Aprendí en la vida que la educación no es rellenar ni
acumular sino encender. La educación no es solo la enseñanza de los buenos
modales, de los buenos ejemplos a los hijos de parte nuestra, los padres. Esa
educación pasa varias coordenadas: por lo que comemos, por los fervores
deportivos, por nuestras amistades, la religión, la política.
Ya no tengo hijos pequeños a quiénes educar en forma directa
y constante. Y me hubiera gustado tenerlos para hacer lo que no hice antes, a
tiempo, educarles en la política y para la política. Sí, en esa que se refiere
a los partidos políticos, a las elecciones de autoridades, las votaciones, a esos
temas cívicos delicados y abandonados.
Pienso así ante las próximas elecciones en Paraguay y la
apatía de los jóvenes de cara a esa responsabilidad colectiva.
Me hubiera gustado decirles a la hora del almuerzo en casa
que debemos ir todos a votar el 21 de abril por el candidato que mejor nos
parezca, o no votarles, y entregar la papeleta en blanco. Pero cumplir con el
compromiso ciudadano del voto.
Me hubiera gustado retroceder 10 años atrás y estimularles a
participar voto en mano; hubiera conversado con ellos como padre y amigo sobre
política y políticos dejándoles claro mi postura de padre: la autoridad
nacional se elije a través de los partidos políticos y, por tanto, estos
estamentos de la sociedad deben ser respetados y amparados por nosotros,
ciudadanos.
Me muniría de paciencia, de mucha paciencia, para
explicarles lo bueno que es la política e incluso lo bueno que deben ser todos
los políticos de modo que se sientan alentados a concurrir el 21 de abril a
depositar sus votos sin necesidad de que nadie pase a buscarles y, menos, que por cumplir el compromiso se les pague;
pago que me produciría muchísima vergüenza como padre.
Hablo de paciencia, porque se necesita en abundancia, para conversar con ellos sobre política y
elecciones de autoridades porque fuera de casa se habla en demasía contra los
políticos y la política por causa de unos cuantos, del partido y color que fuera,
que desprestigian a las doctrinas y a los que ejercen la actividad política.
Les comprenderé al retornar a casa aturdidos, desmotivados, renegados contra la
política y los políticos.
Debo lograr, con mi buena voluntad de padre, que mis hijos
comprendan cuán importante es que concurran a votar el 21 de abril, pero para
eso les transmitiré estímulos, así yo también haya sentido el peso de la
desvergüenza de los malos agentes políticos.
La política bien entendida no crea adicción como crea la
mala política por parte de los malos políticos.
Y la no creación de dicha adicción a la política bien entendida es un
problema no solo de los actores políticos sino de todos, especialmente de los
padres en ese templo de la sociedad, el hogar.
Si yo tenía hijos a mi cargo hubiera aprovechado todos los
instantes para estimularles a ser incondicionales votantes, como ciudadanos
respetados y respetables, muy por encima
de los humeantes cagajones dejados por los malos políticos.
Aprovecharía el desayuno, el almuerzo y la cena para
educarles en la política, en esa necesaria herramienta para la convivencia
armónica dentro de la sociedad paraguaya que es de nuestra directa e
intransferible responsabilidad.
Como padre no me sentiría derrotado por tantas gestiones mal
hechas por los malos políticos sino aprovecharía sus lamentables experiencias
para insuflar más ganas en mis hijos de modo que con su voto se corrija a los
indecentes.
Les diría que el voto es para los malos políticos lo que el
agua bendita para los satanizados.
No les mostraría flaquezas en el sentido de vomitarles mis
desilusiones contra los que desde la política no hacen sino dañar a los demás.
No. Tragaría todo ese amargo y alentaría con todas mis ganas a cada uno de mis
hijos a concurrir a votar porque esa es la medicina que curará el mal que
empieza a enfermar a la sociedad paraguaya.
Encendería en ellos el entendimiento sano, fuerte, vital
sobre el voto, sobre la participación en las elecciones, sobre lo que vale un
voto. Les haría comprender que si todos votamos los delincuentes mimetizados en
la política se marcharían para siempre del escenario político porque,
sencillamente, nada tienen por hacer allí.
Sembraría en ellos el hábito de la elección.
Instalaría en ellos el concepto de la buena elección, sin
titubeos.
Les enseñaría a ser más astutos a favor de las elecciones y
contra los tramposos.
Encendería en mis hijos el gozo de votar. Para que a partir
de ahí brote, sonoro, un canto inextinguible que ensalce al paraguayo y a la
patria.
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