Me imaginaba una de esas películas que rememoran las celebraciones eucarísticas de siglos pasados; el coro convertía a la catedral como en un lugar donde miles de ángeles revoloteaban a lo largo y ancho de sus extensas y altas naves. Daba la impresión que, en efecto, Jesús entraba en Jerusalén mientras cien voces entonaban "bendito es el que viene en nombre del Señor..." desde lo alto del coro, los vitrales y el órgano castellano de altos y macisos tubos. Mediodía del 16 de marzo en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena.
La nave de éste templo católico no está silenciosa como la catedral descripta por Pio Baroja en su "Las tragedias grotescas". De vez en vez, retumba el coro y los acordes escapados de los tubos a fuelle, hasta sus 73 metros de altura. En el interior de esa mole me siento muy pequeño y me remonto a Gustave Flaubert para quién se juzga una catedral por la altura de sus torres.
La nave de éste templo católico no está silenciosa como la catedral descripta por Pio Baroja en su "Las tragedias grotescas". De vez en vez, retumba el coro y los acordes escapados de los tubos a fuelle, hasta sus 73 metros de altura. En el interior de esa mole me siento muy pequeño y me remonto a Gustave Flaubert para quién se juzga una catedral por la altura de sus torres.
Los fieles rezan, con los ramos de olivos y palmas en manos. Los cientos de turistas toman fotos de la ceremonia, y de la tumba de José de Escribá de Balaguer, y de San Isidro Labrador, patrono de Madrid, y de la imágen de la Virgen de la Almudena. El constante alumbrar de flashes hacen del sitio un lugar de espectáculos, de oraciones, de fe, de maravilla arquitectónica, del gran poder católico.
Esa pareja de madrileños mayores - él de riguroso traje azúl marino; ella, de conjunto blanco y negro estilo Cocó Chanel - no presta atención a la turista de blusa ligera y al rubio de bermuda y ojota verde que salpican con sus fogonazos cada instante de su oración al Jesús de aquel domingo en Jerusalén.
En esta Almudena consagrada por Juan Pablo II se siente este mediodía dominguero la esencia de esta Madrid cristiana. Hoy sus gargantas entonan con unción sacramental el "bendito el que viene en nombre del señor" como cuando, después de cenar con Lázaro y sus hermanas María y Marta, Jesús entrara al lomo del borrico en la ciudad de David y Salomón.
Hay religiosidad católica en cada centímetro cuadrado de esos 102 metros de largo de la imponente catedral. Hay presencia de Escribá de Bálaguer, de San Isidro Labrador, de ángeles y arcángeles que cantan el eterno "Santo, Santo, Santo", que retumba en sus altos muros y en sus imponentes columnas escapando hacia el cielo azul bañado de sol de este domingo primaveral madrileño a través de sus altos y coloridos vitrales. Sí, hoy La Almudena de los reyes españoles es como de esas escenas de cine que asombra hasta al más pintado.
En sus entrañas ha comenzado el ritual de la Semana Santa.
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