Están en la habitación. Despiertan con el petardeo de la medianoche. Por debajo de la puerta filtran el fulgor de los fuegos artificiales y el olor a pólvora. Oli, Toño y Rafael. Las 12 de la noche. Los "tres por tres" y los "mbocavichos", los petardos comprados en los almacenes de barrio, anuncian que acaba de comenzar el año 1960 en Villarrica.
Sofía, la madre de los tres hermanos, les sirvió la cena como a las ocho de la noche. Arroz hervido sazonado en grasa de cerdo, cebollita en hoja, unas raciones de carne roja barata y zapallo. Un guiso, de esos servidos cuando hay fiesta, de las pocas, en tiempos de veda, estado de sitio, zozobras, peleas y muertes de arrieros a cuentas de insignias políticas durante aquellos violentos años de la República.
Se arriman a la ventana por cuyas rendijas observan, en la calle, a los pocos vecinos que festejan la llegada del nuevo año. Sofía, y Estela, la hija mayor de 15 años, fueron a la casa de los Mereles, hacia el bajo, a esperar la llegada del nuevo año.
En la pequeña pieza zumban los mosquitos. El espiral no fue suficiente para contener la procacidad de los anófeles que les acosa junto a la desvencijada ventana de madera carcomida por la humedad y la termita. Escuchan carcajadas y piipus de los hombres trajeados. Son los Aguilar. Parece que las están pasando bien. En la casa de los López Garrido se encuentran todos los familiares pero se festeja con moderación, hasta en silencio.
Demasiado bandoleros y guerrilleros por los montes de Caazapá, Itapúa y Alto Paraná convirtieron a Villarrica en otro escenario para las reyertas políticas donde colorados, liberales y montoneros caen de a tres, de a cinco por noche, bajo la fusilería o los puñales enemigos. Por eso Sofía, viuda desde hacía un par de años, no permitió que los hijos salieran de la casita alquilada. Las oscuras como polvorientas calles de "Paso Pé", otro barrio pobre villarriqueño, no son de fiar, aún cuando sea fiesta de Año Nuevo. Mejor será que quedasen en la pieza con las puertas trancadas y apuntaladas por sendos tirantes de lapacho.Los ruídos de tiros les despabilaron y provocaron a salir a la calle.
- No, mamá no quiere - interviene Oli - Además por ahí puede que aparezca Rojita quien, caú re, dispara su revolver hacia cualquier parte.
Mateo Rojas, pendenciero, mujeriego y, sobre todo, colorado. Este moreno retacón, nacido en las faldas del Yvytyruzú, a unos veinte y tantos kilómetros de allí, era el azote de los barrios marginales de Villarrica. Su apodo, Rojas-í, escondía su esencia criminal. Si las puertas de los ranchos se mantenían cerradas aquella noche era, sobre todo, por el peligro latente de que, repentinamente, irrumpiera en la vecindad el temible personaje del pañuelo colorado al cuello.
Las 12 y 20, y media...De la vitrola de los Aguilar escapa una polca paraguaya. Hombres y mujeres se preparan para bailar en el patio, bajo la parralera alumbrada con dos "Petromax". La caña "Parapití" anula timideces masculinas; el clericó con vino semidulce de la colonia Independencia libera risas femeninas.En la casa de los López Garrido, Eduvigis cierra la puerta, apaga la luz y se dispone a dormir. Allí no hubo música porque, Sergio, su hijo de 19 años, fue asesinado cuatro meses atrás en aquel almacén, cerca de la zapatería de don Plutarco, durante una reyerta de arrieros espoloneados por la caña, la baraja y los colores partidarios.
Las bombitas dejaron de estallar. En la piecita se escucha sólo a los mosquitos. Los tres hermanos - de seis, diez y doce años - vuelven a sus respectivos catres. Toño busca en la oscuridad la cajetilla de fósforo y prende la vela de cebo. Oli pregunta qué pasa.
- Tengo hambre.
-Yo, también - interviene desde el camastro Rafael, el más pequeño.
- No queda el guiso de la cena, de modo que esperemos el desayuno de mañana, duerman - ordena la hermana mayor.
- ¿Y si voy a la casa de don Mereles - plantea Toño - a pedir a mamá una porción de cerdo asado? Ayer mataron el chancho negro que la otra vez había entrado en la chacra de don Aguilar; a lo mejor traigo también sopa paraguaya y gallina asada a la olla, además de...
- ...¡No! Mamá será la primera en molestarse; y sabemos que por eso mañana nos pegará con cinto.
- Yo quiero comer el asado. Tengo hambre...
- ¡Nadie saldrá de acá! - se impacienta Oli.
- Sí, pero yo...
- ¡Dije que no y se acabó!
Jacinta Mereles extrae con el jarro de lata el clericó del cántaro de barro. Va llenando los modestos vasos de vidrio y convida a las señoras todavía presentes en su casa. La una y cuarto. Al lado, sobre la mesa, el resto de la cena: carne de cerdo, gallina asada, sopa paraguaya, mandioca en abundancia, chipas y milanesas. También quedaron los platos y cubiertos utilizados sin que nadie se preocupe de retirarlos.
- Neike, Estela, ¡fondo blanco por este 1960! - extiende el vaso a la hija de Sofía Magdalena Arce viuda de Aguilera.
El conjunto de Venancio Troche pone música a la fiesta. Polcas, corridos, galopas, kyreys y chamamés para el baile syryry para la treintena de vecinos y familiares . Jacinta estira a un parroquiano y bailan una polca zapateada. Se retira de su momentánea pareja y, con donaire, se arrima a Sofía la lleva hacia la pista de baile - el galpón entre la cocina y el dormitorio de sus padres - y la junta con su tío que, en ese momento, "toreaba", sin pareja.
Don Marcial Mereles y Eustacia Duarte de Mereles, los dueños de casa y padres de la solterona Jacinta, también bailan entre los demás invitados. Con cada vuelta de pareja, la enagua blanca de doña Eustacia se dejaba ver por debajo de su larga pollera floreada. Dos pinzas de sus faldas las alzó, una en cada mano, y las mantuvo en la cintura mientras se dejaba "torear" por el marido, quien con la polca "18" dió rienda suelta a sus ansias liberales.
- ¡Viva el 18 de octubre! - arrancó don Marcial.
- ¡Viva los revolucionarios de 1947! - acopla otro.
- ¡¡Vivaaa!!
- ¿Estás segura que no conviene que vaya a buscar algo para comer? - pregunta Toño que a esa hora - las dos y diez - no logra conciliar el sueño.
- No...
- Nosotro, lo coloradosss, vamo a mandar muuzhoss sañosch. Vamos a matar a todosch lo bandidos guerrilleros...
Remigio Aguilar abraza a Eleuterio, su cuñado y compadre, mientras la polca "Colorado", del partido de gobierno suena a todo volumen en la vitrola RCA Víctor. Las palabras brotan penosas de entre sus dientes de oro. Con cada énfasis de las eses en la desprolija frase la saliva se le escurre hasta caer y manchar su flamante blanca camisa comprada de la tienda de los Mussi en el centro de Villarica.
Están vencidos por el aguardiente libado desde las seis de la tarde del día anterior. El alcohol despierta el encendido fervor colorado de ambos.
- Ñandé, nosotro, ñandé colorado tronista. ¡Viva general Troner!
- Esos liberales comunistas van morir todos. ¡Plagas, ñarakó peguaré! - brama Remigio mientras acaricia la culata de su revolver 38 escondido bajo la camisa, en la cintura izquierda.
- Acá todavía quedan muchos liberales que deben irse, como los Mereles, que no son gente, son todos bandidos que protegen a los guerrilleros entrenados en Argentina para derrocar al gobierno del general Alfredo Trhoner...
- ¡Buenas noches, felicidades!...
- ¡É!, correligionario Mateo Rojas...¡mbaeico Roja-í, ch´amigo...!- ¡Mavape yayucata. Debiéramos empezar por esos liberales vecinos que farrean como si estuvieran en el gobierno!
- Tranquilo, Roja-í.
- Flamante co che revole, aipurusentema jhina - el recien llegado acaricia la culata de su arma, escondida en la cintura bajo el saco de brin de hilo blanco.