Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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domingo, 3 de abril de 2011

Tesoros desenterrados por el General Caballero

José de Jesús Giménez era un paraguayo que sabía de tesoros enterrados en tiempos de la Guerra Grande. Lo que se denomina comúnmente plata yvygüy es tan cierto como la misma guerra y del que el hombre se cuidó de no hablar. Don José, cuando joven vio los planos que Elisa Alicia Lynch había entregado al general Bernardino Caballero.
José fue traído hasta Asunción cuando tenía seis años de edad desde Itacurubí, a caballo, por su padre, un español. Fue entregado al general Caballero para que lo críe y eduque con su esposa, Julia Álvarez. José quedaba huérfano de madre al fallecer ésta poco antes.
En la casa del "Centauro de Ybycuí", como se lo llamaría después entre los colorados, hacía de mozo de cuadra, mandadero, encargado de limpiar la casa, de cuidar a los hijos del matrimonio Caballero Alvarez, llevar recados, etc. De a poco fue ganando la confianza de la familia y, sobre todo, del general Caballero.
Ya andaba por los 16 a 17 años cuando una noche Julia le encomendó ir a la sala de la casa (la que estaba en el actual Parque Caballero de la capital) donde él, el general, trabajaba estudiando unos mapas, a preguntarle si necesitaba algo, a lo que el fundador del Partido Colorado le respondió que no en un gesto que José interpretó como que le estaba molestándole en su tarea.
Se sabría que Caballero estuvo en velas hasta avanzadas horas de la madrugada estudiando el enorme papel desplegado sobre la mesa.
La dueña de casa ordenó a José que al día siguiente, muy temprano, ingresara a la sala a limpiar y ordenar todo lo posible de modo que el general reciba a unas visitas previstas para las 8.00 de esa mañana.
José cumplió con lo encomendado. Ingresó a la sala, mientras el general dormía, y vio que el mapa estaba al alcance de su curiosidad dentro de la biblioteca. Allí estaban dos largos tubos porta planos y la llave de la puerta de la biblioteca, curiosamente olvidada, en la cerradura.
Escoba en mano, miró a uno y otro lado, abrió la puerta de vidrio y madera delicadamente lustrada y extrajo el mapa. Lo miró detenidamente. Tenía cruces, equis, flechas, palabras, nombres de plantas, metrajes de distancias, etc. Lo volvió a enrollar y lo guardó.
Limpió la sala y se retiró del cuarto.
El general se percata que había dejado - olvidada - la llave en la biblioteca. Pregunta a José si él miro el contenido de la biblioteca a lo que éste respondió que no.
Una cosa le era claro al criado: el plano era de los tesoros enterrados durante la guerra por los soldados de López, fusilados tras cada operación, y que le fue entregado por Elisa Alicia Lynch
después de la guerra.

Cuentan los descendientes de José (contrajo matrimonio con la italiana Cantalicia Zanini y sus hijos fueron Otilia Guadalupe, Tomás, Dora, Amelia, Porfiria Elizabeth y Gilda Beatríz) que aquel contaba los viajes que preparaba el general a bordo de su carruaje. Para estas incursiones ordenaba en su casa que se le parara todos los víveres necesarios, ropas, caballos varios y un equipo de sirvientes para que lo acompañara. Volvía en una o, a veces, dos semanas.
José suponía que iba a extraer el tesoro marcado en los mapas que cuidaba con todo celo. De vez en vez, Caballero regalaba monedas de oro al "secre", a más de ropas finas y de pagarle su sueldo con puntualidad. Un día le regaló un reloj de bolsillo con cadena de oro puro. También le obsequiaba extensos lotes de terrenos.
Tras la muerte del general, en 1912, José siguió trabajando en la casa de la viuda hasta que finalmente se retiró para dedicarse a la albañilería. Murió el 21 de julio de 1980 con casi 100 años de edad.

Perdimos la confianza

Librada es una señora que con su moto recorre los barrios de Luque para cobrar a los usuarios de la empresa recolectora de basuras. Señora amable y respetuosa. También me cobra mensualmente por el servicio. El otro día fue asaltada en las cercanías de mi casa, me comentaría después.
Ahora, ella tiene miedo de todo el mundo.
Era media tarde. Llegó a la casa de una usuaria al lado de una de esas despensas chiquitas y enrejadas precisamente por temor a los asaltantes.
Saludó a dos hombres "bien vestidos, uno de ellos con remera negra a quienes miré en la cara. Como bajaron de una moto, pensé que eran cobradores de alguna firma. Nosotros los cobradores de la calle nos saludamos habitualmente", dijo.
Me comentó que mientras manipulaba sus facturas y recibos, siempre sentada en su moto desde donde pensaba cobrar a la vecina, sintió que desde atrás entre sus costillas el cilindro de un arma apretándola y el "esto es un asalto, dame tu celular, tu plata y la llave de tu moto" estallando en sus oídos.
Se asustó, obvio. Entró en pánico.
Eran los mismos "bien vestidos" a quienes había saludo segundos antes. Ocurrió el asalto ante los ojos de los vecinos que salieron a mirar antes que auxiliar (¿cómo, al fin de cuentas, ante dos hombres armados?).
Los asaltantes huyeron del sitio con el botín. Se sabría después que fueron a asaltar una casa en las cercanías.
Librada no fue asesinada. Felizmente.
Ella vivió lo que muchos miles ya han sufrido pero cuyas experiencias no fueron capitalizadas para bien de los demás. Ni la policía, ni la justicia, ni los responsables de escribir, modificar o anular las leyes hacen lo que la ciudadanía reclama, seguridad.
Su caso no tuvo prensa. Si bien estuvo en la frontera entre la vida y la muerte nadie sabe de ella porque no tiene la resonancia del caso Gabriel Franco que ligo un tiro gratuitamente de parte de dos paranoicos.
Ahora la mujer cobradora ya no confía en los demás. Como miles de paraguayos hemos perdido lo más esencial de nuestra identidad, la confianza.
Ya no confiamos en nadie porque demasiado muchos son los paraguayos que interpretan la democracia como la oportunidad para perjudicar a los demás. Y ante ellos estamos perdiendo la batalla.
Ya no confiamos porque la policía que nos toca como responsables de nuestra seguridad está infectada de delincuentes que, en sus horas libres, salen a asaltar. No confiamos en nadie porque gente en, como Karina Rodríguez, institucionaliza a grupos de extorsionadores y marginales como a los autodenominados "cuida" coches.
Ya dejamos de confiar porque el mismísimo ministro del Interior, admitiendo que la policía está en manos de corruptos, no nos habla más que de lo bien equipada que está la institución, de que están luchando contra los delincuentes, de que la mar en coche.
Siempre somos nosotros, los de a pié, los que andamos por los barrios, los del día a día, los que somos suma para la mayoría, quienes debamos terminan perdiendo porque la verdad es que no hay seguridad, ni lo mínimo, en cualquier sitio, en cualquier hora, para cualquiera.
Lo de Librada es el caso de los paraguayos, pero nadie desde el poder se preocupa por amparar al ciudadano. Están en otra cosa...
Hemos perdido la confianza, la mutua confianza, una buena parte de nuestra identidad paraguaya. Nos mutilaron.