La sabiduría es un jardín eterno; la ignorancia, un páramo inmenso. La sabiduría es el amor; la ignorancia, el desamor. Aquella es paz sostenida por polimatíes; esta, la guerra alentada por cernícalos.
El hombre, por vocación aspira sabiduría y para llegar a ella,incluso, tropieza y se vuelve a levantar varias veces.
En los últimos días me comentaba Ani, una excelente compañera de trabajo, que ella a sus cincuenta años se siente mucho mejor que a sus treinta cuando todavía no sufría los golpes de la crisis económica.
"Supe levantarme varias veces y aquí estoy en paz con la vida", me había reflexionado complacida por sus logros.
Siempre sostuve que la rodilla sabe más que la cabeza, porque es aquella la que da contra el pedregoso suelo del cual, por voluntad, vuelve a levantar sangrante, pero de nuevo de pie.
La experiencia nos templa, amansa, nos vuelve casi sabios.
Augusto Roa Basto en "Madama Sui" dice cuatro veces "sabiduría es dolor" y si evaluáramos nuestros propios fracasos entenderemos que nuestra sabiduría es hija de nuestros dolores. Esa es una prístina verdad. Por algo,como queriendo dispersarlo por todos los puntos cardinales, repitió cuatro veces que sabiduría es dolor.
¿Cuántas veces el Cervantes tuvo que haberse golpeado las rodillas para exclamar su verdad en una de sus novelas?
No en balde San Juan de Ávila dijo que las almas "se ganan con las rodillas".
Caerse bajo el peso de la inmadurez, la inexperiencia, de la juventud - bella pero ignorante - para que en la vejez, que llega a fuerza de aprendizaje, disfrutemos, contemplando, el jardín que resulta ser la vida.
Frank Kafka explica su experiencia: "cuando hay que aprender, se aprende; se aprende cuando se trata de encontrar una salida ¡Se aprende de manera despiadada!"
La necesidad despabila, nos hace firmar nuestra renuncia a la ignorancia previo dolor, de sangrante dolor. Ella amojona el camino hacia la salida, el del fin del sufrimiento y, el comienzo de un territorio muy amplio, el jardín de la sabiduría, donde reina la paz, donde las margaritas son eternas.
Y es esta, la paz, la que gesta y sostiene al eterno ser una vez liberado de las tinieblas de la ignorancia donde personificaba a un miserable, al no ser.
El hombre, por vocación aspira sabiduría y para llegar a ella,incluso, tropieza y se vuelve a levantar varias veces.
En los últimos días me comentaba Ani, una excelente compañera de trabajo, que ella a sus cincuenta años se siente mucho mejor que a sus treinta cuando todavía no sufría los golpes de la crisis económica.
"Supe levantarme varias veces y aquí estoy en paz con la vida", me había reflexionado complacida por sus logros.
Siempre sostuve que la rodilla sabe más que la cabeza, porque es aquella la que da contra el pedregoso suelo del cual, por voluntad, vuelve a levantar sangrante, pero de nuevo de pie.
La experiencia nos templa, amansa, nos vuelve casi sabios.
Augusto Roa Basto en "Madama Sui" dice cuatro veces "sabiduría es dolor" y si evaluáramos nuestros propios fracasos entenderemos que nuestra sabiduría es hija de nuestros dolores. Esa es una prístina verdad. Por algo,como queriendo dispersarlo por todos los puntos cardinales, repitió cuatro veces que sabiduría es dolor.
¿Cuántas veces el Cervantes tuvo que haberse golpeado las rodillas para exclamar su verdad en una de sus novelas?
No en balde San Juan de Ávila dijo que las almas "se ganan con las rodillas".
Caerse bajo el peso de la inmadurez, la inexperiencia, de la juventud - bella pero ignorante - para que en la vejez, que llega a fuerza de aprendizaje, disfrutemos, contemplando, el jardín que resulta ser la vida.
Frank Kafka explica su experiencia: "cuando hay que aprender, se aprende; se aprende cuando se trata de encontrar una salida ¡Se aprende de manera despiadada!"
La necesidad despabila, nos hace firmar nuestra renuncia a la ignorancia previo dolor, de sangrante dolor. Ella amojona el camino hacia la salida, el del fin del sufrimiento y, el comienzo de un territorio muy amplio, el jardín de la sabiduría, donde reina la paz, donde las margaritas son eternas.
Y es esta, la paz, la que gesta y sostiene al eterno ser una vez liberado de las tinieblas de la ignorancia donde personificaba a un miserable, al no ser.
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