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Pío Baroja dijo que su libro El árbol de la ciencia es "el más acabado y completo de todos los míos". No sé por qué lo dijo. No me caben dudas que tuvo que haber sido para él. Leí cuatro títulos de todos los que publicó en su fecunda vida de escritor. De los leídos, me gusta más hasta ahora Las noches del buen retiro. Pero como en materia de gustos no hay nada escrito...
Tampoco me pondré a discutir aquí con el doctor Baroja, además es absurdo porque él murió en 1956 y sus restos descansan en el cementerio de La Almudena de Madrid.
No perderé mi tiempo en discusiones. Prefiero contarles qué tanto me atrajo El árbol de la ciencia y por qué.
Este libro lo escribió en el póstigo del siglo XX, en 1911, con treinta y pico largos años de edad. Era médico pero él mismo declaraba que no le gustaba la profesión, que prefería escribir. La obra tiene por personaje central a un médico, él, personaje que nunca estaba conforme con nada. Su dualidad laboral, por un lado curar enfermos y; por el otro, imaginar para escribir, le hacía poner incómodo con la medicina y, a lo mejor, ante su propia vida.
Cómo médico iba de hospital en hospital, incluso en los de algunos pueblos perdidos de España. A partir de ahí relata sus cotidianeidades con la gente común, de esa que el mundo ignora, de pequeñeces que, sin melindres, agranda con la contundencia de su pluma.
Andrés Hurtado es su alter ego. Relata su vida desde cuando ingresó a la universidad para estudiar medicina. A partir de ahí su entorno y peripecias hasta su casamiento con Lulú, una mujer que le resultaba fea al principio. El final es inesperado.
La explicación del título lo encuentro por la mitad de la obra. "La ciencia es la única construcción fuerte de la humanidad", plasma. Y se remonta al Génesis de La Biblia de donde rescata al árbol de la vida y al árbol de la ciencia que habían en el Paraíso. "No comáis del árbol de la ciencia porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá", repite la Antigua Escritura.
En verdad, en La Biblia aparece el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). Unos renglones más abajo está escrito: No comas del fruto de ese árbol (del bien y del mal), porque si lo comes, ciertamente morirás (Génesis 2, 17).
Interesante es leer a Baroja porque explica con claridad qué entiende él por el árbol de la ciencia, y de su fruto, y del morir si se lo come. "Hay que reírse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tonterías: lo que fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arrollándolo todo", mete baza.
Y dispara otro misil que cien años después todavía sus ecos retumban: "tomando como norma la verdad, se puede ir al fanatismo más bárbaro. La verdad puede ser un arma de combate".
Profundo, Baroja no deja resquicios para no entenderlo. Un maestro dando cátedras de los bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, oportuno e inoportuno, de lo que marcan el rumbo del hombre y que ese mismo hombre no le presta atención. El árbol de la ciencia.
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(Este libro lo adquirí de la librería Quijote, de Asunción, en febrero de 2011)
Pío Baroja dijo que su libro El árbol de la ciencia es "el más acabado y completo de todos los míos". No sé por qué lo dijo. No me caben dudas que tuvo que haber sido para él. Leí cuatro títulos de todos los que publicó en su fecunda vida de escritor. De los leídos, me gusta más hasta ahora Las noches del buen retiro. Pero como en materia de gustos no hay nada escrito...
Tampoco me pondré a discutir aquí con el doctor Baroja, además es absurdo porque él murió en 1956 y sus restos descansan en el cementerio de La Almudena de Madrid.
No perderé mi tiempo en discusiones. Prefiero contarles qué tanto me atrajo El árbol de la ciencia y por qué.
Este libro lo escribió en el póstigo del siglo XX, en 1911, con treinta y pico largos años de edad. Era médico pero él mismo declaraba que no le gustaba la profesión, que prefería escribir. La obra tiene por personaje central a un médico, él, personaje que nunca estaba conforme con nada. Su dualidad laboral, por un lado curar enfermos y; por el otro, imaginar para escribir, le hacía poner incómodo con la medicina y, a lo mejor, ante su propia vida.
Cómo médico iba de hospital en hospital, incluso en los de algunos pueblos perdidos de España. A partir de ahí relata sus cotidianeidades con la gente común, de esa que el mundo ignora, de pequeñeces que, sin melindres, agranda con la contundencia de su pluma.
Andrés Hurtado es su alter ego. Relata su vida desde cuando ingresó a la universidad para estudiar medicina. A partir de ahí su entorno y peripecias hasta su casamiento con Lulú, una mujer que le resultaba fea al principio. El final es inesperado.
La explicación del título lo encuentro por la mitad de la obra. "La ciencia es la única construcción fuerte de la humanidad", plasma. Y se remonta al Génesis de La Biblia de donde rescata al árbol de la vida y al árbol de la ciencia que habían en el Paraíso. "No comáis del árbol de la ciencia porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá", repite la Antigua Escritura.
En verdad, en La Biblia aparece el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). Unos renglones más abajo está escrito: No comas del fruto de ese árbol (del bien y del mal), porque si lo comes, ciertamente morirás (Génesis 2, 17).
Interesante es leer a Baroja porque explica con claridad qué entiende él por el árbol de la ciencia, y de su fruto, y del morir si se lo come. "Hay que reírse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tonterías: lo que fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arrollándolo todo", mete baza.
Y dispara otro misil que cien años después todavía sus ecos retumban: "tomando como norma la verdad, se puede ir al fanatismo más bárbaro. La verdad puede ser un arma de combate".
Profundo, Baroja no deja resquicios para no entenderlo. Un maestro dando cátedras de los bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, oportuno e inoportuno, de lo que marcan el rumbo del hombre y que ese mismo hombre no le presta atención. El árbol de la ciencia.
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(Este libro lo adquirí de la librería Quijote, de Asunción, en febrero de 2011)
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