Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

Temas disponibles en este blog

martes, 8 de enero de 2008

Mi escoba y la vereda

De vez en cuando me agrada limpiar la vereda de casa.
Debo ser sincero: solo de vez en cuando.
Pienso que pocos deben ser los que obsesionadamente desean limpiar sus veredas todos los días, círculo al cual no pertenezco.
Pero cuando le tengo ganas, lo hago con gusto. No hay nada mejor que hacer las cosas con ganas, así sea limpiar de yuyos el cordón de la vereda, leer un buen libro o controlar las tareas escolares de los hijos.
Ese domingo, como a las 11.00, cuando octubre ya se presenta con los primeros rigores del verano austral, también me pongo a limpiar los 20 metros de vereda que corresponden a mi familia en uno de los dos frentes de la casa.
Este frente, a propósito, me gusta. Esta calle es más ancha que la otra y tiene árboles que los vecinos pusimos en nuestras respectivas aceras. En Paraguay no se concibe una casa sin árboles. Y por eso en este verano volvemos a gozar de la sombra de los árboles que plantamos. Son de los llamados Castaña o Sombrero de Playa.
Las primeras plantas del barrio traje de la ciudad de Concepción, por el año 1981, que me habían sido regaladas por la madre de Pedro Alvarenga, un periodista e historiador de reconocida solvencia académica.
Eran dos plantitas que transladé en un viaje aéreo. Los planté frente a la casa y cuando fueron grandes algunas de sus semillas las volví a plantar en latas de leche Nido para regalar a vecinos y amigos.
Creo que esta especie es originaria del Brasil. Ahora hay, abundante, en todo el Paraguay.
Retomo el tema.
Limpiar la vereda me agrada, les decía, porque también es una excusa para arrimarme a los vecinos.
"Buen día, don Plate", "Buen día, doña Lilí" les saludo, escoba en manos, a los más próximos. "Adios, ¡qué guapo!", me responden otros que van camino a la iglesia cercana. En Paraguay decimos guapo a la persona diligente. Si fuera por puridad idiomática probablemente no me dirían "¡qué guapo!".
Esto de limpiar me lleva a las fronteras de mi compromiso público. Si bien es cierto que hay un pago por la recolección de basura, no pagamos a la municipalidad de mi jurisdicción ninguna tasa por limpieza de vereda, por lo que mal podría esperar que la administración comunal se encargue de limpiar mi vereda. Por tanto, lo hago por y los míos de casa en el espacio que nos corresponde. Lo hacemos con gusto. Con muchísimo gusto. Es una manera de practicar el bien público, así sea apenas limpiando la vereda de nuestra casa y por la que caminan los demás.
Debo confesar que ver limpia la vereda donde resido me hace bien. Es una manera de sentirme realizado. Me siento bien al observar la vereda sin las últimas hojas caídas de los árboles de la cuadra, sin las colillas de cigarrillos en las ranuras del empedrado, sin yuyos entre las baldosas, sin arenas que tape los caños de desagüe que se orientan hacia la calle. Sí, en mi barrio se arroja el agua sobrante en la calle, como en las ciudades europeas del siglo XVll.
Barrer la vereda me hace apreciar mucho más esa calle, esos árboles, la vecindad, el barrio. Excelente terapia es tomar la escoba. Es tarea motivadora que contagia al vecino que, pronto, hace lo mismo frente a su casa.
Y nos añade autoestima. Esto yo lo puedo hacer y lo hago. La autoestima nos da confianza y ésta, fortaleza. Si somos firmes seremos capaces de desarrollar otras virtudes. Por ejemplo, la justicia. Si no pago una tasa municipal por limpieza de calle, no pretenderé que la institución pública lo haga. Por tanto, la limpio yo. Limpiarlo me ayuda a ser más junto conmigo mismo y con los demás.
Además barrer es un buen ejercicio para la cintura. De vez en vez debo ponerme de cuclillas para arrancar con las manos los yuyos y volver a levantarme. También debo cargar la basura en la bolsa de plástico. Volver a agacharme. Un ejercicio que viene como anillos al dedo a los músculos y a las articulaciones en general; un santo remedio para aquellos que se resisten a las caminatas, por ejemplo, por la razón que fuera. A propósito, cuando uno superó los 45 años de edad necesita estirar los músculos y con más razón para una persona con 50, como yo.
Cuando la calle de casa está limpia, como que el aire se vuelve más fresco y los árboles responden con más verdor. Como que todo es más amable, solidario y pacífico. (Luque, Paraguay, octubre de 2003)

Sólo, en un cuarto de Paris

Desde una modesta radioemisora del norte del Paraguay denunció a los delincuentes y a sus cómplices en el poder; publicó sus fechorías; reveló sus nombres y apellidos. Como un galgo tras la liebre les persiguió, tenaz, teniendo por arma sólo el micrófono de la radio de corto alcance y de su noticia confirmada.
Luego desapareció. Nadie más supo de él. El consecuente revuelo periodístico fue infernal. Los días, las semanas y los meses pasaron y nada se sabía de él por lo que el reclamo fue unánime: que los delincuentes lo devuelvan con vida. Otros pensaron que fue liquidado.
Hasta que reapareció fuera del país, en Uruguay ¡con vida!
Pero, vaya hipocresía, todo el mundo se molestó, desde el Presidente de la República, hasta varios colegas periodistas porque no haya muerto. Todos lo acusaron de mentiroso y falso. El escándalo llegó al mismo Parlamento Nacional y a la Presidencia de la República.
Es que Enrique Galeano - de él se trata - logró salvar el pellejo mediante haber tenido la suerte de salir de su pueblo, Yvy Yaú, infectado de narcotraficantes a quiénes él tuvo la osadía profesional de denunciarlos y; luego, esconderse en algún lugar de la región.
Desapareció por meses y cuando reapareció con vida, mediante la intervención de piadosas personas y entidades, la gente de Paraguay se molestó, se razgó las vestiduras, pegó gritos al cielo, convocaron a los seres del infierno, deshonraron el nombre de las madres, publicaron manifiestos, bandos, solicitadas y resoluciones.
Porque Enrique estaba con vida los miserables e hipócritas se autoflagelaban ante la opinión pública, sus muros de lamentos.
La idea de tener a un periodista muerto en manos del narcotráfico no pudo ser posible. Muchos reclamaban un héroe y Enrique reunía las cualidades necesarias para responder a esa necesidad colectiva. Pero - ¡qué pelada! - Enrique no tuvo mejor idea que aceptar la idea de refugiarse en un país europeo.
Y aquí está con vida.
Con vida, pero con la indiferencia de casi toda una sociedad paraguaya. Digo "casi" porque, estoy seguro, no todos los paraguayos son hipócritas como para dejar a ese valiente compatriota a la deriva, como ahora está en algún cuarto parisino, sin la menor posibilidad de reunirse con su mujer y sus hijos.
Enrique Galeano es un excelente paraguayo. Es valiente y un gran profesional del periodismo. Hizo desde una modesta radio lo que muchos se niegan a hacer desde las grandes cadenas radiales y televisivas, como desde los más grandes diarios, de Paraguay. Se enfrentó cara a cara con los narcotraficantes y hoy paga su valentía porque, se sabe, en Paraguay - ese nuevo nido de narcos - casi todo está manejado por los delincuentes de la cocaína y de la marihuana. Puede molestarse conmigo quién quiera: la prensa paraguaya también está infectada de narcotraficantes y de sus cómplices.
Enrique paga su valentía sumergido en el silencio de una habitación francesa, sin medios para comunicarse (¡qué castigo para un periodista!), con frío, y sin lo mejor que tiene y reclama: su familia junto a él, bajo un mismo techo.