Escribir cartas en aquellos tiempos era parte de los jóvenes, los padres, los empresarios, los maestros, los políticos, de los ricos y de los pobres. Bien o mal todos escribían periódicas misivas para saludar, felicitar, reclamar, fustigar, chimentar, plantear, ofrecer, rogar, corregir, ampliar, amenazar, amar, anunciar, renunciar, despedir, reír o llorar.
Siempre había una carta por enviar o recibir. Y una que no querría recibir nunca, como aquella que decía "Querido papá: antes que nada quiero darte la tranquilidad de que nadie resultó lastimado en ninguno de los dos autos"; o esta: "Querida Rosalba: He decidido escribir esto, porque siempre te respeté y siempre creí que no esperarías de mí nada menos que una sinceridad absoluta...".
Hubo empedernidos escritores de cartas, como el francés Antoine-Marie Arouet (1694 - 1778), Voltaire, que escribió, al menos, 15.284 cartas, a numerosas personalidades de su siglo, amigos, conocidos, hombres y mujeres, especialmente a Emile Chatelet, su amante.
Lo mismo se diría de las sesudas como ardientes de cristiandad de Pablo a los romanos, corintios, gálatas, efesios, filipenses, colosenses, tesalonicenses, Timoteo, Tito y Filemón. "Hay quien dice que mis cartas son duras y fuertes, pero que en persona no impresiono a nadie, ni impongo respeto al hablar. Pero el que esto dice debe saber también que, así como somos con palabras y; por carta, estando lejos de ustedes, así seremos con hechos cuando estemos entre ustedes", escribía a los corintios el converso de Damasco.
Siempre había una carta por enviar o recibir. Y una que no querría recibir nunca, como aquella que decía "Querido papá: antes que nada quiero darte la tranquilidad de que nadie resultó lastimado en ninguno de los dos autos"; o esta: "Querida Rosalba: He decidido escribir esto, porque siempre te respeté y siempre creí que no esperarías de mí nada menos que una sinceridad absoluta...".
Hubo empedernidos escritores de cartas, como el francés Antoine-Marie Arouet (1694 - 1778), Voltaire, que escribió, al menos, 15.284 cartas, a numerosas personalidades de su siglo, amigos, conocidos, hombres y mujeres, especialmente a Emile Chatelet, su amante.
Lo mismo se diría de las sesudas como ardientes de cristiandad de Pablo a los romanos, corintios, gálatas, efesios, filipenses, colosenses, tesalonicenses, Timoteo, Tito y Filemón. "Hay quien dice que mis cartas son duras y fuertes, pero que en persona no impresiono a nadie, ni impongo respeto al hablar. Pero el que esto dice debe saber también que, así como somos con palabras y; por carta, estando lejos de ustedes, así seremos con hechos cuando estemos entre ustedes", escribía a los corintios el converso de Damasco.
Honoré de Balzac (1799-1850) fue un gran maestro de la comunicación epistolar, incluso con sus cartas enamoró a una condesa rusa con la que, finalmente se casó.
Las correspondencias de John P. Robertson desde Asunción a su hermano Guillermo, en Inglaterra, permitieron la posterior publicación del libro que bajo el nombre de "Letters on Paraguay" describió los primeros años del gobierno del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia en la naciente República del Paraguay (1814 - 1840). Se trata de una sustanciosa obra que hasta hoy utilizan los historiadores paraguayos.
Pocos conocen aquel hábito de otro dictador, Adolfo Hitler, quien usaba determinados colores de lápices para la redacción de sus misivas. Sobre su mesa siempre tenía tres lápices: uno rojo, otro verde y otro azul. Cuentan que el rojo utilizaba para escribir cartas a sus enemigos; el verde, cuando hacía notas respecto a sus amigos y; el azul, cuando debe ser muy cauto en lo que debía escribir. Estos lápices también servía al Führer para tirarlos con fuerza contra la mesa y romperlos en sus momentos de cólera.
Cuentan que Tomás Jefferson cuando fue presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre los años 1801 y 1809, dijo que hacía dos años que no tenía noticias de su embajador en España; "si este año no me llega nada, le escribiré una carta", se propuso.
Para que llegue una carta tenía que pasar un tiempo. Si se tratara de una carta internacional demoraba aún más. El tráfico diario de sobres era de miles de toneladas. Barcos, trenes, buses y aviones aparecieron mucho después de los "chásquis" peruanos, el "Pony Express", el "Federal Express" y del primer coche de correos de Inglaterra que empezó a funcionar en 1784.
El sistema de envío de mensajes de los Incas fue el más rápido de su tiempo hasta la aparición del telégrafo. Eran capaces de hacer llegar un quipo (cordel anudado) a dos mil kilómetros (de Quito a Cusco) en cinco días.
Desde el 3 de abril de 1860 hasta el 26 de octubre de 1861 funcionó entre Misuri y la costa occidental de Estados Unidos el llamado "Pony Express", que había desaparecido ni bien se dio comienzo al servicio de telégrafo transcontinental. Se trataba de transladar las cartas a galope de caballo, modelo que perduró por muchos años en América Latina bajo el nombre de estafeta.
Frederick Smith, harto de la lentitud del correo, ideó el concepto de la entrega nocturna de las cartas, lo que con el tiempo se llamaría "Federal Express".
Con los correos aéreos la cosa mejoró sustancialmente. Antoine de Saint-Exupery, el autor de "El Principito", "Vuelos nocturnos", entre otros, fue pionero en la creación de rutas aéreas en la América Meridional para el transporte de correos que para la naciente empresa, denominada Air France, era más importante que el transporte de pasajeros para quienes en la máquina estaban reservados solo dos asientos. El avión era un Potes Late-25 con el que se unió Buenos Aires con Asunción en 1929.
Las correspondencias de John P. Robertson desde Asunción a su hermano Guillermo, en Inglaterra, permitieron la posterior publicación del libro que bajo el nombre de "Letters on Paraguay" describió los primeros años del gobierno del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia en la naciente República del Paraguay (1814 - 1840). Se trata de una sustanciosa obra que hasta hoy utilizan los historiadores paraguayos.
Pocos conocen aquel hábito de otro dictador, Adolfo Hitler, quien usaba determinados colores de lápices para la redacción de sus misivas. Sobre su mesa siempre tenía tres lápices: uno rojo, otro verde y otro azul. Cuentan que el rojo utilizaba para escribir cartas a sus enemigos; el verde, cuando hacía notas respecto a sus amigos y; el azul, cuando debe ser muy cauto en lo que debía escribir. Estos lápices también servía al Führer para tirarlos con fuerza contra la mesa y romperlos en sus momentos de cólera.
Cuentan que Tomás Jefferson cuando fue presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entre los años 1801 y 1809, dijo que hacía dos años que no tenía noticias de su embajador en España; "si este año no me llega nada, le escribiré una carta", se propuso.
Para que llegue una carta tenía que pasar un tiempo. Si se tratara de una carta internacional demoraba aún más. El tráfico diario de sobres era de miles de toneladas. Barcos, trenes, buses y aviones aparecieron mucho después de los "chásquis" peruanos, el "Pony Express", el "Federal Express" y del primer coche de correos de Inglaterra que empezó a funcionar en 1784.
El sistema de envío de mensajes de los Incas fue el más rápido de su tiempo hasta la aparición del telégrafo. Eran capaces de hacer llegar un quipo (cordel anudado) a dos mil kilómetros (de Quito a Cusco) en cinco días.
Desde el 3 de abril de 1860 hasta el 26 de octubre de 1861 funcionó entre Misuri y la costa occidental de Estados Unidos el llamado "Pony Express", que había desaparecido ni bien se dio comienzo al servicio de telégrafo transcontinental. Se trataba de transladar las cartas a galope de caballo, modelo que perduró por muchos años en América Latina bajo el nombre de estafeta.
Frederick Smith, harto de la lentitud del correo, ideó el concepto de la entrega nocturna de las cartas, lo que con el tiempo se llamaría "Federal Express".
Con los correos aéreos la cosa mejoró sustancialmente. Antoine de Saint-Exupery, el autor de "El Principito", "Vuelos nocturnos", entre otros, fue pionero en la creación de rutas aéreas en la América Meridional para el transporte de correos que para la naciente empresa, denominada Air France, era más importante que el transporte de pasajeros para quienes en la máquina estaban reservados solo dos asientos. El avión era un Potes Late-25 con el que se unió Buenos Aires con Asunción en 1929.
Por la modernidad que nos agobia - vaya paradoja - podemos decir sin temor a equívocos que cartas eran las de antes, de cuando las escribíamos con la plumilla humedecida en el tintero, con la pluma fuente, el "Virome", el moderno y popular bolígrafo o, sencillamente, con el lápiz cuyo carbón mojábamos con la punta de la lengua.
"Tomo este lápiz y este blanco papel para saludarte y a la vez desearte buen estado de salud", encabezaban generalmente nuestras cartas a familiares o amigos, sin cuya fórmula casi eran prohibitivas escribirlas. Muy cerca estaba otra manera de iniciarla: "Tengo el agrado de dirigirme...", que se niega a abandonar las rígidas reglas epistolares.
Escribir cartas formaba parte de la costumbre de cada uno. Lo aprendíamos de niños, cuando en la escuela remitíamos nuestras primeras esquelas como parte de nuestras tareas de Lenguaje Escrito. Como la ocasión que hace al ladrón, aquel aprendizaje aprovechábamos para nuestros primeros ensayos amorosos para los cuales nos agenciábamos de un "correo", intermediario/a que se encargaba de hacer llegar la cartita.
El declive fue sostenido. Primero el telégrafo, luego el teléfono; más tarde, la radio y la televisión; el fax, poco antes de los teléfonos celulares o móviles, los contactos vía satélite.
En la modernidad de hoy, con el celular más Internet, correo electrónico, chat y hasta canales de televisión y radio, metido en los bolsillos, escribir una carta "simple" o "por avión" resulta poco menos que cándidamente ridículo. "Kiero que cpas k sos m mundo tqm", "mensajea" por mail una chica desde su Nokia E61 al novio, mientras este trabaja en una oficina y; ella, estudia. Una suerte de carta de amor de celular a celular y que hasta un par de décadas atrás demandaba días de inspiración, frases corregidas, palabras borroneadas, consultas al inevitable libro "Cómo escribir cartas de amor" y vueltas a escribir, acaso a la noche, cuando las pasiones toman vuelo y los sentimientos se tornan audaces.
Para muchos optimistas las cartas de amor no pasarán de moda; al menos esa es la impresión causada por un artículo publicado en una conocida revista de circulación internacional, en la cual se recomienda tener paciencia para expresar el debido cariño a la persona amada y que para eso la persona que escribe debe tomarse su tiempo.
"Tomo este lápiz y este blanco papel para saludarte y a la vez desearte buen estado de salud", encabezaban generalmente nuestras cartas a familiares o amigos, sin cuya fórmula casi eran prohibitivas escribirlas. Muy cerca estaba otra manera de iniciarla: "Tengo el agrado de dirigirme...", que se niega a abandonar las rígidas reglas epistolares.
Escribir cartas formaba parte de la costumbre de cada uno. Lo aprendíamos de niños, cuando en la escuela remitíamos nuestras primeras esquelas como parte de nuestras tareas de Lenguaje Escrito. Como la ocasión que hace al ladrón, aquel aprendizaje aprovechábamos para nuestros primeros ensayos amorosos para los cuales nos agenciábamos de un "correo", intermediario/a que se encargaba de hacer llegar la cartita.
El declive fue sostenido. Primero el telégrafo, luego el teléfono; más tarde, la radio y la televisión; el fax, poco antes de los teléfonos celulares o móviles, los contactos vía satélite.
En la modernidad de hoy, con el celular más Internet, correo electrónico, chat y hasta canales de televisión y radio, metido en los bolsillos, escribir una carta "simple" o "por avión" resulta poco menos que cándidamente ridículo. "Kiero que cpas k sos m mundo tqm", "mensajea" por mail una chica desde su Nokia E61 al novio, mientras este trabaja en una oficina y; ella, estudia. Una suerte de carta de amor de celular a celular y que hasta un par de décadas atrás demandaba días de inspiración, frases corregidas, palabras borroneadas, consultas al inevitable libro "Cómo escribir cartas de amor" y vueltas a escribir, acaso a la noche, cuando las pasiones toman vuelo y los sentimientos se tornan audaces.
Para muchos optimistas las cartas de amor no pasarán de moda; al menos esa es la impresión causada por un artículo publicado en una conocida revista de circulación internacional, en la cual se recomienda tener paciencia para expresar el debido cariño a la persona amada y que para eso la persona que escribe debe tomarse su tiempo.
Que no se le ocurra nunca escribir una carta de amor a los apurones; ¿donde se ha visto?, tampoco se le ocurra dejar de contestar aquellas que su verdadero amor escribe: "Vida de mi vida", "Adorada luz de mi alma"...
Acaso por haberse dado el tiempo las cartas de amor de Enrique VIII a Anne Boleyn están guardadas hasta hoy en la biblioteca de El Vaticano. Quizás don Enrique no pretendía que sus cartas a Anne sean inmortales sino sinceras por las que ella las tuvo que haber guardado para leerlas, pensamos, una y otra vez. Por sinceras, aunque no lleguen a la inmortalidad, al menos están guardadas en la biblioteca de la Santa Sede. Y no todas las cartas de amor tienen el privilegio de ser cuidadas nada menos que donde vive y reina el Papa.
Redactar correspondencias demandaba buena caligrafía. Las escrituras se hacían a mano, de puño y letra, generando buena letra. Por eso era importante aquella asignatura que en la escuela primaria se llamaba precisamente "Caligrafía" y que para el efecto el alumno contaba con un cuaderno especial de 20 hojas.
Hasta los años de la década de 1980 escribir cartas era compromiso de la mayoría alfabetizada. Esa práctica, quizás y a propósito, haya permitido la mejor formación de nuevos novelistas, ensayistas y poetas.
- Me gustaría que me escribas una carta - le dice una madre cuyo hijo aprendió a usar la computadora.
- ¿Una carta?
- Sí, para que practiques lo que aprendiste. Quiero que subrayes lo que aprendiste; algunas palabras, y que no dejes de usar las cursivas en algunas. Usa distintos tipos de letra, tamaños y colores, y deja dobles espacios. Y pon tu firma manuscrita. Que tu destinatario sienta la calidez de tu puño y letra. Mantén tu humanismo a través de cada letra, líneas y frases de tu carta.
Acaso por haberse dado el tiempo las cartas de amor de Enrique VIII a Anne Boleyn están guardadas hasta hoy en la biblioteca de El Vaticano. Quizás don Enrique no pretendía que sus cartas a Anne sean inmortales sino sinceras por las que ella las tuvo que haber guardado para leerlas, pensamos, una y otra vez. Por sinceras, aunque no lleguen a la inmortalidad, al menos están guardadas en la biblioteca de la Santa Sede. Y no todas las cartas de amor tienen el privilegio de ser cuidadas nada menos que donde vive y reina el Papa.
Redactar correspondencias demandaba buena caligrafía. Las escrituras se hacían a mano, de puño y letra, generando buena letra. Por eso era importante aquella asignatura que en la escuela primaria se llamaba precisamente "Caligrafía" y que para el efecto el alumno contaba con un cuaderno especial de 20 hojas.
Hasta los años de la década de 1980 escribir cartas era compromiso de la mayoría alfabetizada. Esa práctica, quizás y a propósito, haya permitido la mejor formación de nuevos novelistas, ensayistas y poetas.
- Me gustaría que me escribas una carta - le dice una madre cuyo hijo aprendió a usar la computadora.
- ¿Una carta?
- Sí, para que practiques lo que aprendiste. Quiero que subrayes lo que aprendiste; algunas palabras, y que no dejes de usar las cursivas en algunas. Usa distintos tipos de letra, tamaños y colores, y deja dobles espacios. Y pon tu firma manuscrita. Que tu destinatario sienta la calidez de tu puño y letra. Mantén tu humanismo a través de cada letra, líneas y frases de tu carta.
1 comentario:
muy bueno lo que escribiste che , me sirvio de mucho
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