Ustedes sabrán que Lucio Hanneo Séneca era romano. Había nacido en Córdoba, Hispania, territorio del imperio romano que luego sería de España. Él decía que necesitamos la vida entera para aprender a vivir "y también - cosa sorprendente - para aprender a morir".
Su frase siempre tengo en cuenta - más aún desde que estuve en esa Córdoba que luego se barnizaría de árabe - cuando visito la tumba de famosos que, si vivieran, acaso nunca yo habría estado cerca de ellos.
Cuando, en 1989, visité la tumba de Marilyn Monroe, en Hollywood, pensé que ella murió porque nunca se preocupó - y vaya que estuvo ocupada para ocuparse de esto - por aprender a morir. Todas las flores que rodean su panteón no son suficientes para que volviera a la vida, de la que estuvo enamorada hasta que entró en el vórtice de su desaliento.
¿Aprendió a morir Pio Barojas, que abandonó la profesión de médico para dedicarse a la literatura? Fui varias veces junto a su tumba en el cementerio de La Almudena, en Madrid, a pensar sobre si, no sólo él, sino todos, estamos preparados para la muerte.
En el mismo cementerio, me pregunté junto al panteón de Lola Flores si ella pensaba en su mejor momento artístico si alguna vez sus restos estarían en un ataúd del cementerio madrileño.
Lo mismo pienso cuando visito la tumba de mis padres, de Elisa Lynch, de los grandes nombres paraguayos, de esos silentes pensionistas de la eternidad, como escribiera Roa Bastos y de los que ya forma parte.
La maldad se hace de un buen espacio en la humanidad porque esta no llega a aceptar que cada una de sus células, la individualidad, morirá alguna vez. Adolfo Hitler, Jack, El Destripador, Calígula, Stroessner y millones como ellos, hicieron lo que hicieron porque habrán pensado que jamás morirían. Morir enseña a vivir decentemente. Y la decencia conduce en vida a la armonía, a la paz.
Saber que vamos a morir es como poner un paño frio sobre nuestros excesos. Tantas barbaridades se hacen todos los días porque, pienso, creemos que somos inmorales. "No lo entendería nunca tal vez, escribió Roa Bastos en "Madama Sui", salvo en el relámpago final que precede a la muerte; ese relámpago que lo revela todo, cuando ya nada tiene sentido para el que muere".
Aprender a vivir aprendiendo a morir.
Su frase siempre tengo en cuenta - más aún desde que estuve en esa Córdoba que luego se barnizaría de árabe - cuando visito la tumba de famosos que, si vivieran, acaso nunca yo habría estado cerca de ellos.
Cuando, en 1989, visité la tumba de Marilyn Monroe, en Hollywood, pensé que ella murió porque nunca se preocupó - y vaya que estuvo ocupada para ocuparse de esto - por aprender a morir. Todas las flores que rodean su panteón no son suficientes para que volviera a la vida, de la que estuvo enamorada hasta que entró en el vórtice de su desaliento.
¿Aprendió a morir Pio Barojas, que abandonó la profesión de médico para dedicarse a la literatura? Fui varias veces junto a su tumba en el cementerio de La Almudena, en Madrid, a pensar sobre si, no sólo él, sino todos, estamos preparados para la muerte.
En el mismo cementerio, me pregunté junto al panteón de Lola Flores si ella pensaba en su mejor momento artístico si alguna vez sus restos estarían en un ataúd del cementerio madrileño.
Lo mismo pienso cuando visito la tumba de mis padres, de Elisa Lynch, de los grandes nombres paraguayos, de esos silentes pensionistas de la eternidad, como escribiera Roa Bastos y de los que ya forma parte.
La maldad se hace de un buen espacio en la humanidad porque esta no llega a aceptar que cada una de sus células, la individualidad, morirá alguna vez. Adolfo Hitler, Jack, El Destripador, Calígula, Stroessner y millones como ellos, hicieron lo que hicieron porque habrán pensado que jamás morirían. Morir enseña a vivir decentemente. Y la decencia conduce en vida a la armonía, a la paz.
Saber que vamos a morir es como poner un paño frio sobre nuestros excesos. Tantas barbaridades se hacen todos los días porque, pienso, creemos que somos inmorales. "No lo entendería nunca tal vez, escribió Roa Bastos en "Madama Sui", salvo en el relámpago final que precede a la muerte; ese relámpago que lo revela todo, cuando ya nada tiene sentido para el que muere".
Aprender a vivir aprendiendo a morir.
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