Las almas debieran ser de colores,
Claros e intensos, de mil matices.
Y que ninguna sea negra ni grises,
Que ni una sea triste.
Que tengan el colorido del imaginario
El que percibe el espíritu del niño.
La tonalidad distinguida por quién se enamora,
La gama observada por las almas santas.
Un alma celeste, profundo, como el manto de la Virgen,
Verde, como los bosques de Fauno y Diana,
Dorado, como el brillo de los ángeles,
amarillo rojizo como las naranjas de mi patria.
Rojo, como la sangre salvadora del Cristo,
y también, como la humilde violeta, de lila,
como el aromático café, de marrón,
y como el soberbio zafiro, de intenso azul.
Que sea bicolor, de rosa y blanco, para las novias;
o tricolor, rojo, blanco y azul, como los de mi bandera;
o de puro blanco como el de la paz,
de multicolor como el arco iris que cruza el firmamento.
Que todas las almas sean de colores,
los de las primaveras eternas,
que todas se pinten para lucir felices, alegres,
que ninguna sea gris, que ninguna sea negra.
Efraín Martínez Cuevas
Palma Loma, Luque, 20 de setiembre de
2013
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