España en el exterior es toro y flamenco. La corrida de toros tiene sus buenos siglos en estas tierras. Los primeros españoles de Paraguay llevaron esta parte de su tradición a las lejanías de América del Sur, logrando éxitos en Venezuela especialmente. En Paraguay se la practica pero como una parodia de las de España, México, Venezuela y Portugal (en este país no se mata al toro en el ruedo); protagonizando un capitulo aparte en las fiestas patronales paraguayas con nombres propios: torín, toreada, toro ñaró, etc.
Hoy les voy a contar mi experiencia en la plaza de toros de "Las Ventas", en Madrid, a la cual concurrí con unos amigos españoles, taurinos hasta los huesos (porque también están los españoles que se oponen a las corridas de toros). La plaza, habilitada en 1929, tiene vestigios de aquellos estadios romanos en los cuales los primeros cristianos eran devorados por los leones. Es imponente. Tiene capacidad para 23.000 personas sentadas.
En los alrededores de la plaza se montan pequeños quioscos, ("chiringuitos", le dicen los españoles) lo que me recuerda a las de las funciones patronales de Paraguay. En este sitio se vende de toda clase de baratijas, artículos típicos, banderas españolas con la figura de un toro en el centro, bebidas frescas (empieza el calor), etc.
La entrada no es fácil conseguir, cuesta 32 euros en el sitio que me tocó estar. Se la debe comprar con mucha antelación o, de lo contrario, adquirirla de la reventa. Los taurinos españoles no dudan dejarse llevar por los especuladores si tiene al torero favorito en el programa, actitud comprensible si se entendiera de toros, cosa que no es precisamente mi fuerte, aún cuando me agradan las corridas de toros.
Con la entrada (billete) en manos, paso dos barreras de controladores. Una vez adentro, se tiene la opción de alquilar almohadillas de cuerina en 1,20 euros para no sentarse en el frio cemento de la grada. Si los casi 22.000 asistentes de esa fiesta tuvieran almohadillas, solo este rubo por vez permite el ingreso de unos 26.400 euros. "Qué fácil es ser rico en España", anoto en mi agenda.
En las gradas la cosa está animada y colorida. Alli, me encuentro con que muchos señores van a las corridas vestidos con finísimos trajes y las mujeres, ni qué decir. Cada persona a mi alrededor era de una paquetería que para qué les cuento; "suntuosas damas y de selectos caballeros", describiría José Martí. Eso sí, la elegancia no les prohibe comer y beber en el mismo lugar del hecho (como escriben los cronistas de noticias policiales) si así les apetece, como a las dos señoras sentadas frente a mi, que a la hora del espectáculo, desenvolvieron sangüiches, cervezas y gaseosas para darse una singular merienda. Claro, con las bocas llenas de pan, jamón, queso, tomates y mayonesas también se sumaron al coro de abucheos a un "picador" (un hombre con sombrero y de a caballo) por habérsele roto la lanza al momento de dar un puntazo al toro en el ruedo.
A mi, francamente me asustó que se haya roto la lanza de madera del picador; no así a los demás. Ellos sabrán por qué. Yo me pegué un julepe en mi asiento. Que suerte, pensé, que yo esté en las gradas nomás.
Antes, el caballo de otro picador, había sido tumbado por un toro de unos 600 kilos, y no lo pudieron levantar sino varios minutos después. Menuda tarea la de los hombres encargados de hacerlo, porque el animal está protegido de las cornadas del toro con una gruesa tela de acero y plomo. Y, por tanto, cuando el caballo cae es muy difícil volver a levantarlo. Con tantos minutos que el pobre equino estaba tumbado en la arena, pensé que se había muerto. Lograron ponerlo de pié y nada pasó.
Cuando el público ruge en la plaza retumba como un trueno en la mole circular de cemento.
Más de 20.000 gargantas abuchearon al torero que dejó escapar su capa en los cuernos de uno los seis lidiados en la tarde. No sé por qué le abuchean; además quedaba muy gracioso que una enorme capa tenga que estar prendida a una de las astas del animal como un enorme moño rojo. Bueno, debe ser porque este espectáculo es para gente con cultura taurina. En la próxima estoy tentado a abuchear yo también, aunque me parezca muy simpático. No pienso desentonar entre tanta mayoría.
Dos de los toros tuvieron que ser sacados del ruedo porque uno tenía una ligera cogera y otro, por despistado (el lugar de correr hacia los toreros, iba para el otro lado).
Como en el "Defensores del Chaco", de Asunción, también en las gradas hay vendedores de gaseosas. El vendedor se ubica en el estrecho pasillo por donde andamos desde la boca de acceso y, pasamano mediante, corren el pedido, la plata, las latas de gaseosas y el vuelto ("vuelta", para los españoles) si hubiere. Así, mientras coreamos el "¡¡ooooooleeeeeeee!!, a una seguidilla de buenas intervenciones del torero, debemos hacer de "puente" para que llegue la gaseosa al señor gordo de corbata verde ubicado a diez asientos de mi izquierda.
El sol daba de lleno, felizmente. De todas maneras noté que los taurinos son precavidos: a muchos vi con paraguas. Estamos en tiempos en que de un sol fenomenal podemos pasar a una lluvia no menos fenomenal. Me cuentan que así llueva, los aficionados lo mismo concurren al ruedo; preguntado por qué, me responden que es, primero, por el espectáculo y; segundo, porque en las gradas se cultiva la amistad y se aprovecha, además, para iniciar conversaciones de negocios, que se cierran en algún almuerzo en los restaurantes (que son muchísimos) en los inmediatos alrededores de la plaza. La otra vez almorcé con otros 15 aficionados a las corridas de toro. Fue en un restaurante muy prestigioso y que está cerquita del ruedo, a la que concurre también el rey Juan Carlos.
El espectáculo duró dos horas y media. Aún cuando los españoles de mi alrededor en las gradas estuvieron disconformes, a mi me pareció inigualable. Tomé varias fotos, que pueden ver en mi Orkut, y luego fui a tomar una caña de cerveza con un amigo en un bar frente a la plaza, como parte de este rito taurino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario