Para mí, Dios existe. También el Espíritu Santo. Y Jesús. Y la Virgen María. Por esta postura mía muchos se pueden molestar, porque no toleran que el periodista desarrolle determinada fe. Pareciera que un comunicador sin Dios es más creíble y, consecuentemente, más querido, que uno que profesa una fe.
Me tiene sin cuidado el que exige un periodista ateo.
Puedo dar más de un testimonio de los milagros de la Virgen María. Los experimenté desde mis ocho años de edad, en Villarrica, luego de haber peregrinado a su oratorio en las costas del río Tebicuary, en Itapé. Se trataba de la sanación de una llaga que tenía en el pié derecho que me dolía mucho desde hacía meses. Fue el 18 de diciembre de 1960 cuando caminé 18 kilómetros en compañía de mis familiares. La llaga se había sanado totalmente ese mismo día, cuando retornamos a casa.
Otra vez, en Valparaíso, Chile. Fue en 1986. Allí presencié junto a otros 300.000 creyentes y curiosos, el fenómeno del sol: Un vidente (Miguel Ángel) invita a la multitud a mirar al sol del medio día (¡vaya milagro!), sin que el astro rey dañe nuestros ojos. Tomé varias fotos de aquel momento (y del sol, claro) y lo publiqué en el diario Hoy de Asunción, donde yo trabajaba.
Lo que experimenté en mi oficina un día sábado con su presencia demandará escribir un libro si fuera necesario. Sólo les diré que La vi aquella vez. Fue por 1995. Se trata de una experiencia que las 300.000 palabras del castellano serán insuficientes para describirla plenamente.
Creo oportuno escribir, tan siquiera ligeramente, sobre esta vivencia mariana coincidente con el día de María Auxiliadora, la misma Virgen María de Don Bosco.
¿Y lo del Espíritu Santo? Todo comenzó con un libro que me prestara un joven amigo, ya fallecido. El libro se llama “Buenos días Espíritu Santo”, de Benny Hinn. Este israelí, nacido en 1952, dice en su obra que él conoció y tomó amistad con el Espíritu Santo y que habla con Él a menudo.
Yo me dije un día si Benny alcanzó esa gracia, ¿por qué yo no alcanzaría? Y me dispuse a conocer al Espíritu Santo. Y en Asunción se me hizo conocer. Llevaría otro libro relatar esta increíble experiencia.
Me importa un pito que algunos piensen que ya estoy loco para escribir esto. Hasta con maldad capaz que comenten que estoy haciendo fuerza para 1)- ganarme la simpatía de Fernando Lugo o; 2)- subir al púlpito del predicador evangélico.
Hay un tribunal de la inquisición - tácito y terrorífico - en esferas de la prensa que condena a la hoguera de la marginación a quiénes tienen la osadía de profesar la fe. Ese tribunal es implacable: deja de lado laboralmente al que rompe las reglas de juego. En el mejor de los casos, acepta al “marginal”, en tanto y en cuanto no haga público su creencia y sus experiencias. Ese tribunal no me quita mis horas de sueño.
Me tiene sin cuidado el que exige un periodista ateo.
Puedo dar más de un testimonio de los milagros de la Virgen María. Los experimenté desde mis ocho años de edad, en Villarrica, luego de haber peregrinado a su oratorio en las costas del río Tebicuary, en Itapé. Se trataba de la sanación de una llaga que tenía en el pié derecho que me dolía mucho desde hacía meses. Fue el 18 de diciembre de 1960 cuando caminé 18 kilómetros en compañía de mis familiares. La llaga se había sanado totalmente ese mismo día, cuando retornamos a casa.
Otra vez, en Valparaíso, Chile. Fue en 1986. Allí presencié junto a otros 300.000 creyentes y curiosos, el fenómeno del sol: Un vidente (Miguel Ángel) invita a la multitud a mirar al sol del medio día (¡vaya milagro!), sin que el astro rey dañe nuestros ojos. Tomé varias fotos de aquel momento (y del sol, claro) y lo publiqué en el diario Hoy de Asunción, donde yo trabajaba.
Lo que experimenté en mi oficina un día sábado con su presencia demandará escribir un libro si fuera necesario. Sólo les diré que La vi aquella vez. Fue por 1995. Se trata de una experiencia que las 300.000 palabras del castellano serán insuficientes para describirla plenamente.
Creo oportuno escribir, tan siquiera ligeramente, sobre esta vivencia mariana coincidente con el día de María Auxiliadora, la misma Virgen María de Don Bosco.
¿Y lo del Espíritu Santo? Todo comenzó con un libro que me prestara un joven amigo, ya fallecido. El libro se llama “Buenos días Espíritu Santo”, de Benny Hinn. Este israelí, nacido en 1952, dice en su obra que él conoció y tomó amistad con el Espíritu Santo y que habla con Él a menudo.
Yo me dije un día si Benny alcanzó esa gracia, ¿por qué yo no alcanzaría? Y me dispuse a conocer al Espíritu Santo. Y en Asunción se me hizo conocer. Llevaría otro libro relatar esta increíble experiencia.
Me importa un pito que algunos piensen que ya estoy loco para escribir esto. Hasta con maldad capaz que comenten que estoy haciendo fuerza para 1)- ganarme la simpatía de Fernando Lugo o; 2)- subir al púlpito del predicador evangélico.
Hay un tribunal de la inquisición - tácito y terrorífico - en esferas de la prensa que condena a la hoguera de la marginación a quiénes tienen la osadía de profesar la fe. Ese tribunal es implacable: deja de lado laboralmente al que rompe las reglas de juego. En el mejor de los casos, acepta al “marginal”, en tanto y en cuanto no haga público su creencia y sus experiencias. Ese tribunal no me quita mis horas de sueño.
Dicen que hay dos maneras de vivir la vida: una, como si nada fuera un milagro y; otra, como si todo fuera un milagro.
Sólo les diré que yo he vivido momentos claves en la vida que me confirman que Dios, el Espíritu Santo, Jesús y la Virgen María existen, que están siempre aquí y ahora, prestos para sostenernos, como de hecho nos sostienen, aunque no nos demos cuenta de dicho milagro. Por tanto, soy de los que creen y dan fe de que todo es un milagro. Mis vivencias, pues, me hacen dormir plácidamente todas las noches.
Sólo les diré que yo he vivido momentos claves en la vida que me confirman que Dios, el Espíritu Santo, Jesús y la Virgen María existen, que están siempre aquí y ahora, prestos para sostenernos, como de hecho nos sostienen, aunque no nos demos cuenta de dicho milagro. Por tanto, soy de los que creen y dan fe de que todo es un milagro. Mis vivencias, pues, me hacen dormir plácidamente todas las noches.