Pío Baroja es uno de mis escritores favoritos, pese a que en su novela “Las tragedias grotescas” haya escrito que él no cree que “Paraguay valga más que Inglaterra”. Por encima de su postura contra nuestro país y de América Latina toda considero que el español fue un gran escritor.
Su antiparaguayismo, si bien me molesta como paraguayo, no logró influir en mí sino para que yo procure ser mejor dentro de mis posibilidades y a partir de este esfuerzo defender mi propia autoestima.
Yo no creo que Paraguay tenga menos valor que Inglaterra ¿cuánto querrían los ingleses - por decir - tener la tierra fértil, el agua dulce, la energía eléctrica y el clima de Paraguay?
Paraguay es una nación que territorialmente es pequeña, pero es una gran nación que nos enorgullece y nos honra. Somos un gran país. Sobre todo, digno, capaz de mirar con ojos modestamente altivos.
Chiquitos en el mapa como somos (y como si fuera poco, mediterráneo) nos plantamos contra los que desde el exterior nos obligan a hacer lo ante los que sus intereses dictan en desmedro de nuestra soberanía.
Así actuaron nuestro mayores en los momentos difíciles y así, honrando sus memorias, actuamos hoy. Tal cual, seguro, repetirán nuestros descendientes si la tricolor reclama.
Los socialistas de Hugo Chávez, con su canciller como enviado a nuestro país, recibieron una dura lección de cómo el paraguayo, en su mansedumbre, sabe defender su dignidad, a su bandera, a su nación independiente. En increíble y patética intromisión en asuntos paraguayos, el venezolano intentó, en nuestra propia casa, que los tanques militares salieran a las calles a reprimir a los paraguayos y defender a Lugo, el mismo que no puso la cara por 17 muertos en Curuguaty.
Paraguay no tiene la flota inglesa, ni tampoco un Paul Mc Cartney, ni fabricamos Rolls Royce, pero tenemos, entre tantas virtudes, dignidad, somos capaces de mirar a los ojos a cualquiera porque no debemos a nadie, porque no dañamos a nadie, porque sumamos y no restamos, nos unimos y no nos separamos y, sobre todo, no nos dejamos manejar como querrían los dictadores extranjeros.
Seremos chiquitos, un poroto, en el mapeo mundial, pero grandes, gigantes, a la hora de defender lo nuestro como lo hicimos la semana pasada, con la paz, guardando nuestros tanques en cuarteles seguros.
La estupidez, esa degeneración de los instintos, no pudo contra la decencia y la firmeza paraguaya.
Que valga el ejemplo de los compatriotas a otras naciones oprimidas por sus dictadores arropados de demócratas. Que esta muralla paraguaya a las pretensiones dictatoriales del socialismo sudamericano sea el inicio de la verdadera primavera democrática en el continente. Entre tanto, disfrutemos de nuestro logro, de nuestra dignidad, decoro, pudor y grandeza.
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