Aprendí de los perros a vivir mejor. Y no les engaño. Eso es así. De los perros que tuvimos en casa aprendí que se puede pasar todo un día y dos y tres sin comer. Los perros ayunan por instinto. Los humanos no ayunan no sé por qué, alguien que sabe tendrá la explicación que yo no tengo. Lo único que sé es que ayunar es bueno, que cura, al menos a mi.
De los tantos perros que aprendimos a tener en casa por obra y gracia de Héctor, mi hijo, que cuando pequeño se le ocurrió dar amparo a una perrita callejera, supe que comer como condenados no es síntoma de abundancia, prosperidad y mucho menos de felicidad, sino totalmente lo contrario.
Ya le preguntaré cuando la presión se haga sentir como cuando sus aortas están a punto de estallar, que siente latidos en los brazos, en las piernas, en todo el cuerpo. Todo porque en una fiesta nos excedemos con comidas y bebidas.
Respeto mucho las pastillas, las hierbas, los salvados y el no a los azúcares como medios para frenar las gorduras que aparecen en el organismo, dispuestos a incomodarle hasta en las horas de sueño.
Cuando yo fui un gordo de 90 y pico de kilos (mi estructura ósea no aguanta tanto), a punto de colapsar, bajé la cortina a las pastas, las bebidas, los dulces, las carnes. Me sentía morir. Debía hacer algo y pronto.
No tuve mejor idea que concurrir a un médico de Areguá que me recomendó solo tomar agua por unos cuantos días; bueno, en realidad, 30 días.
fueron días y noches sin comer. A pura agua en los primeros siete días. Al tercer día de dejar de comer le quería matar al médico. Lo llamé y lo obligué que me indicara algo para comer. Estaba a punto de tirar todo por la borda. "No se va a morir", fue lo único que me dijo.
Al cuarto día tuve menos hambre y, al quinto, todo se volvió "normal".
A partir de ahí me sentí mejor, las pulsaciones dejaron de enloquecerse y enloquecerme. Ya dormí profundamente. Sentía que tenía menos peso, mis ropas me quedaban grandes. Podía agacharme sin sentir mareos; me tranquilizaba.
En mi mesita de noche no tenía ni un medicamento. Sólo tomaba agua.
A la semana siguiente mi médico me recomendó unos jugos de frutas alternadas con los de hortalizas. Para cuando volví a alimentarme sentí que mis intestinos estaban tranquilos. No sentía dolores, como los de cuando comía como un cerdo. Ya no tenía gases.
Como al décimo día del tratamiento ya me sentía tranquilo, me daba cuenta que ya no tenía algunas ansiedades, como la de abrir la puerta de la nevera.
A los 20 días, comía algunas verduras frescas o cocidas.
Al cumplir el mes de tratamiento no me apetecía comer un lechón entero como antes, ni las pastas domingueras, ni el asado con vino o cerveza.
A los treinta días me dí cuenta que mi piel era menos grasosa, más tersa, lo mismo que mi cuero cabelludo; en mis ojos ya no había el color amarillo de la gente enferma. Ya no transpiraba como una bestia.
¿Qué hice para bajar de peso y sentirme mejor?; ayuné, como los perros, como todos los animales, que lo aplican por instinto para seguir con vida; porque los animales no saben decir qué les duele, practican la medicina preventiva. Hacen que el estómago, los intestinos, el hígado, los riñones, el páncreas se tomen vacaciones para descansar. Luego a volver a cargar la máquina.
Es todo lo que hice para sentirme mejor. Ni corridas, ni sogas para saltar, ni bicicletas, ni escalar una montaña. Tampoco apelé a la transpiración venida a través de la opulencia de una sesión sexual. Ni tomé adelgazantes. Ni hice yoga, ni prendí una vela siete días a San Expedito.
Solo ayuné como los perros y les puedo garantizar que es santo remedio. ¿Quiere bajar de peso para ser feliz?; le contesto con una palabra: ayune. Y, de acuerdo a mi experiencia, le puedo garantizar que no se va a morir de hambre.
Practico el ayuno, desde entonces, al menos una vez a la semana. ¿Y saben qué?, mediante este régimen todas las noches duermo como un angelito.
De los tantos perros que aprendimos a tener en casa por obra y gracia de Héctor, mi hijo, que cuando pequeño se le ocurrió dar amparo a una perrita callejera, supe que comer como condenados no es síntoma de abundancia, prosperidad y mucho menos de felicidad, sino totalmente lo contrario.
Ya le preguntaré cuando la presión se haga sentir como cuando sus aortas están a punto de estallar, que siente latidos en los brazos, en las piernas, en todo el cuerpo. Todo porque en una fiesta nos excedemos con comidas y bebidas.
Respeto mucho las pastillas, las hierbas, los salvados y el no a los azúcares como medios para frenar las gorduras que aparecen en el organismo, dispuestos a incomodarle hasta en las horas de sueño.
Cuando yo fui un gordo de 90 y pico de kilos (mi estructura ósea no aguanta tanto), a punto de colapsar, bajé la cortina a las pastas, las bebidas, los dulces, las carnes. Me sentía morir. Debía hacer algo y pronto.
No tuve mejor idea que concurrir a un médico de Areguá que me recomendó solo tomar agua por unos cuantos días; bueno, en realidad, 30 días.
fueron días y noches sin comer. A pura agua en los primeros siete días. Al tercer día de dejar de comer le quería matar al médico. Lo llamé y lo obligué que me indicara algo para comer. Estaba a punto de tirar todo por la borda. "No se va a morir", fue lo único que me dijo.
Al cuarto día tuve menos hambre y, al quinto, todo se volvió "normal".
A partir de ahí me sentí mejor, las pulsaciones dejaron de enloquecerse y enloquecerme. Ya dormí profundamente. Sentía que tenía menos peso, mis ropas me quedaban grandes. Podía agacharme sin sentir mareos; me tranquilizaba.
En mi mesita de noche no tenía ni un medicamento. Sólo tomaba agua.
A la semana siguiente mi médico me recomendó unos jugos de frutas alternadas con los de hortalizas. Para cuando volví a alimentarme sentí que mis intestinos estaban tranquilos. No sentía dolores, como los de cuando comía como un cerdo. Ya no tenía gases.
Como al décimo día del tratamiento ya me sentía tranquilo, me daba cuenta que ya no tenía algunas ansiedades, como la de abrir la puerta de la nevera.
A los 20 días, comía algunas verduras frescas o cocidas.
Al cumplir el mes de tratamiento no me apetecía comer un lechón entero como antes, ni las pastas domingueras, ni el asado con vino o cerveza.
A los treinta días me dí cuenta que mi piel era menos grasosa, más tersa, lo mismo que mi cuero cabelludo; en mis ojos ya no había el color amarillo de la gente enferma. Ya no transpiraba como una bestia.
¿Qué hice para bajar de peso y sentirme mejor?; ayuné, como los perros, como todos los animales, que lo aplican por instinto para seguir con vida; porque los animales no saben decir qué les duele, practican la medicina preventiva. Hacen que el estómago, los intestinos, el hígado, los riñones, el páncreas se tomen vacaciones para descansar. Luego a volver a cargar la máquina.
Es todo lo que hice para sentirme mejor. Ni corridas, ni sogas para saltar, ni bicicletas, ni escalar una montaña. Tampoco apelé a la transpiración venida a través de la opulencia de una sesión sexual. Ni tomé adelgazantes. Ni hice yoga, ni prendí una vela siete días a San Expedito.
Solo ayuné como los perros y les puedo garantizar que es santo remedio. ¿Quiere bajar de peso para ser feliz?; le contesto con una palabra: ayune. Y, de acuerdo a mi experiencia, le puedo garantizar que no se va a morir de hambre.
Practico el ayuno, desde entonces, al menos una vez a la semana. ¿Y saben qué?, mediante este régimen todas las noches duermo como un angelito.
(Foto: Fotolia.com)
3 comentarios:
Por si alguien está interesado en tener más información sobre su problema y como combatirlo aquí os dejo un blog
http://adelgazar-poco-a-poco.blogspot.com
Súper!!!... Debe ser difícil comenzar a ayunar... Pero no imposible, lo intentare y si me funciona, te cuento!
Justo en mi ciudad le recetaron eso asombroso entonces cambiaste la perspectiva que tengo por los medicos de aregua, lo tratare de hacer pero una pregunta? No te haz sentido debil en el proceso?
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