En el tercer curso de la secundaria era mi profesor de geografía de Europa, Asia y Oceanía, Julián Amarilla Rojas, un ex oficial de Caballería. Era riguroso. Recuerdo aquella vez cuando visitó Asunción el señor Nelson Rokefeller y que salimos frente al colegio (Nacional de la Capital) a manifestarnos contra el norteamericano. Cientos de alumnos nos acostamos en el asfalto atascando el tráfico sobre la avenida Eusebio Ayala. Luego vino la policía y repartió cachiporrazos. Fue en 1968, si mal no recuerdo.
Ese día teníamos examen de geografía con el profesor Amarilla Rojas. Su materia me gustaba. Luego de manifestarnos fui a clase y me dejó entrar después de hora. ¡Qué riguroso era el profe pero con un corazón de padre!, comprendía nuestras rebeldías como yo, años después, las de mis hijos adolescentes.
Siempre le recuerdo a aquel maestro que nos enseñó de memoria los ríos de Europa. Duna, Nieme, Vístula, Oder, nos hacía repetir como el a, e, i, o, u del primer grado. Duna, Nieme, Vístula, Oder, pronunciaba con energía y claridad. “¡Repitán!”, nos ordenaba. Paraba el coro y, poniendo sus enormes y fuertes manos en cualquiera de los hombros jóvenes , ordenaba: ´”ahora, usted; sólo, póngase de pié y diga”; respondíamos “Duna, eee …., Name, Rotulo …¿cómo era?”.
“Segura, Jucar Turia, Ebro”, repetíamos hasta el cansancio. Y aprendimos. Todos. A más de cuarenta años de aquellas jornadas estudiantiles todavía sabemos de memoria todos los ríos de Europa y eso, al menos a mí, me hace sentir muy bien. Leí en algún lado: lo bueno es la sabiduría; lo único malo, la ignorancia.
Hemos aprendido porque nuestro profe fue riguroso con nosotros. Por su rigurosidad no nos hemos traumado ninguno de sus alumnos, como nos quieren hacer creer los nuevos genios de las estrategias para la enseñanza.
Aquí estamos enteros sabiendo de los nombres de los ríos de Europa, de las sierras y montañas de América, de las historias de los distintos países de nuestro continente, sencillamente porque el sistema educacional de aquellos tiempos funcionaron y siguen funcionando.
Dicen que para que el clavo entre debe ser golpeado. Lo mismo pasa con nosotros. Debemos esforzarnos. No hay otra forma de aprender. No nos engañemos, el sistema de hoy no sirve sino para salvar la materia y el grado, no para la formación del individuo. La mariconeada no hizo sino convertir a las nuevas generaciones en vulgares ignorantes. ¡Vaya lo que hubiéramos aprovechados si nosotros teníamos Internet en nuestros tiempos de colegiantes! El alumno exigido dará resultados a la larga.
¡Cómo hubiera sido hoy los estudiantes del Colegio Nacional de la Capital con un Julíán Amarilla Rojas de maestro!
Ese día teníamos examen de geografía con el profesor Amarilla Rojas. Su materia me gustaba. Luego de manifestarnos fui a clase y me dejó entrar después de hora. ¡Qué riguroso era el profe pero con un corazón de padre!, comprendía nuestras rebeldías como yo, años después, las de mis hijos adolescentes.
Siempre le recuerdo a aquel maestro que nos enseñó de memoria los ríos de Europa. Duna, Nieme, Vístula, Oder, nos hacía repetir como el a, e, i, o, u del primer grado. Duna, Nieme, Vístula, Oder, pronunciaba con energía y claridad. “¡Repitán!”, nos ordenaba. Paraba el coro y, poniendo sus enormes y fuertes manos en cualquiera de los hombros jóvenes , ordenaba: ´”ahora, usted; sólo, póngase de pié y diga”; respondíamos “Duna, eee …., Name, Rotulo …¿cómo era?”.
“Segura, Jucar Turia, Ebro”, repetíamos hasta el cansancio. Y aprendimos. Todos. A más de cuarenta años de aquellas jornadas estudiantiles todavía sabemos de memoria todos los ríos de Europa y eso, al menos a mí, me hace sentir muy bien. Leí en algún lado: lo bueno es la sabiduría; lo único malo, la ignorancia.
Hemos aprendido porque nuestro profe fue riguroso con nosotros. Por su rigurosidad no nos hemos traumado ninguno de sus alumnos, como nos quieren hacer creer los nuevos genios de las estrategias para la enseñanza.
Aquí estamos enteros sabiendo de los nombres de los ríos de Europa, de las sierras y montañas de América, de las historias de los distintos países de nuestro continente, sencillamente porque el sistema educacional de aquellos tiempos funcionaron y siguen funcionando.
Dicen que para que el clavo entre debe ser golpeado. Lo mismo pasa con nosotros. Debemos esforzarnos. No hay otra forma de aprender. No nos engañemos, el sistema de hoy no sirve sino para salvar la materia y el grado, no para la formación del individuo. La mariconeada no hizo sino convertir a las nuevas generaciones en vulgares ignorantes. ¡Vaya lo que hubiéramos aprovechados si nosotros teníamos Internet en nuestros tiempos de colegiantes! El alumno exigido dará resultados a la larga.
¡Cómo hubiera sido hoy los estudiantes del Colegio Nacional de la Capital con un Julíán Amarilla Rojas de maestro!