Sí, y que por eso me deban internar en un hospital público de mi país. Porque sé cómo es por dentro un hospital manejado por el Estado.
Pero tampoco quiero enfermarme nunca y, por eso, necesitar de los centros médicos privados, porque también sé cómo es por dentro.
Enfermarse en una nación como la mía es una tragedia. Los centros médicos son como trampas en las cuales el paciente ingresa para no saber si de ahí saldrán vivos.
El Hospital de Clínicas hoy es, en infraestructura, casi la mejor de Sudamérica. El otro día visité por una persona enferma. Se me cayó el alma por el suelo. No por los pastos sin cortar en los patios que debieran ser jardines; no por la falta de bancos para las visitas, no por los fluorescentes que no se prenden ni el aire que no funciona. No.
El hospital de Clínicas, en San Lorenzo, un lujo y una enormidad por fuera...
El Hospital de la Universidad Nacional de Asunción fue construido con una donación del gobierno japonés. Por fuera es enorme y bello. Por dentro falta mucho, muchísimo.
Se me vino el alma por el suelo al ver tanta falta de humanidad en sus vestidos de blanco.
Noté que, sobre todo, falta gente que entienda que el paciente llegue a ese centro no tanto para ser estudiados como conejillos de india, sino para ser sanados. Lo primero es curar al enfermo y; lo segundo, estudiar, aprender, saber el estudiante de medicina.
Me percaté lo anárquico en la administración de dicho hospital escuela. Lean este ejemplo: llega una niña con problemas hepáticos que requiere atención urgente. Es medianoche. Un familiar pregunta a una limpiadora que cumplía a esa hora con su tarea de limpiar el largo corredor si donde es la recepción para pedir asistencia; la limpiadora pregunta, “¿qué tiene la paciente?”; “necesita una atención médica urgente”, responde el familiar; “Ah!, es en esta pieza, esperen que ya viene el encargado” ¿Para qué preguntó si qué tiene la paciente?
Los familiares no pueden retirar cuando así mejor les parece, así sea para internar al paciente en otro centro médico. No. Cuando se entró en el Hospital de Clínicas solo Dios sabe el destino del enfermo y, sobre todo, cuándo saldrá. Y no insista en la idea de sacarlo, para bien, al paciente porque le puede costar una denuncia hasta ante la Fiscalía.
No, por favor, no me lleven a un hospital de mi país...
El interno del hospital de Clínicas puede estar dentro del hospital, mezclado con enfermos contagiosos inclusive, por todo el tiempo que la dirección y las jefaturas respectivas decidan sin que se informe nada a los parientes; lo único que estos deben hacer es comprar lo que les pidan los médicos y enfermeras (medicamentos, se entiende) o pagar más análisis de laboratorio.
No les hablaré de los centros de salud. Un desastre. Conocí el de Ciudad del Este. Es cualquier cosa, menos un centro médico que garantice salud a los pacientes.
Hoy acompañé a un amigo internado de un problema cardiaco en un centro médico privado. Por estar cuatro horas en una de sus salas costó la suma de 4.500.000 guaraníes. En efectivo, por favor, no se aceptan tarjetas de crédito.
Dejé de lado mi seguro médico en un sanatorio fifí de Asunción luego de saber que un asegurado murió por desidia de las enfermeras y los médicos ¿Por qué debo tenerles confianza?; el muerto descansa en paz, no así los familiares que quedan con una deuda impaga de aquellos. La salud en manos de inescrupulosos.
Por eso digo, espero no enfermarme nunca y que, por tanto, no necesite de los centros médicos de mi país porque aquí, sí, la informalidad galopea dentro de la medicina.
Si me enfermo, no quiero dejar problemas a nadie porque no confío en los servicios médicos de mi país. Y eso es doloroso. Prefiero morir en mi cama. Hoy la medicina se volvió un mero comercio; es como la venta de un paquete de yerba, o de un envase de detergente, de medio quilo de carnaza de primera, de dos kilos de chura, un metro de longaniza...
El enfermo, así las cosas, es una mercadería, no un ser humano que necesita de hospitalidad, humanidad, amor. Es una bolsa de papa a la hora de ofertar en el mercado central de abastos. Se compra, se vende, se usa, se rechaza, se tira.
Hoy volví a experimentar lo mal que está el manejo del servicio médico en Paraguay. Un manejo carente de ética, cristiandad y decencia. Extraño por eso a aquellos médicos de Cabecera, como el inglés Snead de Ypacaraí, aquel carai guasú que de verdad curaba a sus pacientes, así estos tengan o no con qué pagar.
Extraño las lecciones dejadas por Juan Vicente Estigarribia, médico de Francia; la humanidad del doctor González Torres, un médico de verdad o, la dación del doctor Fariña Flores de Villarrica. Gente vestida de guardapolvo blanco, no ordinarios mercaderes.
Por eso, por favor, cuando me enferme, no me lleven a un centro médico paraguayo, ni si estoy más grave. Déjenme en casa, por piedad, donde me curaré más seguro, no causaré problemas a mi entorno, y los sinvergüenzas no se harán más ricos mediante mi dolor. Y si muero, moriré también en paz sabiendo que no caí en manos de buitres. Todo esto es muy duro, pero es nuestra realidad; así está la cosa, calamitosamente escandalosa, miserablemente escandalosa.