Dicen que a ley pareja nadie se queja. Pero la ley pareja todavía está lejos de nosotros, los paraguayos. Hay cosas en las que algunos están arriba y otros, incómodamente, abajo. Para no ir lejos, apelo a los ejemplos:
Cuando ya no quedan espacios para estacionar, las paradas de taxis ocupan cuadras y cuadras. Nadie dice que su servicio no es útil; lo que mucha gente dice, sí, es que es injusto que los taxistas ganen dinero apropiandose de los espacios públicos.
Como cualquiera, los taxistas debieran comprar una propiedad e instalarse allí o, de lo contrario, circular por la ciudad o, en el peor de los casos, pagar por ocupar un lugar donde estacionar, como paga cualquiera.
En algunas paradas de taxis a más de ocupar espacios para estacionar sus autos en la calzada, los empresarios taxistas restan lugar a los peatones en las veredas.
Se diga lo que se diga, los taxistas en Paraguay tienen un privilegio inmerecido. El actual parque automotor nacional no se puede dar el lujo de otorgar lo que ya no hay en las calles urbanas, sobre todo en las de Asunción, espacio para el lucro particular.
En este sentido, los taxistas están arriba y el resto, aguantando, abajo.
Duele decirlo pero hay que decirlo: la librería que se encuentra en la vereda de la Plaza Uruguaya, a cuentas de la promoción cultural, quita espacio a la gente. Si bien es cierto que los libros son necesarios para salir de nuestra ignorancia, también son la razón para el enriquecimiento de los promotores comerciales. La instalación de este negocio, en verdad, es para que su dueño gane dinero. Es antipático decirlo, pero esa es la verdad. Algunas veces debemos dejar de lado los eufemismos.
El enriquecimiento es legítimo, siempre y cuando no birle espacios que pertenecen legítimamente a todos. La calle es de todos no de unos cuantos en particular, por más argumentos culturales que hayan de por medio para justificar la invasión respectiva.
Veamos otro ejemplo:
Todos los motociclistas están obligados a utilizar cascos, pero son los policías quienes no dan el ejemplo. A los uniformados sin casco no le detiene el agente de tránsito; sí, a los civiles ¿Por qué los policías, quiénes deben dar el ejemplo de corrección y atentos a las normas, deben ser los que tengan derechos a andar como se les cante y no a los civiles?
Y todavía hay más:
¿Por qué los bancos privados no operan los sábados (excepto Banco Familiar) cuando todo el mundo está trabajando el último día de la semana?; ¿de donde nace semejante privilegio, por demás inoportuno y torpe en un país sub desarrollado como el nuesto?
Aunque pareciera cargar la tinta, no puedo evitar de recordar lo que el cura párroco nos dice en la iglesia: que no debemos desear a la mujer de nuestro prójimo, que debemos ser fieles a nuestras parejas, que tenemos que practicar la castidad y la pobreza, etc., etc.
Pero a la hora de la verdad nos encontramos con que los sacerdotes viven como reyes, hacen prolongadas siestas tras sus opíparos almuerzos y, como si todo fuera poco, muchos de ellos persiguen a nuestras madres, esposas, hermanas, primas, vecinas, como cualquier fogoso don juan de todo tiempo y lugar.
Debemos reconocer, pues, que los pastores católicos tienen privilegios prácticos que a los fieles nos prohiben. Eso es lo que llamo estar incómodamente por debajo de ellos, los sacerdotes gauchos.
no me caben dudas, algunos siguen siendo más privilegiados que nosotros.
Como cualquiera, los taxistas debieran comprar una propiedad e instalarse allí o, de lo contrario, circular por la ciudad o, en el peor de los casos, pagar por ocupar un lugar donde estacionar, como paga cualquiera.
En algunas paradas de taxis a más de ocupar espacios para estacionar sus autos en la calzada, los empresarios taxistas restan lugar a los peatones en las veredas.
Se diga lo que se diga, los taxistas en Paraguay tienen un privilegio inmerecido. El actual parque automotor nacional no se puede dar el lujo de otorgar lo que ya no hay en las calles urbanas, sobre todo en las de Asunción, espacio para el lucro particular.
En este sentido, los taxistas están arriba y el resto, aguantando, abajo.
Duele decirlo pero hay que decirlo: la librería que se encuentra en la vereda de la Plaza Uruguaya, a cuentas de la promoción cultural, quita espacio a la gente. Si bien es cierto que los libros son necesarios para salir de nuestra ignorancia, también son la razón para el enriquecimiento de los promotores comerciales. La instalación de este negocio, en verdad, es para que su dueño gane dinero. Es antipático decirlo, pero esa es la verdad. Algunas veces debemos dejar de lado los eufemismos.
El enriquecimiento es legítimo, siempre y cuando no birle espacios que pertenecen legítimamente a todos. La calle es de todos no de unos cuantos en particular, por más argumentos culturales que hayan de por medio para justificar la invasión respectiva.
Veamos otro ejemplo:
Todos los motociclistas están obligados a utilizar cascos, pero son los policías quienes no dan el ejemplo. A los uniformados sin casco no le detiene el agente de tránsito; sí, a los civiles ¿Por qué los policías, quiénes deben dar el ejemplo de corrección y atentos a las normas, deben ser los que tengan derechos a andar como se les cante y no a los civiles?
Y todavía hay más:
¿Por qué los bancos privados no operan los sábados (excepto Banco Familiar) cuando todo el mundo está trabajando el último día de la semana?; ¿de donde nace semejante privilegio, por demás inoportuno y torpe en un país sub desarrollado como el nuesto?
Aunque pareciera cargar la tinta, no puedo evitar de recordar lo que el cura párroco nos dice en la iglesia: que no debemos desear a la mujer de nuestro prójimo, que debemos ser fieles a nuestras parejas, que tenemos que practicar la castidad y la pobreza, etc., etc.
Pero a la hora de la verdad nos encontramos con que los sacerdotes viven como reyes, hacen prolongadas siestas tras sus opíparos almuerzos y, como si todo fuera poco, muchos de ellos persiguen a nuestras madres, esposas, hermanas, primas, vecinas, como cualquier fogoso don juan de todo tiempo y lugar.
Debemos reconocer, pues, que los pastores católicos tienen privilegios prácticos que a los fieles nos prohiben. Eso es lo que llamo estar incómodamente por debajo de ellos, los sacerdotes gauchos.
no me caben dudas, algunos siguen siendo más privilegiados que nosotros.