Detrás de la puerta, esto

Detrás de la puerta, esto
Procuro que mi blog sea agradable como lo es un buen vino para quién sepa de cepas; como un buen tabaco para aquellos que, como Hemingway, apreciaban un buen libro, un buen vino, un buen ron y un buen puro. Es todo mi intento para cuando abra esta puerta (Foto: Fotolia.com).

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sábado, 22 de agosto de 2009

Mis libros y yo

Para estar en lo mío he aprendido a pasar muchas horas en aparente soledad. Digo aparente porque, en realidad, no estoy solo. Cuando estoy hurgando mis archivos, cuando ordeno las informaciones que extraigo de mis libros y cuando escribo me siento muy bien acompañado, aunque nadie esté, en apariencias, conmigo.

En esos instantes no estoy solo con las hojas, las letras, la tapa dura, la solapa, los apuntes al margen del libro. Como que estoy con el mismo autor. De repente siento que mi pieza está llena de personalidades, de antes y de ahora, de aquí y de allá; todas, en calma, diciéndome desde los renglones subrayados de rojo, azul o en resaltadores, lo que debo escribir, inspirándome.
Justificar a ambos lados
Cuando escribo, como todos los que han adoptado este oficio, estoy con mucho ajetreo interno. Cuando estoy en eso, así sea para escribir un comentario para este blog o para mi libro, me siento un estibador de muelle, hombreando datos, organizando una pila de referencias para un lado, reservando otras para otra oportunidad; sintiendo el peso de las referencias de un peso pesado como Séneca, cuando apelo a un sabio o; a un novelista como Pío Baroja.

Siento el peso de una frase llena de sabidurías que, como al estibador las bolsas de harina, me provocan profundas transpiraciones. A veces algunos amigos míos me preguntan qué hago tan solo, una noche como la de hoy, en pleno sábado, entre los apuntes, libros, diarios y revistas. Siempre les respondo lo mismo: yo no me siento solo, siempre estoy acompañado.

Cuando me doy un descanso, me agrada leer un buen libro en el living de mimbre de casa. Leerlo y llenarlo de rayas. Es un verdadero placer.

En otros comentarios les conté que había días en que comenzaba a estar en mis cosas a partir de las 4 de la madrugada y no me levantaba ni para ir al baño. Varias veces, pensando que era la hora del desayuno, suspendía mis tareas y me iba a la cocina y, de paso, miraba, el reloj: eran las tres de la tarde. Comía y volvía a la carga. El sueño me vencía como a la medianoche.

No todos me dan bolilla cuando les digo que lean. Me dicen que no tienen tiempo. O que lo van a hacer y que para eso se están organizando. Tengo amigos que llevan años organizándose; que ya han comprado cientos de libros, inclusive y que tienen hermosas bibliotecas. Hasta ahora no leen. Supongo que lo harán alguna vez.

Saber, aligera la carga en la vida. La ignorancia es demasiado pesada. Pero no todos quieren romper lanzas con la ignorancia prefiriendo que el cenagoso círculo de la mediocridad siga grande, fuerte, profundo y maloliente.

Prefieren no saber. La sabiduría les es indiferente. De ese horno salen nuestros políticos, periodistas, abogados, jueces, fiscales, maestros. Por eso tenemos caudillos estólidos y deslayazados.

Conozco profesores universitarios de Paraguay que leen muy poco, que tienen graves disputadas con la gramática, que jamás han hecho un sólo trabajo de investigación.

Y también conozco a otras personas que leyeron mucho en Paraguay pero que viven de la caridad ajena.

Están los que leyeron mucho y se convirtieron en verdaderos sinvergüenzas. Son contados, pero influyentes. Son los palurdos ilustrados.

Nuestra historia está protagonizada por gente escasamente formada. A un Fulgencio Yegros, ladrón de caballos, se lo recuerda más que al sabio Moisés Santiago Bertoni Torreani que durante toda su vida se empeñó en dar brillo a su país adoptivo, Paraguay.

La ignorancia de muchos altos copetudos referentes del país rayan la grosería. Y si así está el mundo, como decía Jorge Gestoso, muchas ganas no suelo tener para hablar de tonteras con muchos que aparentan mucho pero son nada. Prefiero el living de casa, una música suave, orquestada, un mate si hace frío o; un tinto, si ya fueran las siete de la tarde, y, de paso, disfrutar de un buen libro.