La paraguaya es sabrosa, pero los paraguayos residentes en Paraguay no saben; los residentes en España, sí. Lo avalan los españoles. Es rica, sabrosa, jugosa, apetitosa. Y se paga bien por ella; pegarla un mordisco no es barato. Y se paga. Todas las paraguayas en oferta en España son compradas sin más vueltas. Las bien maduras son super deliciosas. Yo prefiero las muy maduras.
Se exponen semi verdes y casi maduras entre las maduras. Hay gente a quién apetece las primeras, que pueden ser pequeñas o grandes. Sus insinuantes formas provocan llevarlas a la boca, llenarlas de mordiscos y chuparlas como un salvaje hasta la culminación.
Los inmigrantes paraguayos la probaron como los españoles ya lo hicieron desde hace generaciones, siglos. Es, repito, gustosa, porque yo también la probé en España. Debo decirles que no es igual a la que hay en Paraguay; tiene el mismo gusto, pero la de aquí es más grande, sana, se la puede comer sin temor a ninguna enfermedad.
Una vez el periodista paraguayo Sindulfo Martínez descubrió a la paraguaya en Madrid y la mencionó, con verdadera pasión, en su libro "Por los caminos del viejo mundo", al perfilarla "Petiza. Jugosa. Riquísima (...) una ignorada embajadora de nuestra tierra".
La vi por los llamados "mercadillos", mercado móvil semanal instalado por los gitanos, preferentemente. "¿A cuánto hoy está la paraguaya?", "¿tiene paraguayas nuevas?", preguntan los interesados. La primera vez dije que dos son pocas y; cuatro, muchas por lo que llevé tres a casa y me encerré con ellas. Las probé una tarde y les puedo garantizar que son deliciosas. Me las comí y dormí durante toda la tarde.
Al despertar las volví a tener ganas pero ya no estaban, Siempre me pasaría después de devorarlas. Debía esperar la feria de la semana entrante para adquirirlas. Los españoles las pelan y las comen directamente; yo prefiero darlas un baño antes; después, el primer mordisco y, al final, me las como enteritas.
Recuerdo que en una de esas, cuando estuve en el mejor momento con ellas, se abrió la puerta y entró mi hermano. Me cazó con la mano en la masa. Me notó extasiado, frenético, se me caían las babas; es que nunca me había comido algo como eso, le explicaría después. Recuerdo que mientras yo estaba en plena acción, él cerró la puerta y fue hacia la cocina y volví a quedar a solas con ellas.
Este tipo de durazno no hay en Paraguay, tampoco vi en Argentina. Solo encontré en España.
Se exponen semi verdes y casi maduras entre las maduras. Hay gente a quién apetece las primeras, que pueden ser pequeñas o grandes. Sus insinuantes formas provocan llevarlas a la boca, llenarlas de mordiscos y chuparlas como un salvaje hasta la culminación.
Los inmigrantes paraguayos la probaron como los españoles ya lo hicieron desde hace generaciones, siglos. Es, repito, gustosa, porque yo también la probé en España. Debo decirles que no es igual a la que hay en Paraguay; tiene el mismo gusto, pero la de aquí es más grande, sana, se la puede comer sin temor a ninguna enfermedad.
Una vez el periodista paraguayo Sindulfo Martínez descubrió a la paraguaya en Madrid y la mencionó, con verdadera pasión, en su libro "Por los caminos del viejo mundo", al perfilarla "Petiza. Jugosa. Riquísima (...) una ignorada embajadora de nuestra tierra".
La vi por los llamados "mercadillos", mercado móvil semanal instalado por los gitanos, preferentemente. "¿A cuánto hoy está la paraguaya?", "¿tiene paraguayas nuevas?", preguntan los interesados. La primera vez dije que dos son pocas y; cuatro, muchas por lo que llevé tres a casa y me encerré con ellas. Las probé una tarde y les puedo garantizar que son deliciosas. Me las comí y dormí durante toda la tarde.
Al despertar las volví a tener ganas pero ya no estaban, Siempre me pasaría después de devorarlas. Debía esperar la feria de la semana entrante para adquirirlas. Los españoles las pelan y las comen directamente; yo prefiero darlas un baño antes; después, el primer mordisco y, al final, me las como enteritas.
Recuerdo que en una de esas, cuando estuve en el mejor momento con ellas, se abrió la puerta y entró mi hermano. Me cazó con la mano en la masa. Me notó extasiado, frenético, se me caían las babas; es que nunca me había comido algo como eso, le explicaría después. Recuerdo que mientras yo estaba en plena acción, él cerró la puerta y fue hacia la cocina y volví a quedar a solas con ellas.
Este tipo de durazno no hay en Paraguay, tampoco vi en Argentina. Solo encontré en España.
(Foto: Fotolia.com)
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