellos que esperan al mejor postor que lo busque en
su casa, que lo lleve al lugar de votación, que lo espere, que le sirvan una
gaseosa y un par de empanadas, que lo vuelva a llevar a su casa y que,
finalmente, le pague “por los favores recibidos”.
En esta cultura de la decadencia, por la existencia de esta clase
de agentes, se dice que el mundo político es el de la gentuza, de los ladrones,
de los idiotas y de los mentecatos.
Y quizás muchos miles, ciento de miles, de paraguayos, estén
saturados de esta repugnancia y que por eso no participan de las elecciones
pero este es el otro problema: piensan a lo mejor que escondiendo la cabeza no
serán vistos o que eludirán el obstáculo.
Elecciones presidenciales o comercio de votos, la oportuni dad
de los sablistas, la única cada cinco años para la compra – venta de votos, el acto cuestionado pero nunca arreglado. Un
mercado donde se cotiza la obligación y el derecho del ciudadano, donde la
democracia tiene el precio de una prostituta, donde los cotizadores hacen de
cafichos y; del país, un gran quilombo.