• Para mí es muy ventajoso eso de que me ofrezcan el asiento y me habiliten una ventanilla especial para no formar largas colas.
• Me fastidian los de mi edad que se pasan hablando de su próstata, su colesterol y su diabetes como si no tuvieran otros temas de qué hablar.
• Un tío mío, un día antes de morir a los 94 años de edad, internado en un hospital, quería apatucar a la enfermera. Así da gusto ser viejito.
Drauzio Varela es un brasileño y que ganó el Premio Nobel de Medicina. Dijo que a los 60 años de edad empieza la Tercera Edad y no me gusta demasiado que digamos porque yo acabo de cumplir semejante edad, pero me las aguanto e intento convivir con esa verdad y les puedo decir que no me va tan mal que digamos.
Añade el brasileño que desde los cincuenta años empiezan los achaques y que desde los 60 hasta los ochenta se está en eso que se llama tercera edad; a los ochenta comienza la “cuarta edad” o vejez y que termina a los 90 cuando comienza la longevidad y que va hasta que se muera.
Tengo un amigo que demasiado no quiere ser viejo y que como no tiene cabello sino al costadito de las orejas, deja que crezcan los de su izquierda como 40 centímetros para que ese glorioso resto levante y como una fina malla peluda cubra su pelada, que no es poca cosa. Se trata de esos que se tiñen el pelo de negro, lo mismo que las cejas y, de los no para de decir que antes era joven y lindo y que ahora ya es lindo nomás ya.
Esta semana me fui a Esapp para pagar mi servicio de agua; allí, lo mismo que en la Ande, la larga fila de usuarios le puede dar un infarto a todo aquel que sufre de ansiedad. Sin embargo, la ex Corposana pone al alcance de embarazadas, discapacitados y ancianos una ventanilla especial y que yo aprovecho.
No tengo dramas para ponerme en dicha fila, así el cartel que dice “solo para embarazadas, discapacitados y ancianos” evidencia, en mi caso, mi estado de vejez, mientras veo que muchos lecas, más ancianos que yo, no se animan a la audacia de ponerse en dicha ventanilla prefiriendo aguantar la larga cola de los “jóvenes”.
Muchos, con legítimo derecho, todavía se creen picholos a los 60 y no descartan la posibilidad de admirar las curvas de las jovencitas y darse el gusto de regalar algún piropo de su propia cosecha. En contrapartida, hay, cuentan, jovencitas que se gustan de los vejetes porque estos son sobre todo muy dadivosos mientras que los pendejos no tienen ni para la gaseosa de la nena. Los viejos verdes son de regalar para su sai y eso a las enamoradas, oimembá ko umúa hina…
Les dije que ya soy un recluta del viejazo pero aipo hablar de próstata umía ni se me ocurre. Tampoco ando con pastillitas para antes de comer, para después de comer, para dormir, para ku otro y eso porque – y no me alabo – no me faltan. Tengo amigos de mi edad que entran en un estado de éxtasis cuando hablan de sus respectivas enfermedades. A ñe mo lente y me alejo prudentemente de ellos. Algunos de esos amigos de mi generación son un verdadero desastre.
Mi tío Melitón murió a los 94 años de edad y para honrar su memoria de osado seductor les confesaré que un día antes de morir en el hospital le pidió a mi primo, su hijo, a que le trateara en su nombre a la enfermera jovencita para un revolcón de aquellos. No sé si se llegó a completar el plan. Para que vean que a los 94 se puede ser todavía, por lo visto, un potro salvaje; ¡Hoitâ, che tió!
John P. Robertson, en “Letters on Paraguay” escribió que en 1814 vivía una señora en el barrio Trinidad de Asunción que se llamaba Juana Esquivel y que por encima de sus 80 años de edad se había enamorado de John, un inglesito de 18 años de edad. Cuenta en su libro que la abuela le invitó a dormir con ella por lo que el rubito de ojos azules se rió y que le costó una feroz arremetida de la Juana; “primero soy mujer, después abuela”, le bajó. Por lo visto nada termina a los 60 sino que puede seguir campantemente y, a lo mejor, con más ímpetu en algunos, como en la recordada doña Juana, una conocida matrona de su época.
Akai ro en el micro cuando alguna jovencita umi i cacho va se levanta de su asiento y me dice “venga a tomar asiento señor” y me toma de la mano. Yo agradezco nomás pero ganas no me faltan desde mi yo profundo, como el recordado Dr. Merengue, decirla “gracias, y vos sentate en mi regazo, muñeca”.
Ijetu ú esto de ser de la tercera edad pero hay que tomarlo con soda. Ya ven que hay ventajas que usufructuamos, como las ventanillas rápidas, el asiento que nos ceden y que ya no andamos criando niños. Hay que mirarlo por el lado bueno de la vida como dice una publicidad radial, ¿para qué dramatizar?, alguna vez ña manotante voi ningo y como nadie muere en la víspera sino el chancho aquí me tienen inaugurándome en el target “vejete” pero con toda la onda de los mejores años de la juventud. Escuchále na…
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