"Llegaron al cementerio a las cinco menos cuarto. Al único toldo le habían agregado groseramente unas flores, un ramo barato atado con alambre al ataúd de madera...", tal una parte de la descripción Graham Shelby en "Madame Lynch, el fuego de una vida", su novela publicada en castellano en 1992, en referencia a los instantes previos del entierro en el cementerio de París de la ex mujer de Francisco Solano López.
Refiere la obra que los restos de Elisa fueron sepultados ante la presencia de una sola persona, Enrique von Wisner de Morgnstern, quien se encargó de los gastos de este compromiso.
Me causó, ya lo dije en anterior comentario, grata impresión este libro del novelista inglés, a tanto que hoy fui a visitar la tumba de esta influyente mujer y, de paso, la de su hija, Corina Adelaida, en el cementerio de la Recoleta en Asunción.
Tanto por las dos ventanas y la ancha como alta puerta de hierro, con cuadriculados cubiertos de vidrio, entraba la luz solar de esta mañana. Casi en el medio del espacio de unos nueve metros cuadrados y bajo una cruz externa, la urna, la que contiene lo poco que todavía debe quedar de aquella mujer de pelo rojizo y ojos esmeraldas.
Miré desde afuera.
Las flores que están al pie del urna son un poco como las que describió Shelby; estas también estaban atadas con alambre. Varias flores rojas de plástico, como para que, a lo mejor, dure porque ya no hay quién renueve aquellas nuevas que por 1886 habría llevado el húngaro Wisner.
Un grosero ramo de flores de plástico.
Una placa de la Intendencia Municipal de Asunción nos recuerda que ella sirvió a la patria, y la cruz sobre el techo del panteón que es la más alta de esa área del cementerio.
Por lo demás, nada.
Ni velas, ni placas nuevas, ni dedicatorias. Casi una extraña, aún cuando fue ella la que sacudió la Asunción colonial y la puso en el carril europeo.
No.
A Elisa casi nadie la visita. ¿Quién sabe que ella está al lado del ala derecha de la iglesia de la Recoleta?
Nadie la visita, aún cuando ella estuvo hasta Cerro Corá con su amado Solano y sus hijos, y las residentas y los soldados heridos.
Al otro lado del templo, en el mismo caminero del portón tres del cementerio, la de la hija, con una recordación en ingles de parte de algún familiar de generaciones posteriores. Tampoco tiene flores frescas, ni placas, ni velas...
Refiere la obra que los restos de Elisa fueron sepultados ante la presencia de una sola persona, Enrique von Wisner de Morgnstern, quien se encargó de los gastos de este compromiso.
Me causó, ya lo dije en anterior comentario, grata impresión este libro del novelista inglés, a tanto que hoy fui a visitar la tumba de esta influyente mujer y, de paso, la de su hija, Corina Adelaida, en el cementerio de la Recoleta en Asunción.
Tanto por las dos ventanas y la ancha como alta puerta de hierro, con cuadriculados cubiertos de vidrio, entraba la luz solar de esta mañana. Casi en el medio del espacio de unos nueve metros cuadrados y bajo una cruz externa, la urna, la que contiene lo poco que todavía debe quedar de aquella mujer de pelo rojizo y ojos esmeraldas.
Miré desde afuera.
Las flores que están al pie del urna son un poco como las que describió Shelby; estas también estaban atadas con alambre. Varias flores rojas de plástico, como para que, a lo mejor, dure porque ya no hay quién renueve aquellas nuevas que por 1886 habría llevado el húngaro Wisner.
Un grosero ramo de flores de plástico.
Una placa de la Intendencia Municipal de Asunción nos recuerda que ella sirvió a la patria, y la cruz sobre el techo del panteón que es la más alta de esa área del cementerio.
Por lo demás, nada.
Ni velas, ni placas nuevas, ni dedicatorias. Casi una extraña, aún cuando fue ella la que sacudió la Asunción colonial y la puso en el carril europeo.
No.
A Elisa casi nadie la visita. ¿Quién sabe que ella está al lado del ala derecha de la iglesia de la Recoleta?
Nadie la visita, aún cuando ella estuvo hasta Cerro Corá con su amado Solano y sus hijos, y las residentas y los soldados heridos.
Al otro lado del templo, en el mismo caminero del portón tres del cementerio, la de la hija, con una recordación en ingles de parte de algún familiar de generaciones posteriores. Tampoco tiene flores frescas, ni placas, ni velas...